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Granada, ciudad cervantina

Granada, ciudad cervantina

El IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes merece una gran celebración, más allá de retrasos gubernamentales y de mohínes institucionales o improvisaciones provincianas

andrés molinari

Lunes, 18 de abril 2016, 00:28

No está de más acompañar la lectura pausada y queda de Cervantes con un paseo deleitoso por Granada. Al socaire de su centenario se puede descubrir que la ciudad del Darro posee más relaciones con el autor del Quijote de las que parece. Esta es la invitación a visitar la Granada de Cervantes, siempre conscientes de la tangencialidad de algunas citas textuales y de la debilidad de algunas relaciones entre la ciudad y el genio. Pero el pretexto merece la pena. Se trata, pues, de una invitación al paseo, con el libro bajo el brazo, a detenerse en un rincón de Granada y allí rememorar la ciudad que fue, los ideales que fluyeron por sus ríos humanos, los granadinos que quedaron reflejados, más o menos explícitamente, en la obra inmortal de Miguel de Cervantes.

El magnetismo del lugar, la permanencia de algunos edificios antiguos, la desaparición de otros bajo las piquetas de la necesidad o de la especulación, y la magia de la evocación por lo perdido nos seducirán inmediatamente, dándole a la vida y a la obra cervantinas una lectura diferente, una nueva vida más cercana a las calles y rincones que frecuentamos cada día en nuestro quehacer y en nuestro trajín.

Plaza del Campillo

Lo que en tiempos de Cervantes se llamó Rondilla, poco después se llamó Campillo. El Campillo Bajo se separaba del río por la muralla a medio derribar que se unía con el Castillo de Bibataubín, hoy Consejo Consultivo de Andalucía en edificio que fue Diputación Provincial. En aquella plaza se reunía el hampa con la canalla y allí aprendió a ser pícaro y ladino el ventero que armó caballero a nuestro ingenuo hidalgo manchego. En 1905, cuando se cumplía el III Centenario de la Edición de la Primera Parte del Quijote, el teatro que había en ese lugar y que inauguró el rey José I, pasó a llamarse 'Teatro Cervantes', recordando esta cita textual que se hace en el Quijote de un lugar concreto de Granada. Con el nombre Cervantes se mantuvo hasta enero de 1966 en que un nefasto alcalde permitió que se derribara con fines especulativos. En nuestro paseo actual sólo podemos ver el nombre de la plaza, ya sin muralla ni castillo, y unos molinos de viento dibujados, junto al nombre del escritor, a la entrada del edificio que ocupa el solar de aquel teatro, aún evocado con nostalgia y lágrimas por muchos granadinos.

Monasterio de San Jerónimo

Cervantes se arroga la potestad de darle voz y opinión a un par de perros, siguiendo la tradición que había comenzado con las fábulas de Esopo. Ello le permite sajar, con el mejor bisturí literario, la Granada de finales del siglo XVI y comienzos del XVII, con la pérdida de la preeminencia imperial y los moriscos apiñados por el Albaicín y bajando a abrevar sus animales en Fuente Nueva, junto al Monasterio jerónimo, a la salida de la ciudad hacia poniente. Unos años antes de ser expulsados de estos reinos por el rey Felipe III. Un paisaje en aguafuerte, un lejano sabor a amargor y desazón en el que también aparece el comediante Angulo el Malo, que era muy conocido en Granada porque representó muchas veces sus Autos en las fiestas del Corpus granadino.

Además Cervantes citará varias veces al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, cuyos restos mortales fueron sepultados por su viuda en el crucero este monasterio de la Inmaculada Concepción, más conocido como de San Jerónimo.

