Mariola Soto, en Fermasa, donde coordina ahora la vacunación masiva en el área Granada-Metropolitano. J. MARTÍN
Vidas cambiadas

La enfermera del Zaidín Sur que echó al virus de las residencias

Mariola Soto ·

La enfermera se hizo cargo de las residencias de mayores de Granada tres semanas antes del estallido de la pandemia. Pasó de la felicidad al llanto en cuestión de semanas. En este año ha padecido la frustración de las muertes, el pavor por haber contagiado a su familia y la alegría por poder llevar la vacuna a los centros

Viernes, 12 de marzo 2021

Aquel día, Mariola Soto combinó su chupa de cuero con una sonrisa radiante. Era lunes, pero no uno cualquiera. Tras 20 años de enfermera rasa ... en el centro de salud de Zaidín Sur le hacían responsable de las residencias de Granada. Tenía planes. Muchos. Fue un ilusionante 17 de febrero, pero n un suspiro llegó la pandemia a ponerlo todo patas arriba. Y ahí empezó la «guerra». Ni un mes le duró esa sonrisa que le iluminaba la cara y cambió su chupa por el mono de trabajo. Era blanco y azul, como el traje de un astronauta, pero el único universo que le dejaron explorar fue el de unas residencias hostigadas por el virus.

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Mientras la gente escondía su miedo entre las cuatro paredes de su casa en aquellos días de marzo y abril, Soto y el equipo del distrito Granada-Metropolitano no daban abasto. «Recuerdo días en los que el teléfono no dejaba de sonar. Llamaban desde residencias, casas tuteladas o centros que tenían brotes. La situación era muy mala. Cogía una llamada y mientras hablaba tenía más de 30 en espera. Todas de gente pidiendo ayuda», cuenta ella, que trufa los recuerdos de esas semanas con sentimientos de dolor y frustración. Soto reconoce que le costó entender lo que estaba pasando.

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Ella, enfermera, se había dedicado toda su vida a «sanar». Esa es su vocación, pero aún trabajando sin descanso no podía frenar las muertes, que en las residencias llegaban en cascada. A esta granadina le tocó llorar mucho por las pérdidas, aunque si mira hoy desde esa atalaya que edifica el tiempo sabe que tomó decisiones que también ayudaron a salvar vidas. La factura por su implicación le llegó tiempo después. Se contagió de tanto tocar a los que estaban solos e infectó a sus hijas y a su marido. Entonces, la covid volvió a lograr lo imposible: que Soto tuviera que encerrarse en casa. Se aisló con mucho miedo y culpa y, a la vez, pudo pasar los primeros momentos de todo el año con los suyos. Fue como una catarsis y se recuperó sin sobresaltos. Cogió fuerzas para afrontar la segunda ola, cuyo embate le obligó a medicalizar una decena de centros. Seguía la lucha.

Aunque en la Unidad de Residencias ya eran como un «ejército», afirma ella, que contaba con más profesionales, mejores protocolos y hasta una unidad de evacuación para auxiliar a más mayores. Agotada recorrió el último tramo del año 2020, el peor de nuestras vidas. Y en sus estertores llegó la esperanza. En diciembre, por fin, se recibieron las vacunas. Había que inmunizar a los geriátricos y acabar con su extrema vulnerabilidad. A Soto le volvió a pillar la tormenta en mitad de todo. Es precisamente ella quien administra las primeras dosis que se ponen en Andalucía. Fueron para dos usuarios, Antonio y Pilar, que se llamaban igual que dos tíos suyos que fallecieron semanas antes por covid.

Ella entendió que era el último «guiño» de un destino cuyo camino le llevó a echar al virus de las residencias el 19 de febrero, el primer día con 'cero casos'. Había pasado un año desde su toma de posesión. Y de nuevo, como en las grandes ocasiones, volvió a enfundarse su chupa de cuero para celebrar la noticia visitando a un centro de la capital.Ya liberado ese frente, ahora le toca la población general. Actualmente coordina Fermasa. Ya no lleva un mono de astronauta sino una chaqueta roja de su unidad. Lo que no cambia es lo del teléfono, que le sigue sonando sin parar.

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