El Sacromonte que no quiere convertirse en una postal

Los vecinos reivindican un barrio habitable, que se invierta en su futuro sin perder sus raíces

Domingo, 27 de julio 2025

El barrio amanece tranquilo. Un grupo de turistas en bici de montaña se arriesga a bajar la empedrada Vereda de Enmedio mientras, desde alguna cueva, ... se escapan los ecos del taconeo flamenco de un ensayo. El bus serpentea colina arriba y una pareja de franceses intenta entrar en la casa de Curro Albaicín que, aunque lo parezca, no es un museo abierto al público. A saber cómo han metido el coche hasta la puerta de Casa Juanillo. En la calle, los vecinos se saludan con familiaridad. Aún queda algo de pueblo en este trozo de Granada suspendido entre la realidad del día a día y el mito.

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«Éramos como salvajes», recuerda Curro Albaicín sobre su infancia, con una sonrisa que entrelaza orgullo y nostalgia. «Dormíamos bajo las estrellas, vivíamos con las puertas abiertas y las hogueras nos calentaban en invierno». Una infancia pobre, sí, pero rebosante de comunidad. «Todos eran una familia», añade Judea Maya, hija del legendario Manolete, reflejada en el espejo de una de las aulas donde hoy se imparten cursos de flamenco.

El barrio se vació tras las inundaciones de 1963 que hundieron varias cuevas. Las autoridades obligaron a marcharse a muchos vecinos, y pocos regresaron. Curro, sí. «No podía vivir ni en el Albaicín, de tan dentro que llevaba el Sacromonte. Ahora no lo dejaría por nada del mundo».

«La Capitalidad puede ser la oportunidad de retomar la idea de convertir la zambra en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad»

Curro Albaicín

Artísta flamenco

«Los que lideran las zambras deben ir de la mano»

Judea Maya

Directora de las Escuela Internancional de Flamenco 'Manolete'

Desde la Cuesta del Chapiz, a la altura del Peso de la Harina, arranca el camino hacia el monte de Valparaíso: un sendero de colores vivos que serpentea entre cuestas y recodos, regalando vistas de agreste belleza. A la derecha, el río Darro discurre perezoso y alegre en el fondo del barranco. A la izquierda, las cuevas, deslumbrantes de cal, coronadas por alguna chumbera superviviente de la plaga de cochinilla.

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Entre la raíz y el escaparate

En el Barranco de los Negros se alza el Museo de las Cuevas del Sacromonte, un centro de interpretación dedicado a preservar y difundir la historia, la cultura y el entorno natural del barrio. «El Sacromonte es un espacio de transición entre lo urbano y lo rural», explica Juan Güeto, miembro del equipo del museo. «Es muy frágil y, si no se cuida, corre el riesgo de convertirse en un parque temático».

Esa fragilidad no es una metáfora, es una realidad diaria. «Hay que escuchar a la gente que vive aquí, facilitarles la vida y no saturar su espacio», advierte Alfredo Lombardo, poeta que sigue cuidando con mimo un huerto junto al barranco. «El Sacromonte siempre será una postal típica, tópica, folclórica», añade con resignación.

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Pero no se puede vivir en una postal. Se necesitan servicios básicos: tiendas, farmacias... La lucha vecinal ha logrado pequeñas conquistas, como que el autobús pase cada 15 minutos, pero siguen siendo insuficientes. Va lleno, y los microbuses turísticos que suben a las zambras y estacionan en el Camino, bloquean una calle ya de por sí angosta.

«Este barrio no está preparado para el turismo»

Laura Sánchez

Presidenta de la Asociación de Vecinos del Sacromonte

«Es muy frágil, si no se cuida corre el riesgo de convertirse en un parque temático»

Juan Güeto

Miembro del equipo del Museo Cuevas del Sacromonte

Por otro lado, la normativa urbanística, rígida y restrictiva, dificulta la rehabilitación de las viviendas y empuja a los jóvenes a marcharse. «Tenemos terreno, pero mi hijo tuvo que irse a vivir a Albolote porque no pudimos hacer obras», lamenta María Francisca Cano, vicepresidenta de la Asociación de Vecinos.

