51 años de la riada que azotó a Albuñol
Los supervivientes que vivieron en sus propias carnes la gran tormenta ocasionada por «la nube del 73» no olvidan «la desgracia»
Hace 51 años, el 19 de octubre de 1973, los vecinos de Albuñol y La Rábita vivieron una de las noches más «oscuras y desgarradoras» ... desde que se tienen registros. Lo que comenzó como una lluvia otoñal aparentemente «tranquila», típica de la temporada, se convirtió rápidamente en un torrente «imparable y desbordado» que, sin tregua, arrasó con todo lo que pilló a su paso.
Publicidad
MÁS INFORMACIÓN
Según los supervivientes, el día había amanecido con una leve llovizna, que, con el paso de las horas, fue creciendo en intensidad. Antonio, Rafael y Pedro, jóvenes en aquella época, recuerdan cómo aquel día, entre charcos y calles mojadas, parecía tan solo un típico episodio otoñal.
La noche cayó rápidamente, y con ella llegó la «verdadera oscuridad», rota únicamente por los rayos y truenos que iluminaban, de forma intermitente, un paisaje desolador. La gran riada que venía desde Albondón por el barranco de las Angosturas, fue arrastrando todo lo que había en su paso como piedras de grandes dimensiones que hicieron «tapón» en los cañones. El cauce de las ramblas se desbordó totalmente arrancando de cuajo todo lo que había a su paso. Personas, vehículos, animales, muebles, viviendas, todo se convirtió en «juguetes» que arrastraba la fuerza devastadora del agua. Las familias buscaron refugio como pudieron.
Aquella noche, según narra Pero, cayeron más de mil litros por metro cuadrado en cuestión de seis o siete horas. «Mi suegro tenía un empleado que tenía un aljibe y se le llenó en menos de dos horas», explica señalando la gran magnitud de agua que cayó ese día.
Publicidad
Al recorrer las calles al día siguiente, los vecinos vieron el alcance de la «destrucción» que la riada había dejado. Los daños materiales eran incalculables: puentes colapsados, carreteras intransitables, casas derrumbadas y un paisaje totalmente «desolador». Sin embargo, la pérdida más dolorosa fue, sin duda, la de las cuarenta vidas que se apagaron en cuestión de horas, dejando a familias destrozadas y a un pueblo sumido en el luto. Este dolor «irreparable» para sus supervivientes, se convirtió con el tiempo en una «profunda cicatriz», una marca en la memoria de los albuñolenses que ni los años han logrado borrar.
Los supervivientes aún recuerdan con escalofríos la multitud de cadáveres que bajaban por las calles del pueblo y se quedaban perdidos en el mar o sepultados entre el fango.
Por su parte, los vecinos que se salvaron de aquella «pesadilla» se aferraron a lo que tenían. Algunos pasaron horas a la interperie en los tejados de las casas, otros se refugiaron entre las lápidas del cementerio en lo alto de La Rábita. Cada uno donde podía para no ser arrastrado por la corriente.
Publicidad
Cicatrices que nunca cierran
Los meses posteriores, con el apoyo de las autoridades que visitaron la zona y la colaboración de todos los vecinos, comenzaron un duro proceso de reconstrucción. Todos trabajaron codo con codo para levantar nuevamente los puentes, restablecer las carreteras y reconstruir viviendas. Con el tiempo lograron recuperar la normalidad, y a raíz de este acontecimiento se tomaron medidas para mejorar las infraestructuras, intentando evitar una catástrofe similar en el futuro. Sin embargo, aunque se reforzaron los cauces y se implementaron nuevos sistemas de drenaje, el miedo persiste, sobre todo en los más mayores que vivieron aquella fatídica riada en sus propias carnes.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión