Rusia, donde la sinfonía se dio la vuelta
Andrés Molinari
Martes, 27 de junio 2023, 00:32
Muchos han querido invadir Moscú por la fuerza y ninguno lo ha conseguido: ni Napoleón ni Hitler ni los mercenarios de hogaño que no cesan ... y distraen. Sin embargo la sinfonía, que enarbola paz a pesar de nacer de un conflicto sonoro, sí conquistó por completo la Rusia eterna, desde San Petersburgo hasta Moscú, desde Rimski hasta Shostakóvich. Y, en medio, Tchaikovski y Prokófiev los hitos rutilantes de la noche de domingo en el Festival de Granada.
La Italia septentrional de principios del siglo XVII se arroga ser la cuna de la sinfonía. Luego la madurez le llegó en Austria y Alemania, con epígonos en Bohemia y Finlandia, pero donde anidó con denuedo fue en Rusia. Hoy, cuando transitamos la tercera década del siglo XXI, también desde la Italia del norte, la Filarmónica della Scala nos ha recordado aquel fructífero alojamiento del género sinfónico en la blanca nación de San Jorge.
Mi compañero Cabrero ya ha comentado el ambiente y la anécdota. A lo que podría añadirse la impecable estampa del director y de sus músicos, con frac y pajarita blanca, para su presentación primera en Granada. Tras este enmarque, ahora es tiempo del quid y de la esencia, que del buen fruto tanto importa la costra como el meollo. Ricardo Chailly es uno de los grandes. Dirige con ese brío y esa convicción que enaltece todo cuando desgrana. Grandilocuente con el gesto, expresivo con el rictus, persuasivo en las indicaciones, contundente cuando lanza su brazo izquierdo, como un látigo sin daño, hacia el músico que ha de entrar. Y luego generoso para con los suyos, haciendo que, en ambas sinfonías, las familias de instrumentistas vayan levantándose para recibir los aplausos del público.
La orquesta atinada e incluso a veces aportando una mota de donaire mediterráneo al desmán sonoro de Prokófiev y, algo menos, a la tragedia interna de Tchaikovski. La cuerda magníficamente empastada, un arco iris para la séptima que espejea el arpa de la izquierda con el piano de la derecha. Maderas bien templadas y metales conspicuos sin prepotencia; por fin unas trompas sin meteduras de pata en sus entradas. Lucimiento en ambas sinfonías de la percusión, puede que los platillos algo exagerados.
Y, al final, la patética. Lástima que esta palabra hogaño haya devaluado tanto su semántica. Porque Chailly y los milaneses lograron una versión impecable en la que latió, por doquier, el 'pathos' griego: emoción en cada arpegio, subrayada por las sordinas, melancolía hasta en el vals, marcial procesión del ansia de superación y ese final, Dios mío, en el que un hilo finísimo de vida se va debilitando hasta no saber dónde terminan los bajos y dónde comienza el silencio.
La sinfonía se dio la vuelta en Rusia, por ejemplo esa consumación mística con la que termina la patética será recogida por Mahler para darle nuevo y pluscuamperfecto sentido.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión