Christian M. Walter, en su taller-museo, en la Vega granadina. ALFREDO AGUILAR

El alquimista del arte está en Granada

Christian M. Walter, reconocido como uno de los mejores serigrafistas del mundo, lleva 33 años convirtiendo, desde su taller en la Vega, ideas de artistas internacionales en codiciadas piezas de museo

Domingo, 8 de diciembre 2019, 01:56

Es como cuando Gepetto creó un niño de madera que hablaba, pero todos los días. Christian M. Walter (Salzbruken, Alemania, 1959) ha levantado en ... Granada un taller mágico, una casa de cuento en la que las ideas se convierten en codiciadas obras de arte. Walter es serigrafista. Y no uno cualquiera. Es uno de los pocos que puede decir, con papeles, que está reconocido entre los mejores del mundo. La serigrafía es un proceso artesanal de impresión, un arte en sí mismo. Para un artista, una serigrafía bien hecha es crucial para obtener la calidad máxima. «Soy su traductor», dice Walter. Y así, con un carismático acento alemán de 'egues' y expresiones meditadas, este granadino de adopción lleva traduciendo obras desde 1986. Acaba de ganar el Ramón Sayans de la Federación Europea de Asociaciones de Serigrafía (FESPA), el premio más importante del sector, con la impresión de 'New York', la imponente novela gráfica del granadino Sergio García.

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El de Walter es un taller en la Vega granadina, pero podría ser un museo. Las máquinas y las tintas comparten espacio con obras originales que se imprimieron allí. De Paco Pomet y Rodríguez-Acosta hasta López-Cuenca y Julio Juste, centenares de artistas que han creado con él miles de piezas de incalculable valor. «Por cada encargo nos quedamos con varias copias en el taller, algunas para venta y otras para disfrute propio». No es fácil encontrar un lugar como este, dice Walter, que cree que habrá, como mucho, una docena en España. «Hay muchos talleres de serigrafía, pero pocos que se dediquen a la serigrafía artística. Aunque –sigue– últimamente he detectado un interés entre los nuevos, entre los jóvenes que estudian Bellas Artes, por introducir la serigrafía en sus procesos de producción».

Christian pasea por su taller, frente a algunas de las obras que atesora. A. AGUILAR

Aunque habla de todas sus obras con auténtico fervor, como si fueran hijos, hay una a la que le tiene un cariño especial, «un trabajo muy bonito que me abrió muchas puertas»: José Guerrero. Eso fue en 1987, pero esta historia, la del alemán que aterrizó en Granada por casualidad, empieza mucho antes, con un niño de 10 años que aprendía español como el que descubre el recreo.

Una cueva

El padrastro de Christian se dedicaba a hacer mapas geológicos para la Sociedad Científica de Alemania. En 1969, se llevó a la familia a El Salvador (América Central) para cumplir con una misión. «Allí empecé con el castellano; allí empezó mi curiosidad». Once años después, un joven Christian se cargó con su mochila para recorrer España de punta a punta. «Calé en Granada, por casualidad, y quedé fascinado. Estuve en una pensión, en la Carrera del Darro y después me dieron las llaves de una preciosa cueva en el Sacromonte, donde me quedé un tiempo».

«Allí empecé con el castellano; allí empezó mi curiosidad»

El dinero, por desgracia, tampoco se podía imprimir en aquella época. Así que regresó a Alemania para realizar trabajos temporales que le permitieron volver a España, esta vez para estudiar. «Entré en la Escuela de Artes y Oficios. Hice un curso monográfico de Grabado Calcográfico con Julio Espadafor y, además, conocí a mi mujer, Loli, que es de aquí pero sus padres emigraron a Holanda». Desde entonces, aquella curiosa pareja lleva 33 años repasando tintas, como si fuera el primer día.

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Walter, con la plancha. A. A.