La Vega del Genil y la Costa de Granada

Muchas localidades, desde Güéjar hasta Écija, comparten riberas junto al Genil pero es en la Vega de Granada donde el río traza lo que antiguamente era un paradisíaco vergel, hoy amenazado por la especulación y la incuria de irresponsables. Aquel paraíso lo cantó Pedro de Espinosa y sirvió de escenario para sainetes de Ramón de la Cruz. Cervantes conocía la fama de la Vega y pudo disfrutar de las gratas alamedas del río en su viaje desde Sevilla hacia Granada y durante su estancia en esta ciudad en 1594 y antes. No perdió ocasión para rememorarlo en el Quijote varias veces. Su prosapia renacentista le obligó a darle al río el apelativo de divino, epíteto hoy por desgracia a todas luces inadecuado.

También habla de La Herradura y del famoso naufragio allí, en 1562, de la armada española por un golpe de mar (El Gallardo Español, jornada 3ª; Quijote, 2, cap. 31) Como Cervantes sabía "que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago" no comenta nada de Motril, con cuya famosa torta real de azúcar sí quedaría encantado Quevedo.

Iglesia de Santa Ana y Curia Eclesiástica

De los muchos personajes granadinos citados por Cervantes en sus obras, el primero que aparece en El Quijote es Juan Latino, nombrado en los versos de cabo roto que van tras el prólogo. Urganda la Desconocida le dice a Quijano que puesto que nunca llegará a ser tan erudito como Latino no se meta en latines. Juan Latino puede que naciese en África y de muy niño entró como esclavo en la familia de los Fernández de Córdoba, aunque hay quien opina que era granadino e hijo extramatrimonial del propio Gran Capitán. Lo cierto es que poseyó una dotes excepcionales para el latín y tras educarse en casa de los Córdoba, desde 1566 pasó a ser catedrático de la Universidad de Granada, cuando ésta estaba en lo que hoy es curia eclesiástica, frente a la catedral. Su fama de erudito latinista llegó hasta el siglo XVII cuando se imprimió el Quijote. Pero la obra de Cervantes no es la última en que se glosa a este personaje. Le siguen la comedia del sevillano Ximénez de Enciso y la novela del granadino José Vicente Pascual, entre otras muchas. Está enterrado en la iglesia de Santa Ana y en su lápida sepulcral, al pie del altar mayor, se pueden leer algunos de sus méritos.

Puerta Real

Pocos han fijado su atención en esta gran afición teatral de Alonso Quijano joven. En uno de sus muchos momentos de lucidez, Don Quijote le confiesa a La Muerte su perdición por el arte del teatro. Una vez más Don Quijote se nos confirma como trasunto de Cervantes. El escritor complutense quería ser autor de comedias cuando visitó Granada. Desde la segunda quincena de agosto hasta primeros de octubre de 1594 permaneció en nuestra ciudad y su provincia. ¿Cómo un autor, al que se le iban los ojos tras la farándula, no iba a asistir al teatro, recién inaugurado en Puerta Real? Era el que los granadinos llamarían Coliseo y estaba en la actual esquina entre Reyes Católicos y calle Mesones. Donde seguramente se alojó el escritor en función de recaudador. La calle del Milagro coincide con parte de su escenario. Aquí y tal vez en el Corral del Carbón observó Cervantes las reacciones del público ante las comedias y autos que representaba la compañía de Angulo el Malo y otros comediantes contratados por el corregidor de entonces Rubí de Bracamonte, nombre real que tanto suena a personajes ficticios del Quijote.

Camarín de la Virgen del Rosario, iglesia de Santo Domingo

Ninguna ciudad posee esta batalla pintada tan al vivo como Granada. sobre lienzo, pegado a la pared al fresco tan al vivo como Granada. Está en el camarín de la Virgen del Rosario, de la Iglesia de Santo Domingo, en óleo sobre lienzo adosado a la pared y es obra del pintor de Huéscar Domingo Echevarría, llamado El Chavarito. En el lienzo se puede intuir la nave en la que luchó Cervantes junto a Don Juan de Austria, el cual aparece con una cruz en la mano.

