«Tener dinero no es una cosa obscena. Lo que está chungo es querer más y que no te baste con nada»
«Spotify es un robo. Sería cojonudo si hubiera un conciliábulo de todos los músicos»
Quico Chirino
Domingo, 9 de enero 2022, 00:23
La cita se produce el lunes 13 de diciembre, después de que Miguel Ríos llene por dos días consecutivos sendos conciertos con la gira junto ... a su nueva banda, 'The Black Betty Trío'. Ni siquiera lleva percusión y para hacer el compás se golpea el muslo: «¡Tengo unos moratones!», bromea al tiempo que se ajusta los jeans –los suyos no son unos simples vaqueros–. Pero esta entrevista no va de música. O no solo consiste en eso. Ni siquiera es una entrevista al uso. Miguel viene de invitado a una tertulia con amigos y se deja grabar durante cuatro horas. Aquí están sus reflexiones más personales sobre la música, sus inicios o la sociedad actual.
–¿Eso de jubilarse no es más que una broma que ha acuñado?
–Lo pensé fervientemente pero luego todo el mundo me invitaba para que fuese con ellos a cantar. Cuando celebramos las dos décadas de 'El Gusto es nuestro' hacía lo mismo pero cobrando [ríe]. Para que no te llamen embustero tienes que dejar pasar, al menos, una década. Mientras te puedas reinventar hay que seguir.
A sus 77 tacos lo ha vuelto a hacer. Ahora es un rockero con temple, que canta desde un taburete y en el momento justo abre los brazos, arquea las rodillas o lanza una patada como si viviera en una fotografía permanente. Hace bicicleta estática y los valores de las analíticas los mantiene «en la frontera, siempre en la frontera», donde asentó su residencia. En el plano terrenal –lo metafórico es otra cosa–, no predica con el axioma de 'los viejos rockeros nunca mueren' –título de su álbum de 1979–, y rechaza la vida eterna aunque se pudiera alcanzar con dinero: «Ahí está Borges y 'Los Inmortales'. Al que quiera vivir toda la vida le pronostico una vida absolutamente desesperante. Saber que te mueres es lo único que te mantiene, ser consciente de que hay un fin».
Al servir la cena se plantea a qué tiene que renunciar para evitar un exceso.
–¡La cantidad de ecuaciones que hay que hacer en la vida! Hay que elegir todo el tiempo. Recuerdo una cualidad de chiquitillo: la de no desear lo que no tenías, que era la cualidad del pobre. El tiempo te crea envidias y ahora es muy insano no poder conformarse.
Miguel se plantó en Madrid de 'chaea' y subsistió como pudo hasta que en 1962 grabó su primer EP y adoptó con resignación el nombre artístico de Mike Ríos.
–¿Cómo fue aquello?
–Don Ricardo Fernández de la Torre era mi director artístico. Yo tenía 17 años y él tendría 40. Le puso el nombre al disco, 'Mike Ríos'. «Pero, don Ricardo, ¿usted sabe en Graná lo que es esto?». Me respondió: «¿Tú crees que Johnny Hallyday se llama Johnny Hallyday?». Ahora sabemos que se pronuncia 'maik'. Pero fue verdad que, en la placeta, todos me saludaban: «Mi–que, ¿qué pasa? Mi–qué-polláh». Yo cometí el error de que, cuando estaba en los almacenes [fue uno de sus primeros trabajos], uno de los vendedores que llegó a la sección de discos oyó una demo y me dijo que la llevaría a Philips y seguro que me contrataban. Me di por contratado y lo conté en la placeta. Pasaba el tiempo y nada. Me decían: «Miguel, ¡qué disco más bonito has hecho!». «Y, ¿qué? Miguel, ¿ya ha salido el disco, no?'». Los íntimos amigos son los que menos piedad tienen [ríe]. Cuando vi lo de 'Mike' me dije 'ya la hemos liado'. No te importaba mucho, porque lo que realmente te preocupaba era pagar la pensión. Así tuve que estar tres o cuatro años, hasta que hice una canción que se llamó 'Mi señor', que tuvo aceptación. Le dije a don Ricardo que ya estaba bien lo de Mike… 'Fotogramas' publicó: «Ha muerto Mike Ríos». Dabas la vuelta y en la contraportada decía: «Ha nacido Miguel Ríos». Si mi madre ve esa portada es ella la que se muere.
Su madre murió con 93 años, poco antes de que el entonces ministro Manuel Pimentel le entregase en 1999 la Medalla de Oro al Mérito. Lo vio triunfar sobre los escenarios en 1982 con el 'Rock and Ríos', esa gira legendaria que en marzo replicará en el WiZink Center de Madrid. Ya ha agotado la primera fecha.
–¿Cuándo se convenció su madre de que iba en serio?
–En Granada, el 'Rock and Ríos' se celebró por primera vez en la caseta municipal. Era una caseta metálica donde cabían 700 u 800 personas como mucho. Mi madre me dijo: «¡Ay, Dios mío! Yo no me voy a meter en el follaero aquel». Había un montecillo, se llevó una silla y lo vio desde fuera.
