La increíble vida de Fernando Miranda, el granadino que estuvo allí
«He sido feliz» ·
Fundó la primera banda de rock de Granada, precursora de Los Ángeles, y el primer club de la ciudad, el Radar. Amigo, productor y mánager de Miguel Ríos. Trabajó en Hollywood y Triana nació en su casa. Trajo la pieza clave para el Mundial de Esquí de Sierra Nevada y fue traductor de Obama. Autor de la novela 'Crudo'. Reabrió La Trastienda, el local de su familia, como un barLos dibujos de Jesús Conde bajan por las escaleras como notas musicales en un pentagrama. «El despacho está abajo», indica Fernando Miranda. «Después de andar ... me vengo aquí, a escribir». La sala es una acogedora biblioteca con 2080 libros perfectamente ordenados y catalogados en las estanterías: Muñoz Molina, García Márquez, Shakespeare, Clint Eastwood… «Mira, este lo traduje yo», dice conforme saca un ejemplar de 'La biblia en España', de George Borrow. «Antes solo existía una edición censurada que hizo Manuel Azaña, de joven. Modestamente, le corrijo la plana a don Manuel», ríe divertido.
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En el respaldo de la silla del ordenador hay una camiseta de Sierra Nevada 96 encajada, como si fuera un maniquí. «Me gusta el recuerdo», guiña. Y ahí, sentado cómodamente, inicia un viaje que empieza en la Granada de 1950 y acaba aquí, en el hogar que comparte con Calista, su esposa, y Adrián, su hijo. Un viaje de película en el que es testigo y protagonista de todo tipo de peripecias, una suerte de Forrest Gump a la granaína: fundó la primera banda de rock de Granada, precursora de Los Ángeles, y el primer club de la ciudad, el Radar. Trabajó en Hollywood y entrevistó a Dalí para un documental sobre Lorca que nunca se terminó. Triana nació en su casa y consiguió la pieza clave para el Mundial de Esquí de Sierra Nevada. Ha traducido a Obama y a otra veintena de autores. Transformó el local de su familia en el Bar La Trastienda, en el Realejo. Y, desde el principio, fue amigo de Miguel. De Miguel Ríos.
–Usted y Miguel Ríos comparten un principio.
–Tengo la misma edad que el señor Miguel Ríos Campaña, 78 años. Y sí, mirando a otros coetáneos, la verdad es que estamos hechos unos chiquillos (ríe).
–¿Desde cuándo son amigos?
–Somos amigos desde que teníamos 15 años, cuando Miguel trabajaba en los almacenes Olmedo. Nos conocimos porque yo fundé el primer grupo que se hizo en Granada, los Grey Star, una banda muy efímera, pero presumíamos mucho porque teníamos una guitarra eléctrica (ríe).
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–¿Qué pasó con los Grey Star?
–Me fui a la mili y se disolvió, pero de ahí salió Agustín Rodríguez Ampudia, al que yo siempre he llamado Pepito, su nombre real, y dio origen a Los Ángeles. Luego, cuando volví de la mili, Pepito y yo fuimos socios del primer club que se hizo en Granada.
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–¿Un club?
–¡El Radar! Fue la modernidad más descarada. El Club Radar fue un hito en Granada, realmente. Teníamos socios con taquillas propias para que guardaran sus botellas de licor y, cuando iban con sus amigos, pedían vasos en la barra y se servían. ¡Y teníamos dos platos! Fuimos los primeros en tener un disc jockey, que la mayoría de las veces era yo. Eso fue en el año 66 y estaba en la Plaza del Campillo, justo detrás de la Diputación...
«Mi primer negocio fue un alquiler de tebeos, cuando tenía 8 años»
–Así que empezó con la música.
–No, no. Lo que me gustó desde el principio fue leer. Mi primer negocio fue un alquiler de tebeos, cuando tenía 8 años (ríe). En la Plaza de Cuchilleros, en el local de mi padre.
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–¿Qué era ese local?
–Una tienda de ultramarinos y de jamones. Él era famoso en Granada: Fernando el de los jamones, un mote que venía desde mi bisabuela. Cuando mi padre se jubiló decidí reabrirlo y se convirtió en La Trastienda, que sigue hoy día. Fue un éxito notable y allí nació el claustro de La Trastienda, formado por gente muy ilustre: Pepe Heredia, que en paz descanse; Alejandro Víctor García, Tito Ortiz, El Parrón, Ataulfo Heredia, Miguel Haguerty… Era una reunión de gente extraordinaria donde hablábamos de lo humano y de lo divino. Nos hacíamos llamar profesores del claustro (ríe).
–¿Pero usted dejó La Trastienda, no es así?
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–Me fui a hacer otras cosas y se lo dejé a mi hermana, que es la que rige ahora con sus hijos, Luis y Raúl. Concretamente, me llamaron de Sierra Nevada para el Campeonato Mundial de Esquí Alpino de 1996. Resulta que era de los pocos que por aquel entonces podía hablar ingles fluidamente en Granada y me encargué de toda la actividad en el extranjero: Suiza, Alemania, Japón… Se hizo una promoción muy fuerte y muy eficaz con todas las federaciones de esquí mundiales.
«Traje de Japón lo que facilitó que se hicieran los mundiales con rigor: el 'cheking list'»
–Tuvo que ser una aventura.
–Sí, estoy muy orgulloso de aquello. Conseguí traerme de Japón lo que facilitó enormemente que se hicieran los mundiales en Granada con el rigor con el que se hicieron:el 'cheking list'. Verás, hice amistad con un japonés, Akimura Sato, y cuando fui a verlo me regaló un libro donde figura lo que debe pasar minuto a minuto en un campeonato del mundo de esquí alpino: qué hacer, dónde estar, cuándo... todo. Desde el principio hasta el final del día. Aquello fue fundamental.
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–¿Y por qué hablaba ese inglés tan fluido?
–En el Club Radar conocí a una chica americana que había venido a estudiar español a Granada. Nos enamoramos y me fui a vivir con ella a Los Ángeles, California. Le dije a Pepito (Agustín de Los Ángeles) ¿te interesa mi parte del Radar? Me dijo que sí y se la vendí por 300.000 pesetas de la época...
«Cuando me gradué, entré en una compañía pequeña que tenía la oficina en el primer estudio de Charles Chaplin»
–¿Qué hizo en LA?
–Resulta que esta chica, Joanne Medeiros, que luego sería una ejecutiva muy destacada de revistas como Elle, vivía en Bel Air, en Beverly Hills. Me casé con ella. Su padre tenía una fundición de aluminio y empecé a trabajar allí. Era duro, pero mi interés era aprender inglés. El día que medio dominaba el idioma le dije a Frank, mi suegro, que quería hacer otras cosas y me matriculé en la Columbia College de Hollywood, donde estudié cine. Cuando me gradué, entré en una compañía pequeña que tenía la oficina en el primer estudio de Charles Chaplin, el Producer Studio. Fue una época muy interesante de mi vida, hasta que Joanne y yo nos separamos y me volví a España.
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–¿A Granada?
–No, a Madrid. Me interesé por el tema de la música, con Miguel (Ríos), pero en lo relacionado con la producción. Miguel vivía en Torrejón de Ardoz, cerca de una base militar americana. Yo vivía con él y me involucré en el disco que sacó entonces, 'La huerta atómica', que curiosamente no tuvo un gran éxito popular pero que se ha convertido en un objeto de culto. En Japón, ese disco vale 2.000 dólares. Durante un breve espacio de tiempo fui su mánager. Luego dejé de vivir en su casa y me fui con Eduardo Rodríguez Rodway y los demás.
–Eduardo, de Triana. Dicen que el grupo nació en su casa…
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–¡Cierto es! Vivía con Eduardo, su mujer y su hijo; y con el Tele y su mujer. Todos allí. Me acuerdo que decidieron hacer un grupo y en un principio iban a ser ellos y Jesús de la Rosa con Lole y Manuel, que todavía no eran Lole y Manuel. Discutieron y se quedaron ellos tres, los que terminarían siendo Triana. A lo largo del proceso estuve allí, muy involucrado. No diré que soy un Triana más, pero aporté mi granito de arena.
–¿Y cuándo regresa a Granada?
–En 1968. Decidí reabrir el establecimiento de mi padre y empezamos con La Trastienda. Por ahí me casé con Calista. Luego vendrían los mundiales y, entre medias, empecé a traducir para la editorial Almed. Tengo una veintena de títulos traducidos.
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–¿Como cuáles?
–Empecé con un libro que cayó en mis manos buscando otras cosas: 'Gazpacho o meses de verano en España', de William Clarke. Fue un éxito y el propio Ian Gibson me llamó desde Inglaterra para pedirme un ejemplar. A partir de ahí, 'Australia', de Phillip Knightley; 'Constantinopla', de Philip Mansel; 'Mi juventud', de Winston Churchill'… Y Obama, claro, soy traductor de 'Los sueños de mi padre', de Barack Obama. Hace un tiempo decidí editar mis propios libros, en Amazon, y he iniciado una serie sobre autores en los que me he especializado como George Borrow o Richard Ford.
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–Y es autor de una novela.
–Sí, 'Crudo: La ignota vida y conocida muerte de Diego Corrientes Mateos'. Es un personaje andaluz tremendo, se le conocía como el bandido generoso. En los 50 había hasta tebeos suyos, pero lo cierto es que había muy poco escrito de él. Su historia es increíble. Escribir un libro es una de las satisfacciones que te da la vida.
–De los libros también nació 'Rimado de ciudad' (1983), el disco con poemas de Luis García Montero.
–¡Rimado! Ya no me acordaba. Me llamaron porque era el único que sabía hacer un disco en Granada en aquel tiempo. Fue con TNT y Magic, con Jesús Arias, en paz descanse. Fue una maravilla… también ha quedado como otro disco de culto que se vende caro.
–Parece que el tiempo pone las cosas en su lugar.
–Pero hubiera estado bien tener ese éxito en aquella época… (ríe) Se hizo con mucha ilusión, igual que el 'Cinco a las cinco' de Miguel Ríos, una canción que nació un día, paseando por Granada, cuando encontré un montón de octavillas por el suelo convocando a la gente al primer 'Cinco a las cinco', en el Hospital Real y luego en Fuente Vaqueros. Vi aquello y le escribí una carta a Miguel convocándolo, una carta que empezaba así: «El cinco a las cinco, mi querido hermano, Granada te espera…», que es también como empieza la canción de Miguel. Me siento muy orgulloso de haber participado en ese tema.
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«Robé una primera edición de 'Impresiones y paisajes' de la casa de Lorca. Años después, lo devolví»
–¿Es usted muy lorquiano?
–Sí, desde luego. Cuando estaba en Los Ángeles me vine aquí con un profesor de la College, Edmund Penney, actor y guionista ('La balada de Cable Hogue') para rodar un documental. Grabamos en la casa de Federico, en Fuente Vaqueros, en Puerta Real, etcétera… Entrevistamos a gente extraordinaria, como a Francisco García Lorca o Salvador Dalí...
–¿Qué pasó con ese material?
–Nunca se terminó la película. Estuve indagando para recuperar las grabaciones, pero no lo conseguí. Quería dárselas al Centro Lorca, al que le he dado muchas cosas… como un libro, una primera edición de 'Impresiones y Paisajes' que, bueno, lo robé de su casa.
–¿Cómo dice?
–Sí, lo robé, confieso mi culpa. Robé el libro cuando fuimos a la casa de Federico, todo estaba en un baúl, con los diseños de Hermenegildo Lanz doblados… Había como 30 ejemplares de 'Impresiones y paisajes' y me quedé uno. Luego, años después, lo devolví. Pero la verdad es que me lo debí quedar, no por el valor material, sino por lo que supone para mí.
–Para alguien que ha visto Granada desde tantas perspectivas ¿qué impresión le da ahora?
–Todo ha cambiado. Cuando vivía en Estados Unidos y veía cómo era la vida allí, decía, cojones, cuando nos llegue esto nos va a matar. Y efectivamente nos ha matado. Los americanos tienen cosas muy buenas: emprendedores, optimistas, se enfrentan a lo que haga falta… pero luego sacan la vena tonta y tontos hay una barbaridad. Aquí nos hemos quedado con lo peor.
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–¿Y en hostelería?
–Nosotros nos hicimos famosos porque inventamos el tema de las tablas: la de quesos, la de embutidos. Poníamos cosas muy buenas, en abundancia y bien puestas. Ahora veo que la gente está más en la gilipollez de montar un plato bonito que en lo que contiene. Ahora todo está en poner copas muy grandes y nosotros poníamos vasitos así de pequeños de vino de la Costa a cinco duros. Y le encantaban a todo el mundo.
–¿A favor de la tapa?
–Forever.
–Después de todo... ¿cómo se define?
–Aprendiz de mucho y maestro de nada. Pero me ha encantado todo, he sido feliz. Aunque si hubiera nacido en el Quattrocento hubiera sido el más feliz del mundo, ahí, sentado en un lado del taller de Miguel Ángel:traiga usted, que ya le limpio el pincel. Y mientras mirando y aprendiendo, más a gusto que nadie.
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