Dentro de las Vistillas, el tesoro que ningún granadino ha pisado
Recorremos las estancias del enorme inmueble, un laberinto repleto de celdas y estancias curiosas que fue hasta 2018 un convento de clausura
Da la sensación, desde fuera, de que las ventanas están colocadas al tuntún sobre la enorme fachada del Convento de las Vistillas. La puerta ... de madera cruje tras introducir una larga llave que parece sacada del País de las Maravillas. La entrada, al ser centro de clausura, era el final. Los visitantes que accedían al vestíbulo en busca de productos caseros y conventuales -magdalenas, dulces típicos- no pasaban de aquí. Las monjas les atendían desde el otro lado, girando tornos y accionando timbres para comunicarse entre ellas. Hoy, sin embargo, la entrada es solo el principio.
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Tras el vestíbulo, un corredor da acceso a varios pasillos y un patio, configurando la que será una de las ideas que marque la visita a este lugar: es un laberinto.
Siguiendo el pasillo principal, llegamos a la que fuera la iglesia, la capilla, que cuenta con una estancia aledaña donde se colocaban las monjas durante la misa, detrás de una reja, ya que ellas no podían estar en el templo. Y muy cerca de la iglesia, en pleno pasillo y debajo de una enorme losa de piedra, hay una cripta donde se enterraron decenas de monjas.
En esta misma zona hay dos salas que las monjas usaban para recibir posibles visitantes. Bajando, encontramos la cocina y el comedor, con varias salidas al jardín exterior y a otras salas de trabajo donde preparaban sus productos.
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Una vez que empiezas a subir escalones, la sensación de laberinto se incrementa exponencialmente. Hay recodos a los que, para acceder, hay que subir para después bajar. Incluso hay cuartos de baño en esquinas inesperadas. Todo rodeando un precioso patio con un pozo en el centro.
Los largos pasillos, por los que cruza la luz a través de grandes ventanales, están rodeados por 37 habitaciones, las que fueran celdas de las religiosas. Cada pequeña celda tenía un pequeño armario, un lavabo y una cama. Entre celdas y celdas, aparecen pequeños salones con sillones y espacios para ver la televisión y escuchar la radio.
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En la parte más alta del edificio, sin salir al exterior todavía, una gruesa puerta da acceso al campanario. Un lugar precioso e imponente, desde el que se puede ver las entrañas del artesonado, la estructura del techo y la cúpula de la iglesia: espectacular.
Dos de las tres campanas, visibles desde la calle, tienen inscripciones. «Inés María de los Dolores, Fundición Manuel Rosas, Torredonjimeno. 1954»; y «Constantino Linares Ortiz, 1928».
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Bajamos de nuevo para, desde el comedor, salir al gran jardín, en la planta baja. Fuera hay un pila para lavar, un corral para animales y otro pequeño cementerio.
De vuelta a la parte de arriba -pero desde otra escalera-, llegamos a la terraza, enorme, con unas vistas espectaculares de Granada sobre el río Genil. Lo cierto es que, pese a estar tan cerca de la ciudad, reina un silencio casi campestre.
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Cuando el Convento de las Vistillas abra sus puertas, convertido en templo budista, podrán ver todo esto con sus propios ojos. Pero eso será, como pronto, en 2026.
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