–¿Nunca estuvo a punto de perderse por la fama?
–No te puedes pavonear mucho. Hay que entender que la popularidad es difícil mantenerla por siempre. Algunos sí lo consiguen, pero yo he sido de altibajos.
–¿Lo ha pasado mal?
–Nunca, porque estaba haciendo algo que hacía poca gente. Era lo que me apetecía, y ¡ojo!, que he hecho canciones muy convencionales, en la vanguardia no he estado en mi vida, pero dentro de mis posibilidades intentaba mejorar mi prestación vocal y, como sabía poco de música, aprender. Descubrí con el 'Himno de la Alegría' que por mucho que tengas siempre hay alguien que tendrá más.
–Volvemos a las expectativas y a la envidia...
–Este es un oficio psicológicamente inestable porque necesitas la aprobación continua. Puedes sacar un disco y no gusta. Entonces piensas que ha sido porque no se ha oído o porque no se ha promocionado. Nunca admites que pueda ser porque no vales. Para protegerte de esas encuestas continuas hay que intentar no tomárselo demasiado en serio, pensar que todo es accidental y vienes de donde quieres llegar. Yo vengo de la gente que me vino a ver ayer. No quiero escapar de ese bucle.
–¿Las casas de disco se han aprovechado de su éxito? ¿O al revés?
–Ahora hay cuatro o cinco. Antes las había más pequeñas, con más independencia. Todas se fundieron en Universal, Warner y Sony. Me costaba mucho trabajo antes del 'El río' y 'Vuelvo a Granada'. Yo quería grabar rock and roll, pero hacía versiones y siempre te intentaban colar que cantases esta otra canción que era más fácil. Y no podía decir que no, era una cuestión de comer o no comer. Cuando empecé a vender discos y, sobre todo, cuando hice el 'Himno de la Alegría', empecé a intentar manejarlo. Había una cláusula en el contrato que decía: «Se verá obligado a trabajar según a su buen hacer y saber, sin abandonar nunca por lo que es conocido».
–¿Qué diferencia hay entre Spotify y una casa de discos de su tiempo?
–Aunque me dijeran que cantará baladas volvería a donde don Ricardo [ríe]. Ahora es supervivencia pura y dura, está muy deshumanizado todo. La evolución de la industria fue terrible porque la industria hizo enemigos en vez de clientes. El cedé era más barato de fabricar y tenían que haber salido más baratos. Pero digitalizaron todo lo anterior sin ningún respeto por la reedición. Cuando el 'Rock and Ríos' salió en cedé en vez de poner el libreto con las letras sacaron una hoja en blanco. Propiciaron la piratería. No había ninguna diferencia entre el pirata y el original. El asunto de la creación, en todos los órdenes, ha ido perdiendo valor. Spotify es un robo. Hay gente muy potente que retiraron el catálogo de Spotify y obligaron a negociar. Pero un chaval que está empezando no se puede rebelar. Sería cojonudo si hubiera un conciliábulo de todos los músicos.
–Se expone en algunos comentarios en sus conciertos. Algunos los aplauden pero otros no.
–Es el riesgo que corres cuando quieres ser de verdad. Es muy importante en el espectáculo saber lo que es comedia para conseguir un clima y que quien haya pagado 70 euros no se sienta estafado. Sería muy torpe si después de sesenta años no hubiera aprendido algo pero todavía me puede muchas veces lo que pienso, la indignación o la alegría.
–Pero esos comportamientos nos son habituales en otros artistas.
–Son más listos que yo [ríe].
–¿Se siente artista y activista?
–No puedo ser activista porque tengo ideas y, como todas, seguramente sean muy cuestionables o, incluso, equivocadas. Yo pienso que no podemos seguir viviendo a este ritmo y que tenemos que frenar un poco y desear menos cosas. Eso se puede decir en una frase como en la 'Estirpe de Caín' [uno de sus últimos temas]: «Hay ricos en Mercedes que gritan libertad». Obedece a una imagen que vi cuando las caceroladas, un tío que salía con un megáfono en un descapotable guiado por un chófer. Es una imagen muy tentadora para meterla en una canción. Lo mismo no es exacta y habrá mucha gente que tiene derecho a tener un Mercedes y vivir de puta madre. Tener dinero no es una cosa obscena, lo que no está bien es tener dinero obscenamente. Lo que está chungo es querer más y que no te baste con nada.
–A compañeros suyos como Serrat o Sabina le preguntan cómo se puede ser de izquierda y vivir como uno de derecha.
–Es una pregunta muy torticera. ¿Por qué no va a querer uno de izquierda que todo el mundo viva de puta madre? No se trata de que la gente se tenga que ir a vivir al Pozo del Tío Raimundo sino de igualar por arriba. Eso lo entiende cualquiera que no quiera mal entenderlo, pero es difícil encontrar a personas que no quieran malentender algunas cuestiones. Esta relación de odio cainita que hay en la política se está transmitiendo. También puedes ser un eremita o lo que dijo Paco de Lucía: «Yo desde que gané el primer millón de pelas y no se lo doné a los pobres no soy de izquierda».
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