El día que Francisco escapó de la soledad
Francisco Espejo ·
A sus 89 años disfrutaba de una nueva juventud entre el Centro de Día Mediterráneo y los fines de semana con la familia. El chasquido del 14 de marzo le arrebató todo y le encerró en casa durante meses, acompañado por el teléfono, un cuidador y una caja repleta con fotografías antiguas de la familiaSus ojos cristalinos van de un recuerdo a otro, haciendo honor a su apellido. Francisco Espejo (Montilla, Córdoba, 1932) hace así con sus dedos, como ... si pudiera tocar las flores y los olivos por los que solía pasear con los amigos en la vieja vida. Samara, Estíbaliz y el resto de trabajadores del Centro de Día Mediterráneo, en Maracena, les organizaban pequeñas excursiones que para Francisco eran un auténtico soplo de vida. «Si era tiempo de brevas, parábamos a coger –sonríe Francisco, con la ilusión de un niño chico–. Luego nos sentábamos a contarnos historias unos a otros. Y, a veces, nos invitaban a cervecitas por el pueblo». Los fines de semana los pasaba con la familia, en el «hermoso» chalet de Churriana. O también en Salobreña, donde era feliz cuando sus nietos le subían al flotador para pasearle por la piscina. Pero llegó marzo y el portazo le dejó solo en casa.
Publicidad
Francisco, que ha pasado media vida en las oficinas de la Seguridad Social de Granada, recuerda el inicio de la pandemia con los dedos apretados. «Fue triste, muy triste. De verme arropado en el centro y con mi familia, la alegría que yo tenía se me fue... Mi mujer murió hace seis años, así que, como estaba solo, mis hijos me pusieron un cuidador, de tres de la tarde a nueve de la noche». Como no podía ver a nadie, el viejo teléfono era su única vía de escape, su punto de encuentro con Manolo y sus otros hermanos que, como él, se sentían atrapados. «Tengo una caja tremenda repleta de fotos de la familia. Veía a mis hijos y nietos y me conformaba con eso, con verlos nada más». Y siempre, cuando salía de la caja Paula, su bisnieta de año y medio, se volvía loco de contento: «¡La más bonita de España! ¡Qué ganas tengo de abrazarte siempre!». Así pasó un día tras otro, entre llamadas, fotografías impresas y toneladas de sopas de letras. «Me hice un libro al mes. ¡Y tenían 250 páginas!».
Con 89 años, perder su relación con amigos y familiares fue un cambio desolador. Tras el verano, Francisco empezó a pedir que le dejaran volver al centro de día pero sus hijos pensaban que, sin vacuna, no era buena idea. Hasta que una mañana de enero, tras meses de insistencia, no aguantó más. «Cogí el andador y me vine al centro. Cuando me vieron les dije que yo quería volver, que me ayudaran. Mis hijos me riñeron por irme solo, porque me podía haber pasado algo. Tenían razón, claro. Pero el día 1 de febrero regresé al centro. Fue como si hubiera caído en un paraíso. El día que volví aquí me sentí muy feliz, uno de los días más felices de mi vida, de verdad. Y la gente de aquí se alegró muchísimo de verme, me quieren una barbaridad. Son unas personas maravillosas».
Noticia Relacionada
Otras vidas cambiadas
Francisco, Carmen y el resto de los amigos del centro ya están vacunados y eso, dicen, les da una gran tranquilidad. «Tengo menos miedo. Siento que voy a mejorar. Ya no le temo a ir sin mascarilla... Pero el mundo tiene que volver a como estaba. Debe volver. Quiero hacer excursiones porque me ilusiona ver lo antiguo, lo que antes disfrutamos juntos. Eso quiero».
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión