«He consagrado la vida entera a cuidar de mi hijo»
La perspectiva familiar ·
El trastorno mental de Isaac ha hecho soportar a su madre «carros y carretas». Juntos relatan sus años de lucha y el paso adelante que ha supuesto que haya logrado independizarseViernes, 28 de enero 2022
Con apenas cuatro años, su niño rechazaba los besos y los achuchones y no reaccionaba a las sonrisas. El sexto sentido de las madres advirtió ... pronto a María Isabel de que algo no iba bien. Ahí empezó el sufrimiento que define la vida con una enfermedad mental. Primero para el que la padece, pero también para quienes le rodean. Dolor y más dolor. Por eso para hablar de lo que ha supuesto en su casa el trastorno límite de personalidad que padece su hijo Isaac (42 años), María Isabel suelta una frase de las que se clava en el alma: «Una enfermedad mental destruye a una familia». Así de descarnado es su relato, por más que a su hijo lo adore por encima de todas las cosas.
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La entrega y la lucha han marcado la vida de esta auxiliar de clínica jubilada, madre de otra hija, cuatro años menor que Isaac. «He consagrado mi vida entera a cuidar de él y he sufrido muchísimo como madre. Su enfermedad me ha destrozado la existencia y el organismo, porque te vas desgastando y el cuerpo te pasa factura con enfermedades graves», cuenta María Isabel, que, aún agotada, saca fuerzas para exigir más medios públicos para abordar la salud mental y respaldar a las familias.
Para lanzar ese mensaje, madre e hijo tienen la valentía y la generosidad de compartir su experiencia a través de IDEAL y lo hacen desde la esperanza que les aporta su nueva situación, ya que Isaac se encuentra mejor que nunca y se acaba de independizar del domicilio familiar. «Si contarlo sirve para algo y puede ayudar a alguien, bien está», dice Isaac, que no está cómodo posando para la foto o si le muestran cariño en público.
«El sistema no trata bien a los pacientes con enfermedades mentales crónicas, te hacen una tortilla de pastillas»
Isaac Hermoso
Paciente salud mental
«De pequeño no expresaba sentimientos, pero cuando empezamos a ver que tenía algo grave fue en el colegio, la señorita me decía que no lo podía sentar en una silla», recuerda la madre
Sin miedo
El niño tampoco tenía miedo. «No veía límites, ni peligro. Si se subía a un tobogán en lugar deslizarse se lanzaba por el lado. Era un niño que te rendía, tenía que estar siempre detrás de él», cuenta. María Isabel pasó muchos años tocando puertas sin encontrar la ayuda correcta. «De niño los psicólogos me aconsejaban mano dura, después me decían que el problema era que consumía sustancias tóxicas y que por eso no se curaba...».
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La primera juventud fue un sinvivir. «Me he pasado noches dando vueltas porque no venía a dormir. Siempre he vivido con miedo, no por lo que pudiera hacerme a mí sino por lo que pudiera hacerse él mismo, porque pudiera delinquir...», relata la madre. Luego, el servicio militar obligatorio por el que, en su época, tenían que pasar los chicos con 18 años supuso para Isaac una experiencia traumática. Sufrió un brote psicótico y volvió licenciado a casa a los tres meses «por enfermedad contraída» para comenzar un periplo por las consultas de psiquiatría.
La peor crisis
A los 19 años los médicos pusieron por primera vez nombre al problema: trastorno límite de la personalidad, «el saco donde meten todo lo que no saben lo que es», según María Isabel. Al diagnóstico le añadieron «rasgos de esquizofrenia paranoide».
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«El tratamiento médico le estabilizó y tuvo una época en la que se comportó muy bien. Se quedaba en casa, hacía puzzles, se tranquilizó... pero luego empezó otra vez a salir por las noches, a consumir tóxicos y sufrió un brote psicótico fuerte», continua relatando la madre. Calcula que sería sobre los 26 años cuando tocó fondo. Isaac sufrió una crisis y los servicios sanitarios de emergencias tuvieron que llamar a la Policía porque no conseguían controlarle. Presenciar cómo se llevan a tu hijo enfermo, esposado y contra su voluntad, quita años de vida. María Isabel lo siente así. No tiene certeza médica de lo que dice pero tampoco dudas de que tanto dolor se somatiza.
«Independizarme ha sido bueno porque tengo 42 años y la convivencia desgasta; mi madre está cansada de mí y yo de ella»
Isaac Hermoso
«Mi madre, la pobrecica, ha soportado carros y carreteras conmigo», asume Isaac, que ha estado ingresado cinco veces. Ya hubiera querido él que su mente no sufriera ni hiciera sufrir.
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«Es muy duro que con 19 años te digan que tienes una enfermedad que no se cura, que es para toda tu vida. Ver que pierdes los amigos, que pierdes habilidades...». También es muy crítico con los medios que destinan a la salud mental, «que siempre ha sido el vagón de cola de la sanidad». «El sistema no nos trata bien, faltan medios y se necesitan más buenos profesionales», protesta Isaac, que habla de incomprensión social, de sentir «el estigma» o que se conculcan tus derechos.
Continuidad de cuidados
En su opinión, uno de los grandes males del sistema es que trata las enfermedades mentales crónicas con sobremedicación –«te hacen una tortilla de pastillas»– y que falta una continuidad de cuidados.
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Su madre está de acuerdo. «Estos pacientes necesitan medidas como una inserción laboral flexible, en otros países la hay. Isaac trabajó pero no podía estar sometido ocho horas al estrés, le provocó un brote. Aquí las administraciones dejan el cargo a las familias para que sean el dique de contención de los ingresos», denuncia. «Y dentro de las familias es la madre la que tira del carro, estoy harta de verlo en las terapias», sentencia, sin dudas, María Isabel.
En su caso, ha llegado a sentirse culpable porque creía que al volcarse con Isaac fallaba a su otra hija. «Siempre me decía que a ella no la quería igual, que solo existía el niño», dice con un nudo en la garganta. Por fortuna, con el tiempo la difícil relación madre e hija de la juventud ha dado paso a la comprensión y al apoyo. «Ahora somos buenas amigas», dice aliviada.
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«Una enfermedad mental destruye a una familia, el sistema falla y el cargo recae en los familiares, sobre todo en las madres»
María Isabel
Madre de Isaac
«He luchado mucho por no ser una víctima pero es que me he visto muy sola, desesperada». Hasta que por fin se abrió una puerta, la de Agrafem (Asociación Granadina de Familiares y Personas con Enfermedad Mental). El trabajo de sus profesionales y de su presidente Baldomero –disponible ya sean las diez o las cinco de la mañana– ha sido fundamental para que Isaac encuentre su estabilidad. Ahora vive solo, tiene una rutina saludable y es uno de los encargados del huerto urbano de Agrafem.
«Si los médicos hubieran hecho mejor labor con él este calvario hubiera terminado antes. Yo no lo doy por finalizado pero siento que ya no pudo hacer mucho más. Mi salud está debilitada y él está mucho mejor gracias al apoyo de Agrafem», concluye María Isabel esperanzada. También ve pequeños cambios en Isaac que le alegran la vida. «Por ejemplo, desde que vive solo contesta a las llamadas y me deja que le de un beso, que antes no lo conseguía», cuenta la madre con una sonrisa.
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Ahora, por primera vez en su vida, María Isabel cree que le toca estar tranquila. «Miro al futuro con un poco más de optimismo, también porque sé que su hermana va a estar pendiente de él cuando yo falte».
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