Juan Manuel y Nuria pasaron por casa para examinar desperfectos y coger ropa. RAMÓN L. PÉREZ

Caos en Santa Fe: «La gente chillaba y corría. Pasamos la noche en la calle»

Cientos de vecinos de la localidad intentaron conciliar el sueño en sus coches o alrededor de hogueras en los descampados

Javier Morales

Granada

Miércoles, 27 de enero 2021, 17:49

En Santa Fe recitan las magnitudes de los terremotos como la tabla del dos. Hubo uno de 4,2, otro de la misma intensidad y ... un tercero de 4,5 grados en menos de veinte minutos. Con este último temblor, el de las 22.54 del martes, los vecinos se echaron a la calle con mantas, agua y el móvil en la mano. Sacaron los vehículos de sus cocheras y los aparcaron lejos de las viviendas. Se sentaron en sillas de plástico y prendieron hogueras mientras se sucedían las réplicas que esta mañana también enumeraban de carrerilla: sintieron nueve, de hasta 2,8 grados, antes del amanecer. Cientos de vecinos pasaron la madrugada al raso por miedo a que sus casas se vinieran abajo.

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La localidad, asentada sobre la falla de Sierra Elvira, está de sobra acostumbrada a terremotos puntuales. Pero nadie está preparado para un rosario de temblores como el del martes noche. Los vecinos recuerdan los seísmos del 56 y el 79, pero muchos coinciden en que nunca habían vivido un episodio con tres golpes de tanta intensidad, en tan escaso intervalo de tiempo y solo tres días después de otro movimiento de magnitud 4,4.

«La gente chillaba y corría. Pasamos la noche en la calle porque parecía que las viviendas se iban a caer». Juan Manuel Rodríguez y Nuria Arias son dos de los 15.222 empadronados en Santa Fe, y esta mañana han acudido a su casa a primera hora para observar los daños, entrar a por lo imprescindible para pasar otro día en la calle y salir. No habían dormido nada. Hicieron noche en la explanada del recinto ferial de Los Frailes, ocupado «por unos 80 o 100 coches» y cientos de personas. «Era donde menos se notaban los terremotos. Hicimos hogueras porque hacía mucho frío».

Junto a su pequeño, vestidos con chándal y pijama, han observado los azulejos caídos en su fachada, la de una vieja vivienda en el perímetro de los cuatro arcos históricos. Por detrás del inmueble había un grieta «con mala pinta». Al lado, un muro resquebrajado. Con ojos de sueño y resignación, pasaron por casa y se despidieron con la confianza de poder conciliar el sueño en la noche del miércoles.

En Los Frailes quedaban tres familias y una docena de vehículos aparcados a media mañana. Junto a una de las hogueras que dieron luz y calor a la madrugada de terremotos, José Manuel, Dolores y los suyos pedían ayuda:«Queremos que nos instalen una carpa.El alcalde no nos ha hecho ni caso. Ni han venido médicos. Solo protestaron porque no teníamos mascarillas. No nos trajeron ni leche para los niños».

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Una de las familias conversa alrededor de las cenizas de la hoguera. RAMÓN L. PÉREZ

Noche sobre ruedas

No solo el descampado fue un punto de encuentro para las familias. A lo largo de la Avenida de la Hispanidad, los conductores se dispusieron en hileras, lejos de cornisas y chimeneas. Félix Gutiérrez salió con su mujer y sus dos hijos. Y pudo dar alguna cabezada en el coche, pero en la mañana de ayer tenía la sensación de vivir «en un sueño». Su testimonio resume el sentir de tantos santaferinos que no encontraban palabras para describir la madrugada. «La noche fue terrible y estoy un poco alterado. Histérico. No sé cómo llamarlo. Hemos pasado una noche de miedo, de tensión. Estoy olvidadizo. Cuando hay un problema al que no puedes dar solución, el enigma está siempre ahí, y uno no sabe si va a venir otro terremoto. En la calle donde nosotros vivíamos había un montón de coches aparcados. Acabamos como 'zombies', de un lado para otro».

Francisco fue más pragmático. Se metió en la cama, «y que sea lo que Dios quiera». Del revuelo en la madrugada se enteró ayer en el corrillo de la Plaza de España, el lugar en el que horas antes coincidieron más de 100 personas tras la triada de sismos. Junto a la parroquia de la Encarnación, pero lejos de sus torres, hubo ancianas en sus sillas, niños arropados en el suelo y jóvenes que iban de un lado a otro con la mirada clavada en una lista de réplicas que actualizaban sin parar en el móvil. Volaron los bulos, como esa predicción sin fundamento que alertaba de una gran sacudida a la una de la madrugada.

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Fuera del municipio

Otros optaron por subir al coche y abandonar el municipio con lo puesto. La localidad de las Capitulaciones está confinada, con una incidencia superior a los 500 casos de coronavirus por cada 100.000 habitantes, por lo que no se puede entrar ni salir sin justificación. La noche de los terremotos fue suficiente motivo para dejar de lado el toque de queda y el cierre perimetral. Pero no todo estuvo permitido: Policía Local y Guardia Civil vigilaron para que, dentro de la confusión, nadie olvidara mantener las distancias y usar la mascarilla.

Los voluntarios de Protección Civil estuvieron hasta las seis de la mañana atentos a los daños; no solo a los físicos, en las viviendas, sino a «lo psicológico». Encontraron nervios, miedo y crisis de ansiedad. Atendieron a los mayores y niños –que ayer no tuvieron clase presencial– barrio por barrio. Y tuvieron que explicar que no había motivos para arrancar el coche y abandonar el municipio. «Tranquilizamos en la medida de lo posible. Había gente que quería salir del pueblo, que querían abandonar Santa Fe, y les comentamos que no era necesario. Sí podían tomar el aire y estar una hora o dos fuera, por las réplicas», cuenta José Luis Peinado, jefe de Protección Civil.

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El Ayuntamiento abrió parques y campos de fútbol para dar cobijo al aire libre –valga el contrasentido– a los vecinos que no quisieron entrar en casa. Fueron cientos los santaferinos que hicieron noche en la calle y no dejaron de ojear esa lista que recitan de memoria: 4.2, 4.2, 4.5, 3.7, 3.2, 3.5...

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