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Mientras tanto, el paisaje del barrio cambia. Algunas cuevas han sido rehabilitadas por extranjeros, otras se destinan al alquiler turístico, y algunas han sido ocupadas, lo que ha generado un sentimiento creciente de inseguridad y desarraigo.

Aun así, la convivencia no es hostil. «Nos llevamos bien con los que vienen de fuera; estamos acostumbrados a trabajar con el turismo desde siempre», dice Curro Albaicín. Pero Judea Maya matiza: «Yo pediría un poco más de humanidad. Más conocimiento de la gente que vive aquí desde siempre, de las familias que, con su trabajo, le han dado nombre al Sacromonte».

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Curro Albaicín en su cueva. Javier Martín
Judea Maya. Javier Martín
Alfredo Lombardo. Ariel C. Rojas
Laura Sánchez, presidenta de la Asociación de Vecinos. Ariel C. Rojas
Juan Güeto. Javier Martín
Francisca Cano. Ariel C. Rojas

Laura Sánchez, presidenta de la Asociación de Vecinos, lo resume con claridad: «No podemos decir que el barrio viva del turismo. Quitando las zambras, no hay bares ni tiendas. No está preparado para el turismo». La falta de limpieza es otro problema enquistado. «Si este barrio estuviera en otra ciudad, lo tendrían maravilloso», lamenta Curro Albaicín.

La sensación de abandono institucional es compartida: «Granada solo presta atención al Sacromonte el día de San Cecilio».

Durante años, el contacto con la ciudad era esporádico, casi ceremonial: una procesión, una romería, alguna juerga juvenil que acababa en El Camborio. «El Sacromonte ha sido y sigue siendo una parte poco conocida por los granadinos», dice Francisca Cano. «Muchos lo redescubrieron durante el confinamiento, cuando se echaban a andar por sus senderos». Desde entonces, iniciativas culturales como las que propone el Museo de las Cuevas han acercado a muchos granadinos, no como turistas en su propia ciudad, sino como ciudadanos que miran al barrio con otros ojos.

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Oportunidad de la Capitalidad

La oportunidad para el Sacromonte que ofrece la candidatura de Granada a Capital Cultural Europea 2031 y la Bienal de Flamenco, es clara: fortalecer el reconocimiento del barrio y proyectar su identidad cultural, con el flamenco y la zambra como emblemas, más allá de nuestras fronteras.

«Puede ser el momento de recuperar el proyecto para que la zambra sea declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad», propone Curro Albaicín. Judea Maya añade que hay que trabajar unidos: «Que los que lideran las cuevas vayan de la mano». Y señala el potencial de los espacios culturales del barrio, como el auditorio de La Chumbera. Estos días, en la escuela que dirige, se imparten clases de maestros como José Maya, La Moneta, Farruquito o Antonio Canales. Cursos que convierten al barrio en un referente internacional del arte jondo.

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«Me gustaría que el Sacromonte del futuro fuera el de hace unos años»

Alfredo Lombardo

Poeta

«Nuestros hijos no pueden quedarse a vivir en el barrio»

María Francisca Cano

Vicepresidenta de la Asoación de Vecinos del Sacromonte

Pero no todo pasa por el flamenco. Para Juan Güeto la capitalidad podría ser palanca para la recuperación y puesta en valor del patrimonio natural del Valle del Darro. «El barrio, a día de hoy, no está preparado para aspirar a esa Capitalidad», advierte Laura, presidenta de la Asociación. La brecha entre el potencial y las condiciones actuales sigue siendo profunda.

El futuro

El Sacromonte mira al futuro con una mezcla de escepticismo y esperanza. No quiere ser un decorado, pero tampoco seguir existiendo en los márgenes. Necesita inversión, políticas valientes y una mirada institucional que lo entienda no solo como reclamo turístico, sino como lo que es: un ecosistema vivo.

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«Hace falta que Granada mire de una vez al Sacromonte como un motor de identidad y económico», resume Laura. Que lo mire, sí, pero sin romantizarlo, sin congelarlo en una postal. «Me gustaría que el Sacromonte del futuro fuera el barrio de hace unos años», concluye Alfredo Lombardo. Impulsar el Sacromonte, sí, pero para que vuelva a ser el de siempre.

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