Rodaje de Intemperie en Granada, en agosto de 2018. RAMÓN L. PÉREZ

La Granada de Intemperie

El lugar no es un mero escenario: las estepas de Orce y Galera, sus cuevas y sus montañas, abrazan la historia y acunan a sus protagonistas como uno más

Sábado, 23 de noviembre 2019, 00:36

Mientras leía el libro de Jesús Carrasco me imaginaba en el pueblo de mi padre, en las eras de Lupión, en Jaén. Benito Zambrano ... , sin embargo, me trae de vuelta a Granada. Y ahora, después de ver la película, me doy cuenta de que el lugar es, en esencia, el verano de la infancia. Porque el lugar no es un mero escenario: las estepas de Orce y Galera, sus cuevas y sus montañas, abrazan la historia y acunan a sus protagonistas como uno más. El Geoparque de Granada interpreta, abrumador, el título de la obra:'Intemperie'.

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En la novela, la magia estaba en las palabras. En el vocabulario rico y denso e infinito que hacía que las páginas supieran a campo. En la película es el sonido. Nada más empezar, con la pantalla en negro, una mosca aletea con fuerza. Luego vendrán las chicharras, el crujido del barro, el ganado que atraviesa las piedras, el motor que arranca, el viento que se mete en los ojos, el silencio de las casas cueva. Hay algo en el sonido, les digo, en el que se reconoce el verano de Granada.

Entre la maleza de ruidos agrestes, un niño (Jaime López) sale corriendo. Nunca sabremos su nombre. Y, por ahora, tampoco sospechamos por qué huye. El señor de las tierras (Luis Callejo), un terrateniente elevado tras la Guerra Civil, organiza una batida para encontrarlo. Tras un incidente, un pastor (Luis Tosar) cruza su camino con el zagal y se verán obligados a huir, juntos, adelante.

'Intemperie' es un western formidable. Una cinta sin prisa, como manda el género, que, cuando explota, atraviesa al espectador. Y entonces es cuando el sonido deja paso al tacto –los pies desnudos en el polvo–, el gusto –la carne deshuesada en la hoguera–, el olfato –una cabeza pútrida y mojada– y la vista –el horizonte infinito de Granada–. Tosar, López y Callejo bordan el trío protagonista con tanto acierto que Goya estaría orgulloso.

La de Zambrano es una película, además, que atrapa desde el principio. Hay misterio, acción, humor y un sincero homenaje al perdón, a la inocencia, a ese verano de la infancia que representa, claro, a la infancia en sí misma. Un homenaje a todos esos que, sin razón, protegen lo más bello que crearemos jamás: nuestros hijos.

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Ese abrazo, joder. Te desarma.

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