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Ángel Martínez posa en uno de los escenarios de la película, con una de las cabras del rodaje. RAMÓN L. PÉREZ

El pastor granadino que fue Luis Tosar en Intemperie: «Ha sido un milagro»

Ángel Martínez enseñó a los actores a moverse con soltura en el campo y con los animales, asistió al director para hacer más creíbles las escenas, fue doble del protagonista y se ganó el cariño de todo el equipo para siempre

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Sábado, 23 de noviembre 2019, 00:38

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El viejo atrapa una oveja entre sus piernas y con un rápido chas le siega el cuello, del que brota la sangre como si estuviera estrujando una morcilla. «¡Corten!». Benito Zambrano medita en silencio sobre la escena que acaban de rodar. Tiene a todo su equipo pendiente, abrasado por el sol de agosto que bombea sobre el Cortijo El Comunal, en Galera. Hay algo que no le encaja en el movimiento del viejo, en el chas, en el brotar. De repente, los ojos del director chasquean y miran a ambos lados: «¿Y Ángel, dónde está? ¡Traed a Ángel!».

De los 10.950 días ininterrumpidos que Ángel Martínez (Orce, 1967) lleva guardando ovejas en El Comunal, hay 45 que no olvidará nunca. «Un milagro», dirá más tarde. Su padre era ganadero y su abuelo trashumante, huellas visibles en su rostro de arrugas tempranas cocidas a la intemperie. La Intemperie, precisamente, es su milagro: «Yo fui Luis Tosar», dice con una sonrisa pícara mientras estrecha la mano, fuerte y rugosa. «Sí», insiste, para no dejar duda, «yo fui su doble en siete escenas». Ángel está donde siempre, en El Comunal, el imponente escenario donde se rodó 'Intemperie', la película que se estrena este fin de semana. Su película.

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Hace casi dos años, un grupo de cineastas liderado por Benito Zambrano apareció en el cortijo con muchas preguntas. «Les enseñé la finca, los animales, la casa», recuerda el ganadero. A los días, volvieron por allí. «Oye, Ángel –le dijeron–, es que estamos buscando animales pero no encontramos lo que queremos». Ángel sabía exactamente lo que buscaban: estrío. «Aquí se le dice así a las ovejas más feas, a las que sólo sirven para matadero. Eran las ovejas que habría en aquella época (la posguerra)». Acertó, era lo que estaban buscando. Y así fue como Zambrano contrató a las ovejas más feas de Ángel y a su perro para ser estrellas de cine.

Ángel, con sus cabras.
Ángel, con sus cabras. R. L. P.

Doble y maestro

Luis Tosar llegó una mañana. Quería que Ángel le enseñara lo de los animales. «¡Eso no se enseña de un día para otro!», gritó divertido el ganadero, una semana antes, cuando le propusieron la idea. Pero Ángel lo había preparado todo para la llegada del actor. Había entrenado a un grupo de diez ovejas para que se comportaran con la visita. «Le amarré una cabra nada más llegar. Se vino conmigo y le mostré cómo se trataban los animales, cómo llamarlos y cómo educarlos para que fueran detrás de él». Ángel le enseñó, incluso, a ordeñar como los antiguos, con la mano en forma de 'u' y la saliva escupida en los dedos.

«Quisieron afeitarme la cabeza. Pero eso, les dije, tenía un precio»

Por aquel entonces, el ganadero ya estaba contratado como figurante, como otros doscientos vecinos de Orce y Galera. Sin embargo, allí sentado al lado de Tosar, surgió una idea: esas cejas, esa mandíbula, ese porte, la altura... «Se acercaron y me dijeron oye, ¿quieres ser el doble de Luis para las escenas con animales? ¡Pues venga!». Cuando vean la película, fíjense bien, porque sale en siete escenas. «Suena hasta mi voz, el que le habla al burro soy yo». Ángel se dejó barba, que le pintaban cada mañana de negro, para que fuera exactamente como la de Tosar. También le vestían igual y le maquillaban con las mismas heridas, con las mismas cicatrices. «Quisieron afeitarme la cabeza. Pero eso, les dije, tenía un precio», bromea mientras enseña el sombrero con el que escondió su melena.

«Hicimos amistad», recuerda Ángel. «Todavía, de vez en cuando, nos guaseamos –explica mientras saca el móvil que, en mitad del campo, rodeado del tintineo de los cascabeles de las cabras, parece fuera de lugar–. Le felicité cuando fue padre. Y él me mandó recuerdos hace poco». Fumadores los dos, actor y doble compartieron muchos momentos de charlas y risas allí, a la intemperie. Una vez, cuenta, mientras esperaban para entrar en escena, le preguntó si sabía lo que eran las creíllas, un manjar derivado de la trufa difícil de encontrar en los resquebrajos de la tierra. «Pues la vas a catar esta noche, en casa», le dijo al actor. Su mujer, Ana María, que también trabajó en el rodaje como cocinera, preparó una tortilla «que se te saltan las lágrimas».

Ana María y Ángel recibieron a Luis Tosar en su casa. Imagen del Cortijo preparado para el rodaje. Y Ángel, como doble de Tosar.
Imagen principal - Ana María y Ángel recibieron a Luis Tosar en su casa. Imagen del Cortijo preparado para el rodaje. Y Ángel, como doble de Tosar.
Imagen secundaria 1 - Ana María y Ángel recibieron a Luis Tosar en su casa. Imagen del Cortijo preparado para el rodaje. Y Ángel, como doble de Tosar.
Imagen secundaria 2 - Ana María y Ángel recibieron a Luis Tosar en su casa. Imagen del Cortijo preparado para el rodaje. Y Ángel, como doble de Tosar.

Del otro protagonista, el niño, interpretado por Jaime López, no pudo ser el doble. Pero sí maestro. «Su madre, los primeros días, me decía que veremos a ver, que las cabras le daban miedo. Nos fuimos al campo y le dije al zagal que los animales tenían que comer de su mano. Tú, muy tranquilo –le susurraba al niño–; como yo haga, tú lo haces». Dos días más tarde, Jaime era un experto ganadero que controlaba a los animales con soltura y seguridad. «Ese zagal es una joya, deberían darle muchos premios. Aprendió rápidamente, como Luis Tosar. Son dos profesionales».

Los dos, el pastor y el niño, Tosar y López, hicieron llorar a Ángel en más de una ocasión. Verán, Ángel, desde el primer día, se ganó el cariño de todo el equipo de la película. Para que se hagan una idea: era el único que tenía todas las puertas abiertas; el único al que llamaban cuando no sabían qué hacer; el único que siempre respondía lo que hacía falta. Ángel fue, durante el mes y medio que duró el rodaje, el espíritu de la película. Por eso, la tarde en la que Tosar y López rodaron una de las escenas más duras y emotivas de 'Intemperie', Ángel pudo entrar a la carpa, ponerse unos cascos y escuchar a los dos intérpretes, en directo. «Lloré. Parecía verdad. Unos minutos antes estaba hablando y fumando con Luis. Y de repente... Todavía no sé cómo pueden cambiar tanto de un momento a otro. Parecía verdad. Lloré como si fuera verdad».

Uno de los lugares clave del rodaje.
Uno de los lugares clave del rodaje. RAMÓN L. PÉREZ

Pero que no es una exageración lo de Ángel. No sólo le querían. Le admiraban. Su hijo mayor, que también se llama Ángel, recuerda cómo una noche quisieron ir a ver cómo rodaban una escena. «Allí no dejaban entrar a nadie y el guarda nos paró. Le dijimos que íbamos con Ángel. ¿Ángel, el pastor? –les preguntó el guarda– Ahora mismo, pasad».

El vacío

El Comunal, que en la película es la casa del tullido, guarda ese aroma inolvidable del campo, mezcla de tierra mojada, lumbre, animales y boñigas. Dentro hay poco: una silla, unos papeles, algo de ropa, un calendario. Nada que ver con el aspecto de bodegón abarrotado que luce en la película. «Mirad –Ángel muestra unas imágenes en su móvil de la misma pared que tenemos en frente, durante el rodaje–. Y ahora así, vacía». Un vacío que todavía ruge en su estómago, como el que añora la infancia mientras ve las fotografías de su décimo cumpleaños. «Cuando se fueron, al ver esto así, vacío, pasé unos días muy malos. Acostumbrado a tener esto lleno, no podía cascar con nadie». Volvía a estar solo, como el resto de los 10.905 días ininterrumpidos que lleva guardando cabras.

«Venía a las 5.00 para trabajar el ganado, antes de rodar. Para mí ha sido como unas vacaciones»

ÁNGEL MARTÍNEZ, GANADERO

«Para ellos fue un rodaje duro, pero yo estoy acostumbrado a tirarme 15 o 16 horas aquí, haga frío o calor. Si empezábamos a grabar a las 9.00, yo me venía a las 5.00 para trabajar con el ganado y luego hacía aquí lo que hiciera falta. Para mí ha sido como unas vacaciones. Yo me quedaba aquí todo el rato, viendo el cine. Lo que he vivido ha sido un milagro». Ángel vendió hace poco la mayor parte de su ganado. Quiere dedicarse a otra cosa. Quiere un trabajo para vivir: «En 30 años no he perdido ni un día. He venido aquí muriéndome. Quiero un fin de semana libre de vez en cuando. Que la vida se vive una vez nada más».

Ángel, en la hoguera de El Comunal.
Ángel, en la hoguera de El Comunal. RAMÓN L. PÉREZ

«¡Corten!». El grito paraliza el rodaje. Alguien se acerca a Ángel y le dice que vaya, por favor, que Benito le necesita. Por el camino, todos le sonríen y le saludan con complicidad. «Dile que está bien, que estamos reventados», le cuchichean los cámaras. «Mira, Ángel –gesticula Zambrano–, perdona que te moleste otra vez, es que me parece que esta escena está mal, ¿no te parece que le corta el cuello muy rápido?». Ángel lo ve todo: la escena, el director y las caras del equipo. «Benito –responde Ángel, finalmente–, es normal. Si le va a cortar el cuello no va a ir tranquilamente. Va alborotado. Y al ir alborotado echa mano de la navaja y corta rápido». Zambrano le echa el brazo por encima y asiente. «Venga, Ángel, en la próxima tú gritas el corten».

R. L. P.

Estreno en primera fila y en exclusiva para todo el pueblo

El 15 de septiembre, Benito Zambrano y Juan Gordon, director y productor de 'Intemperie', organizaron un estreno muy especial en Orce. Montaron un auténtico cine para que los 200 vecinos que trabajaron en el rodaje pudieran ver la película en exclusiva. A Ángel Martínez le dijeron que se pusiera en primera fila, que era «uno de los importantes». «Yo soy igual que todos –dice él–, pero me cogieron cariño. Y yo a ellos». Antes de empezar la proyección, Zambrano agradeció ante todos los asistentes el papel que había desempeñado Ángel durante el mes y medio en El Comunal. Al terminar la película, se tomaron unas cervezas y unos vinos y charlaron como viejos amigos, de sus batallitas en el rodaje. «Me gustó la película. Sí. Pero quiero ir al cine porque allí, en la calle, con el ruido y las campanas de la iglesia sonando, no es lo mismo. Quiero verla más».

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