Concurso de Cante Jondo (1922-2022): comienza la crítica de F. de P. Valladar
El granadino fue un escritor, periodista, dramaturgo y novelista, fundador y director de la revista La Alhambra
ANTONIO MARTÍN MORENO
Sábado, 15 de enero 2022, 23:50
El domingo 15 de enero de 1922, ante la solicitud presentada el 31 de diciembre de 1921 al Ayuntamiento para la organización del Concurso de ... Cante Jondo por Manuel de Falla y el resto de firmantes, Valladar publica un breve número extraordinario de cuatro páginas de su revista 'La Alhambra', iniciando sus razonadas críticas a la idea del concurso. Era la personalidad con mayor prestigio en Granada por sus publicaciones artístico-musicales y acendrado granadinismo lo que, en opinión de su anónimo biógrafo, hizo que «en Granada y más aún fuera de ella, se le estimase como una autoridad, sobre todo en erudición granadina, requiriéndose por ello su concurso, para cuantas obras de cultura tenían por asiento o término a Granada». Veamos su opinión:
«La fotografía y el fotograbado nos responden, en cierto modo, de que no hemos de volver a aquellos tiempos, a la primera mitad, y aun parte de la segunda del siglo XIX, en que se publicaban primorosos dibujos admirablemente grabados, como los de 'Turists in Spain-Granada by Thomas Roscoe' (Londres, 1835) en los que España, y Granada particularmente, aparecen fantaseadas de un modo tan original y sorprendente que es muy difícil reconocer hoy ciertos barrios y calles granadinos de los que el gran dibujante –predecesor de Gustavo Doré en artística metamorfosis–, representó en sus láminas.
«No es la Alhambrade los Nazarí; es algode lo prometido a los creyentes por el profeta»
La misma Alhambra, después de pasar por la imaginación del artista inglés, después de dibujada en las hojas de ese libro, es otro palacio, exterior e interiormente. Por fuera, según Roscoe, es un inmenso castillo que trae a la memoria las fortalezas medievales de su país. El interior, en particular la sala de la Justicia, el patio de los Leones y otros departamentos, producen la sensación de lo fantástico, de lo que no ha podido ser realidad nunca.
Cualquiera creería esas láminas bellísimas ilustraciones de 'Los cuentos de las mil y una noches'. Las dimensiones, perfectamente indicadas por el tamaño de graciosas figurillas, representan más del doble de la altura y anchura verdadera, y los arcos, las columnas, los templetes, los adornos de los muros, los techos, todos los elementos de construcción, se idealizan, toman aspectos de blondas, gasas y encajes y se esfuman en misteriosa vaguedad de sombras, que rompen artísticamente las brillanteces de efectista luz…
Aquello no es la Alhambra de los Nazarí; es algo de lo prometido a los creyentes por el profeta; es trasunto de las ideales creaciones del genio artístico del Oriente.
Algo, no obstante, nos vuelve a la realidad. Por entre las fantaseadas calles granadinas, y aún de entre las misteriosas arcadas de la Alhambra, surge en esas láminas la mujer andaluza que fue poco después heroína de cuentos, novelas, óperas y pinturas, tocada con negra o blanca mantilla, vestida con falda corta que deja ver el pequeño pie calzado con graciosos zapatos de cruzadas galgas y nívea media, y el famoso majo, que más bien parece uno de aquellos 'lazzaroni', también célebres por ese tiempo en las láminas y cuadros que querían representar a Italia.
Esos majos y majas y sus antecesores descritos por Washington Irving, son los creados para esa absurda Andalucía que aún no hemos podido limpiar de fantasmas y espeluznantes leyendas, en las que el amor «suele armar el brazo de un amante» de larga y punzante navaja.
Navaja que al final de fiera lucha va a sepultarse en el pecho de un infiel o acabar para siempre la existencia del hombre a quien aquella prefirió por galán y guapo, por valiente y atrevido.
Esta Andalucía sangrienta y rencorosa, olvidada de sus monumentos que se arruinan, ha pasado por todos los cambiantes de la leyenda romántica y, después de inspirar a poetas, pintores y escultores, autores dramáticos y cómicos y escritores de costumbres y viajes, ha venido a ser tema interesantísimo de estudios sociológicos, de inquietantes filosofías, de entre cuyas conceptuosas mallas surge otra Andalucía desalentada y triste, decadente y arruinada, en la que imperan la miseria y la ignorancia y en donde apenas hay ya alientos para desarrollar una de aquellas tragedias de amores y celos africanos, de sangre derramada por el vengador de un insulto transmitido en una copla popular, por ejemplo.
Ni lo de ayer fue verdad, ni es cierto lo de hoy, y por ello comencé diciendo que, gracias a la fotografía y al fotograbado, las naciones que aún creen gracias a los libros y a los dibujos de Dumas, de Gautier, de Gustavo Doré y de otros escritores más modernos, que los españoles vamos por esas calles vestidos de toreros, llevando bajo la roja capa en una mano la espada de matar toros y en la otra la guitarra preparada para echar una copla ante la reja donde pelamos la pava, que todo eso es una fábula ridícula. Que aquí vestimos como en todas partes del mundo civilizado y que ni matamos moros, ni tocamos la guitarra, excepto los que al toreo se dedican y los que, como medio de vida, tocan aquel u otro instrumento músico. Felizmente, ni la fotografía ni el fotograbado pueden alterarla».
'La Andalucía, sus leyendas pintorescas y la Alhambra (I)'. En 'La Alhambra', número 547. 15/01/1922. Extraordinario XXV.
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