Toda aquella jornada naval, referida en varias obras de Cervantes, se puede seguir en este lienzo y junto a él está una copia del fanal que alumbraba la nave capitana de aquella «la más alta ocasión que vieron los siglos» en la que el escritor quedó manco por un arcabuzazo enemigo. Cuando la Virgen sale en procesión, la banda de música de Marina nos recuerda la intercesión de esta advocación dominica en el éxito hispano y papal en aquella batalla el 7 de octubre de 1571. Cervantes, protagonista casi caballeresco de la gesta, también se encargó de recordarla en varios pasajes de sus obras.

Plaza de Isabel la Católica

Cervantes conoció personalmente a Don Álvaro, el marino más ilustre que ha tenido España. Ambos coincidieron en la batalla de Lepanto. Algunos de los éxitos navales de este granadino aparecen grabados en bronce y piedra en la lápida que mandó colocar el Ayuntamiento en la puerta de un banco, que ocupa parte del palacio en el que nació y vivió el almirante, en la Plaza de Isabel la Católica. Por sus servicios a Felipe II el granadino fue nombrado Marqués de Santa Cruz del Viso, hoy Santa Cruz de Mudela, en la Mancha. Esta curiosa coincidencia manchega en los títulos del granadino Bazán y del imaginado don Quijote no pasó desapercibida al finísimo Cervantes, que repite frases laudatorias a Don Álvaro cuando Don Quijote, llegado desde la Mancha, vea por primera vez el mar en Barcelona.

Y en varias obras más, como la comedia citada, volverá a acordarse Cervantes del granadino con el que compartió su faceta de soldado marinero.

Interior de la Catedral

Se venía construyendo la Catedral hacia su portada y había que derribar la Torre Turpiana o alminar de la mezquita musulmana, que se seguía usando como templo y había sido la tercera catedral granadina. Esta torre estaba en lo que hoy es segundo crucero de nuestra actual Catedral, en el lado de la Epístola y más o menos frente a la puerta que da a la iglesia del Sagrario. Unos granadinos escondieron junto a sus cimientos una caja de plomo con diversas reliquias falsas y pergaminos escritos en lenguajes arcaicos. Cuando se procedió al derribo, el día 19 de marzo de 1588 se "descubrió" dicha caja de plomo. El revuelo levantado por esta falsía fue tal que la cosa llegó a Roma. Eran los precedentes o ensayos para los libros plúmbeos del Sacromonte. Cervantes, que conoció el lugar concreto de la Torre Turpiana y supo de la polémica granadina amplificada por los hallazgos de Valparaíso, no pudo por menos que ironizar sobre el hecho acaecido en Granada, simulando que otro tanto ocurre ante las barbas de Don Quijote.

Capilla Real

Estas palabras, y otras muy laudatorias para Cervantes, salieron de la pluma de Francisco Márquez Torres (1574-1656), aprobante de la segunda parte del Quijote y Capellán de la Capilla Real de Granada. Y para alejar toda sospecha de prevaricación añade: «...el día de hoy no se lisonjea a quien no tiene con qué cebar el pico del adulador» Este bastetano es uno de los más egregios clérigos que ejercieron la liturgia cabe las monumentales tumbas de los Reyes Católicos y encabeza la lista de granadinos que estudiaron la más famosa novela de nuestra literatura. A él le seguirán siglos después el ensayista Américo Castro y el editor Ventura Traveset, los escritores Luis Rosales y Francisco Ayala, ambos galardonados con el 'Premio Cervantes', etc. Compañero de Márquez en esta Capilla Real se encontraba el accitano Antonio Mira de Amescua, fecundo autor teatral de la escuela de Lope de Vega, aludido por Cervantes en varias de sus obras y al que se la ha atribuido ser al autor del Quijote apócrifo, firmado con el seudónimo de Avellaneda.

Monumento al Quijote y homenajes a Cervantes

Con esta cita laudatoria, demasiado ha tardado Granada en contar con monumentos, y homenajes al escritor que la puso tinta sobre papel y luego se ha leído en los más diversos idiomas de este planeta. La Avenida Cervantes lleva ese nombre muy recientemente y viene a sustituir el camino de Huétor, escoltado por La Quinta, Monserrat, San Antón el Viejo, etc. Allá arriba de la cuesta se encontraba la Colonia Cervantes y nada mejor que este nombre para denominar la avenida, el barrio y decenas de negocios a su alrededor. Luego vendrían las calles Sanchica, Licenciado Vidriera, Dulcinea. En la rotonda que articula a Cervantes que sube con Sancho Panza que baja se erigió una estatua a Don Quijote con su caballo Rocinante, discutida por algunos pero la única de Granada, obra de Arcado Roda.

Otro escultor de nuestros días, Ramiro Mejías, talló en 2005 la placa broncínea que repite estas palabras del Quijote, escritas por elegante pluma y mano al aire, y está colocada en la escalera principal del Ayuntamiento de Granada, su lugar más idóneo.

El Carmen de la Antequeruela

Sancho metido a crítico teatral. Casi nada. Con su señor Don Quijote están viendo la representación del Reablo de Maese Pedro. Un pasaje tan genial no podía pasar desapercibido al compositor español más universal afincado en Granada. Don Manuel de Falla en su Carmen de la Antequeruela leía tarde tras tarde el Quijote y allí en el felicísimo año de 1922 dio los últimos toques a su obra para pequeña orquesta, títeres y cantantes, otra proeza. Se estrenó, en versión de concierto, en marzo de 1923 en Sevilla y ya con toda su escenografía en París en junio de aquel año. Por desgracia, desidia, desinterés. la obra tardaría muchos años en verse representada en Granada. Aunque el desagravio llegó en este siglo XXI. Por suerte una compañía granadina, tan aclamada como Títeres Etcétera, ofreció hace un par de años, junto a la OCG, la más preciosa y grandiosa versión de este episodio cervantino recreado por Manuel de Falla en un Carmen de la Antequeruela granadina.

Gran Vía esquina a calle Marqués de Falces

La Inquisición llegó a Granada traída por el Emperador Carlos. Al terminar su visita, en noviembre de 1526, el Santo Oficio quedó establecido en esta ciudad por los licenciados Hernando de Montoya y Juan Ibáñez. Ocupó un edificio con muchos restos mudéjares, cercano a la calle Elvira, situado hacia lo que hoy es centro de la Gran Vía, en el solar que ocupa la Iglesia del Sagrado Corazón y casas adjuntas, frente a la iglesia de Santiago, que actuaba como su capilla.

Según se cuenta en El Quijote, en aquel amplio palacio, que se supone de gran belleza y enorme valor, se dirimían numerosas cuestiones de cristianos viejos y nuevos y sus relaciones con la Iglesia. Las casas del Santo Oficio, de donde salieron tantas sentencias para la hoguera, fueron asaltadas en 1820 durante el Trienio Constitucional y poco después, al quedar abolida la Inquisición, se quemó su archivo. A final del siglo XIX fue derruido este palacio y sus ruinas allanadas para trazar la Gran Vía y edificar la referida iglesia de los jesuitas.

Existen muchísimos otros rincones de nuestra ciudad que se relacionan con Miguel de Cervantes, con su vida y con sus obras, desde El Bañuelo, con su paralelismo en Los Baños de Argel, donde estuvo preso, hasta el Sacromonte que puede servir de ambiente para leer La Gitanilla, desde el Palacio de Carlos V donde se han escuchado varias obras musicales inspiradas en Cervantes hasta la casa de los García Lorca, donde se vieron entremeses cervantinos dirigidos por Federico, y desde Víznar, donde están los más originales frescos sobre el Quijote, hasta la biblioteca cervantina de Órgiva, sin olvidar a Alhama y su presencia en el Persiles.

Ciertamente Granada no posee tanta carga cervantina como Sevilla, Toledo, Madrid, Valladolid, La Mancha. pero nunca debe desdeñarse la presencia y la evocación de Cervantes en los paseos por nuestra ciudad y su provincia. En ellos, con un libro de Cervantes entre las manos, el paseante irá descubriendo nuevos matices en el contenido literario del genio y nuevos motivos para admirar y preservar la ciudad en la que vive.

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