El Sol asoma en la esquina de San Juan de Dios y San Jerónimo. J. E. C.
Verano a la sombra

Café con hielo y agua de la fuente de San Juan de Dios

La terraza del bar parece una cueva verde en la que el desayuno sabe a gloria

Lunes, 21 de julio 2025, 23:52

El Sol asoma por encima de los tejados como un Tiranosaurio a punto de pisar una hormiga. La bola de fuego ciega por completo a ... todos los que suben por Rector López Argüeta, pero al llegar a la esquina entre San Juan de Dios y San Jerónimo, justo enfrente del Perpetuo Socorro, la gente hace la visera y descubre una pequeña aldea gala que resiste el envite de las tropas romanas. La terraza del bar Candelas parece una cueva de Guadix, pero verde. Los naranjos y las higueras se entrelazan rama con rama hasta formar una balsa fresca e impenetrable donde el desayuno sabe a gloria.

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«Un café con hielo, por favor, y media de mantequilla». Ramón dice que casi que se despierta aquí cada mañana, que no es persona hasta que desayuna en la sombra del bar. «Y es una buena sombra porque es una sombra de verdad, una sombra de árboles y no de toldos. La diferencia es total», explica el joven, que es diseñador en un estudio gráfico. Marga está con su familia –dos niñas y una abuela–, tomando colacaos y churros. «Los churros con sombra saben mejor», ríe justo en el momento en que un grupo de turistas se para en mitad de la acera a mirar el móvil. «Les llama la atención la fuente –dice Marga–. No, en serio, es la fuente. Lo he visto más veces».

Los turistas, americanos a todas luces, apartan al unísono sus cabezas de la pantalla y asienten con seguridad. Entonces, uno por uno acercan sus morros a la fuente, beben con gozo y se limpian la cara con un restregón del antebrazo. Parecen piratas brindando con ron. «Han mirado en Google. Sí, en Google», ríe Marga. Efectivamente, en Google Maps está marcada la fuente y descrita como «Fuente potable San Juan de Dios». Tras hacerse una foto, se van tan contentos. Estos romanos están locos...

La playa del címbalo

Dentro de la sombra. J. E. C.

La esquina es una playa urbana removida por una marea de asfalto. Antonia, de 82 años, bebe de la fuente y continúa hacia el mercado. En el carro, todavía vacío, lleva varias historias. «Mi hijo nació con polio y dediqué mi vida a cuidarlo. Y siempre que pasábamos por aquí echábamos un trago y nos mojábamos un poco la cara». Más arriba, frente a la entrada de la iglesia de San Juan de Dios, en otra sombra que parece de otra isla, Ángel coloca su címbalo para comenzar la jornada. El címbalo es un instrumento curioso, tan rumano como él mismo. Con dos pequeñas mazas, golpea las cuerdas y construye una melodía que parece una canción de misa.

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La música tranquila y relajante contrasta con el Tiranosaurio solar, que abre su mandíbula brutal por encima de los tejados y trata de masticar a los despistados que se escabullen de la sombra de los árboles. Antonia, que sabe de dinosaurios, mete las manos en la fuente y se las restriega por la cabeza. «Menos mal que está la fuente, que si no a ver quién es el guapo que sale ahí fuera». Cuando echa a andar, la bestia ni se inmuta. «Su café con hielo», anuncia el camarero.

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