En el 86, recién casados, consiguieron reunir las 500.000 pesetas que necesitaban para abrir su primer taller de serigrafía artística, en la calle Mano de Hierro, en el centro de Granada. «Era un sitio curioso. Antes había sido el lugar donde recibían mutilados de la guerra... No pudimos estar allí mucho tiempo. Se usaban tintas al disolvente y olían mucho, era un barrio residencial y generaba conflicto, así que nos fuimos a un cobertizo del siglo XIX en la Carretera de la Zubia. Allí estuvimos hasta 2002».

«Suerte»

Walter habla de un «golpe de suerte», el de José Guerrero, en 1987. «Fue uno de los primeros trabajos que hicimos –recuerda– y nos abrió muchas puertas. Es una obra que no tengo aquí, sigue en el museo, y tiene un significado muy especial para mí». Por aquella puerta abierta de par en par entrarían, como una corriente de aire fresco, Soledad Sevilla, Juan Vida, Julio Juste, Frederic Amat, Federico Guzmán, Valentín Albardíaz. Gonzalo Tena, Chema Cobo, José María Rodríguez-Acosta, Paco Pomet, Jesús Zurita, Manolo Vela, Rogelio López-Cuenca... Y los que quedan.

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Uno de los últimos en atravesar las puertas de Walter ha sido Sergio García, artista granadino con el que ha ganado el prestigioso Ramón Sayans de la FESPA. La obra es una original novela gráfica de gran tamaño de la que se han imprimido 90 ejemplares, cada uno valorado en 480 euros. Como pueden imaginar, no se trata de una novela gráfica al uso. Cada una de sus enormes páginas (ilustraciones que el dibujante realizó para el New York Times y que, más tarde, se expusieron en el Centro Guerrero) se puede extraer del libro para disfrutarse por separado.

C. M. Walter. A. A.

De cerca, cualquier podría distinguir sin problema una impresión 'normal' y un trabajo de Walter: la rugosidad de la tinta, las capas, el color, los tonos... Aún así, la tecnología pega fuerte en un sector que, hasta ahora, era pura artesanía: «Las máquinas pueden hacer cosas asombrosas –dice el serigrafista–. He visto máquinas que hacen cosas perfectas en cuestión de colorimetría, cosas que como humanos se supone que no podríamos competir... Pero me niego un poco a esto. Esto lo tocas –saca una de las páginas del libro de Sergio García– y tiene un sentido háptico. Hay entre 15 y 20 veces más tinta sobre la hoja de papel. La densidad del color. Y la durabilidad es el triple que si lo hicieras con una máquina».

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«Como impresor, al final, te apropias un poco de las obras, las sientes un poco tuyas»

Para Walter, el proceso de la impresión por serigrafía de una obra de arte requiere de dos partes. «Yo me involucro. Como impresor, al final, te apropias un poco de las obras, las sientes un poco tuyas. Yo hago de traductor de un artista que también se tiene que implicar en el proceso. Si trabaja conmigo es como sale una obra gráfica original y no una mera reproducción de algo».

En tres pasos

El proceso por tinta

Primer paso. La tela: La tinta se aplica sobre unas planchas. Para ello, se utiliza un método permeográfico: un bastidor con una tela tensada (con varios hilajes que pueden ir de 40 a 200 hilos por centímetro cuadrado) que genera una trama muy fina.

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Segundo paso. La luz: Sobre la tela se fija una especie de plantilla que se hace mediante una especie de proceso fotográfico. Se aplica una emulsión fotosensible que, al secarse, se ilumina con un foco de luz ultravioleta de unos 3.000 vatios interponiendo una diapositiva, entre la plancha y una mesa de exposición. Al aplicar la luz, las zonas donde se había aplicado la emulsión se endurecen y se hacen insolubles.

Tercer paso. La pantalla: Ese proceso genera una pantalla, una plancha que traslada a una mesa sobre la que se fija en una posición estable y, tras hace el vacío, con una regleta de goma se vuelca la tinta. Cada tinta requiere su propia pantalla. Hay serigrafía con dos tintas y otras, con hasta veinte. El tiempo estimado por tinta es de hora y media de trabajo.

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