De Graná
Hay un loro en la calle Paz que regala música con el caféTomarse algo en la terraza del bar, viene acompañado de un concierto en directo. El artista se llama Serafín, un yaco rojo de 25 años capaz de pronunciar algunas palabras, lo que ha provocado alguna que otra anécdota entre los paseantes
En la calle Paz se camina suave, casi de puntillas. Por mucha prisa que tenga uno, los pies se frenan poco a poco hasta que ... dejan de tocar el suelo con tal de no hacer ni un ruido más de la cuenta. En la terraza de la Cafetería El Rincón de Carmen, una pareja bebe de sus tazas sin mediar palabra. Si se tienen que decir algo, se susurran o se hacen gestos. Un guiño, un dedo golpeando el reloj, una mano en alto para pedir la cuenta. Es fácil identificar a los paseantes accidentales, esos que atraviesan la calle sin miramientos, con el móvil en la mano o la agenda en la cabeza. Pero todos, sin excepción, terminan buscando un silencio cómplice para escuchar al artista.
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El artista es un loro asomado por la ventana de un segundo piso. Apenas se intuye, pero está allí, tranquilo e impasible, buscando la inspiración como el bardo de la aldea gala. Solo que él, a diferencia de Asurancetúrix, suena a las mil maravillas. Su silbido ondulante y precioso es como el canto de las sirenas que atrapaban a los marinos de Ulises. «Me tomo el café y me quito el Spotify», sonríe un cliente del bar, con los cascos colgados al cuello.
Llamo al porterillo y pregunto por el loro, pero nadie responde. Entonces aparece un hombre que viene de hacer la compra y abre la puerta con sus llaves. ¿Sabe usted de quién es el loro? «Por supuesto –responde sonriente–. ¡Es mío! Ven, sube, que os presento». Luis es un maestro jubilado de 72 años que pasa sus días entre libros y discos de música. «Te presento a Serafín. Serafín, saluda». El loro, Serafín, hace uno sonidito corto y rápido, como la bocina de un coche pero más agradable. «Te está dando un beso».
Serafín es un yaco de cola roja y tiene 25 años. El pobre está despeluchado, así que pienso que le pasa como a los perros, que un año suyo equivale a siete nuestros. «¡Qué va! Serafín es un chaval, pero está cambiando las plumas, no le pasa nada. Lo mismo le da vergüenza que le veas así –ríe Luis–. Estos pájaros viven cien años, así que le queda mucho que decir». Cien años de Serafín, vaya, que nos va a enterrar a todos. «Estos loros, dicen los expertos, tienen la inteligencia equivalente de un niño de tres años. Mira». Luis charla un rato con un Serafín y, de pronto, Serafín contesta: «¡Papá guapo!». De vez en cuando, Serafín dice algo por el balcón y alguien se gira buscando el origen. Los dos ríen al recordar alguna que otra anécdota, como si fueran dos adolescentes haciendo trastadas por el balcón.
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Hay un loro en la calle Paz que regala música. Si lo ven, digan «hola, Serafín».
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