«Es un gran alivio pero necesitamos ayudas para recuperar nuestra vida»
En la explotación de los Vizcaíno necesitarán tres años de trabajo para compensar las pérdidas de un encierro que deja secuelas a las ovejas
La explotación de los hermanos Salvador y Sergio Vizcaíno, ganaderos, se encuentra a ocho kilómetros del último de los focos de viruela ovina detectado en ... la región. Como medida de seguridad, sus mil ovejas han pasado 74 días encerradas, sin poder salir a pastar al campo, en los que se han comido 600 euros diarios en pienso, alfalfa, grano, forrajes y pulpa de naranja. 74 días con 74 eternas noches que Salvador ha pasado en vela pensando en dónde estaría el límite, cuánto tiempo más podría pagar al proveedor del pienso y dándole vueltas a qué haría con sus mil cabras y ovejas si llegaba el día en que ya no les quedaran ahorros para alimentarlas. El levantamiento de las restricciones a la movilidad decretado el pasado 17 de enero por la Junta ha supuesto un «gran alivio» para estos ganaderos, pero la pesadilla de la viruela no ha terminado por el reguero de pérdidas económicas acumuladas y las secuelas que deja en los animales.
Cuando empezó el encierro, las ovejas de Sergio y Salvador «se volvieron locas» apostadas frente a las vallas de la explotación. Se mordían ellas mismas y se arrancaban la lana a bocados del estrés. «Hace cuatro meses estaban preciosas y ahora están peladas de los pellizcos que se han pegado, por eso aunque volvamos a tener libertad ahora no las podemos sacar mucho con este frío porque se enferman», explica Salvador, que tendrá que seguir asumiendo gastos de alimentación complementaria. Los días de confinamiento los ha vivido como un suplicio, angustiados sin ingresos mientras los gastos se multiplicaban, aterrados ante la posibilidad de un contagio e impotentes de ver sufrir a los animales. «Estaban estresadas perdidas, ellas son de campo, es como si encierras a un ciervo», apunta.
Los hermanos Vizcaíno, que solo con mirarlas saben cuando una de sus ovejas está mala o si va a parir esa noche, explican que ahora las pobres se resentirán al volver al campo y por el cambio de alimentación. «Al que lleva mucho tiempo sin hacer deporte le salen agujetas y a ellas igual, se les blandean las pezuñas y se aspean (les duelen las patas)», relatan. Pero en mitad del desastre y a pesar de todo lo que han sufrido, al menos sus ovejas están vivas.
«Para recuperarnos de las pérdidas económicas acumuladas necesitaremos dos o tres años... del daño psicológico no hablamos, eso se queda ahí», resume Salvador, que no puede evitar emocionarse.
«Que los animales puedan salir a pastar es un alivio muy grande, pero ahora necesitamos ayudas para poder salir adelante y retomar nuestras vidas». Es la única vida, de amor a las ovejas, que han conocido desde niños, «porque o lo mamas de chico o no eres ganadero, esto muy sacrificado».
«Me han matado a mis 321 ovejas y algo de mí se ha muerto con ellas»
Las 321 ovejas que le han matado al ganadero Antonio Galera Tello eran hijas de las hijas, de las hijas de aquella primera que le compró su padre cuando tenía apenas quince años. A todas y cada una las había visto nacer y las había criado. A todas y cada una de las suyas –la rubia, la del lunar...– las reconocería mezcladas entre un millón.
Llevaban ya unas semanas encerradas bajo las restricciones cuando se confirmó el foco en Benamaurel, la zona cero de la viruela en Andalucía, y una tras otra, fueron cayendo las ovejas de sus vecinos. «Cuando me tocó y me dijeron que tenía que sacrificarlas a todas, a las grandes y a las chicas, me puse loco de la cabeza, se me vino el mundo encima», relata Antonio, que asume que la pérdida de su rebaño es «lo peor que me ha podido pasar en la vida». «No pude quedarme a ver cómo las mataban», recuerda con una angustia en el pecho que le asfixia aún dos meses después.
Antonio sigue de luto, viviendo un duelo personal que le tiene con el estómago «retorcido» y le impide dormir. Incluso ha dejado de ir al bar por no repetir explicaciones ni recordar la historia cuando sus vecinos con la mejor de las intenciones se interesan por cómo está.
Todavía le duele demasiado. «Me han matado a mí también, así lo digo porque así lo siento. Algo de mí se ha muerto con ellas, Para mí eran más que animales y eran 40 años de trabajo. No las había comprado, a todas las había criado yo y me ha dolido mucho», cuenta. No le da vergüenza admitir que en estos meses ha llorado como un niño.
Empezó subiendo el agua a cubos desde la acequia y tras años de esfuerzo y sacrificio tenía una explotación con todo pagado y un negocio al que le veía luz. Ahora se ha quedado sin ovejas, pero cada día sigue yendo a la finca. «Me oían llegar en la moto ya estaban graznando, ahora me retumba el silencio», dice.
Lo de la ruina económica que se le ha venido encima es otro capítulo. Calcula que ha perdido más de diez mil euros tan solo por lo borregos que iba a vender apenas días antes de que se detectara el brote. «Me los iban a pagar a 106 euros y ahora tendré que esperar la indemnización por sacrificio que paga el Gobierno que es 43 euros. El pienso que se habían comido, más de 2.200 euros, también lo he perdido», explica.
Además espera que se agilicen los pagos de las ayudas para la limpieza, ya que ha tenido que adelantar más de tres mil euros para la desinfección de la explotación que tendrá que estar seis meses sin animales. «Se que el rebaño que tenía ya nunca lo voy a volver a tener, a mi me han sesgado la vida, pero ¿con 55 años donde voy? ¿a la obra? Tendré que volver a empezar cuando se pueda, no me ha pasado por la cabeza rendirme», concluye.
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