Abanicos, botellas de agua y camisetas de tirantes en el día del niño del Corpus de Granada
Entre granizados, mareos y casas del terror, los niños hacen suyo el Corpus a 35 grados
A las seis y media de la tarde, cuando el asfalto ya cruje bajo las chanclas y el aire se puede cortar con un cuchillo, ... el recinto ferial del Corpus empieza a llenarse de niños. Hoy es martes, Día del Niño, las atracciones cuestan 3 euros y en Granada hace 35 grados como si estuviera escrito en el BOJA. Pero ni el calor ni el sol consiguen parar la estampida infantil hacia las atracciones.
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Eso sí: este año no hay música. La zona de cacharritos ha silenciado sus altavoces como medida de inclusión para niños con TEA. Un gesto que ha permitido que más familias puedan disfrutar de la feria sin el estrés que genera el exceso de ruido. Y, curiosamente, en medio de tanto silencio inesperado, se escuchan mejor las risas, los gritos de emoción y los padres renegando y suspirando un «qué calor, madre mía».
Con tanto calor, las atracciones de agua han sido el centro del universo. «A mí la que me gusta es la de los troncos, que te mojas y refresca. Es como una piscina, y súper divertido», dice Cloe, de ocho años, vestida con su traje de gitana rojo de lunares blancos, los brazos empapados y el flequillo pegado. Su amiga Noa le hace eco: «Yo ya me he montado cuatro veces».
Las colas para mojarse no eran tan largas pero había niños que hacían planes de futuro desde la fila: «Primero nos mojamos, luego un granizado y luego por la noche a la casa del terror», proponía uno con la camiseta del Betis. Y todos asentían como si eso fuera un plan de evacuación.
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Por la tarde, agua. Por la noche, miedo. Esa era la estrategia dominante. «Yo estoy esperando que anochezca para ir a la casa del terror», dice Manuel, de doce años. «Porque de día da risa, pero de noche asusta de verdad y todos los años vamos, es religión». Su amigo añade: «El año pasado me salió un zombie pero es divertido, no da tanto miedo». El susto, en la feria, se valora como un premio.
Mientras tanto, hay atracciones que dividen opiniones. La Rana XXL, por ejemplo, no sale muy bien parada. «Eso da vueltas y no hace nada. Sólo marea», dice Carolina, de trece. «Yo me bajé blanca», confiesa su madre. «Es como cuando te pones a dar vueltas en el salón, pero encima te cobran».
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Otros niños no se pueden montar todavía en lo que más desean. «Quiero subir al barco pirata, pero no llego al cartel», dice Mateo, que mide poco más de un metro y lleva todo el día comiendo chuches como si eso lo fuera a estirar. «El año que viene sí», afirmaba su padre tocándole la cabeza.
Las escenas que se repiten por todo el recinto son dignas de postal: madres sacando abanicos como si fueran navajas flamencas; padres sudando en modo silencio; niños medio secos, medio mojados, con churretes de granizado bajando por el codo. Este año, sin música, todo se escucha mejor: los crujidos de las atracciones, los chillidos de los críos, los abuelos que lo narran todo como si fueran reporteros. El Corpus sin banda sonora es otro, pero no menos feria.
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Y aunque no haya «Paquito el chocolatero» a todo volumen, las ganas de fiesta están intactas. Entre gritos, globos, pistolas de burbujas y premios horteras, el Día del Niño avanza como un desfile sin fin. Algunos niños mareados, otros empapados, y todos felices. Nadie se quiere ir.
«No quiero que se acabe», dice una niña mientras arrastra una pelota del tamaño de una lavadora. Y su padre, con el pelo empapado y los tickets ya exprimidos, responde con la sabiduría de quien ya ha pasado por esto:
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«Tranquila. Aún queda noche».
Hay quien ya va arrastrando los pies, con el premio de la tómbola bajo el brazo y los mofletes rojos como pimientos. Otros siguen dándolo todo, negociando una última ficha con cara de pena. Los padres, fundidos pero sonrientes, se abanican con lo que pillan. Algunos llevan una hora diciendo «la última». Pero aquí nadie se va. Que aún queda noche, y el barco sigue girando.
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