«Puede que llegue tarde»: 25 años tras la pista de un SMS
Los padres de María Teresa, la joven desaparecida en Motril en el año 2000, continúan con la búsqueda sin ninguna pista fehaciente
No hay fallo. Teresa siempre descuelga el teléfono. Primero, desconcertada. «¿Sí?», pregunta alargando la 'i'. Entonces se identifica la interlocutora, le plantea la opción de ... volver a sacar un reportaje sobre la desaparición de su hija y ella asiente sin titubeos. La voz de Teresa empieza a romperse con la sutileza con que se resquebraja a veces el cristal. «Y, ¿no estás mejor?», se atreve a preguntar la periodista. «Qué va, yo creo que estoy peor porque se me acaba el tiempo y quién la va a buscar».
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Teresa tiene 25 años más que en aquella primera batida para buscar a su hija tras una noche en la feria de la que no regresó. Los años le han caído como losas, aunque siempre se ha recompuesto para plantarse frente a su pueblo en cualquier aniversario de la desaparición, ante cualquier entrevista o para montarse en el coche, junto a Antonio, y plantarse en Valencia a tirar de un hilo –siempre– falso. El regreso en silencio, enfilando la entrada de Motril con los bolsillos vacíos y nadie en el asiento trasero.
Dice el periodista Paco Lobatón, experto en desapariciones, un clásico televisivo en la búsqueda de personas tragadas por la tierra, que los padres de María Teresa son especiales. Que nadie ha buscado como ellos: incansables, abatidos pero fuertes, y hasta el final. Dejar de buscar a su niña no es una opción. Esperarla es una forma de vida.
La historia comienza en Motril el 18 de agosto del año 2000. La pena, es que –por ahora– acaba como empieza: sin saber nada de María Teresa Fernández.
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Aquel verano tenía 18 años y en esa noche tocaban los Café Quijano en la feria de Motril. Su padre la dejó en la parada del autobús para recoger de la playa –a un kilómetro de distancia–a su novio, Phillipe, que trabajaba en un chiringuito, para después irse juntos a las fiestas. Allí, donde la Alsina iba a recoger a Mari Tere y al resto de viajeros, Antonio sintió en la mejilla el último beso. Y allí dejó de existir la criatura, que llevaba un año en Motril tras haberse criado en Suiza, ya que sus padres fueron a buscarse la vida fuera de Andalucía.
Mari Tere era responsable. Había quedado con otro amigo, Néstor, que tampoco supo de la joven. La cosa es que, en estos comienzos de la modernidad, ella tenía móvil. Mandó un último mensaje a su novio: «Puede que llegue 1 tarde pero voy. Espérame». Fueron sus últimas palabras. Nada más se supo del origen de ese retraso controlado, ni por qué nunca llegó a la playa a por él.
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Mari Tere desapareció hace 25 años. Los medios técnicos no permitieron saber desde dónde mandó ese SMS; era como una carta inconexa sin más vínculo de ubicación. Sí de tiempo. Lo envió a las 21.53. Lo que siempre ha extrañado es que desapareció, quizá, en el punto más céntrico de Motril, quizá en el momento de más bullicio del año. Y –se supone– nadie vio nada.
Con la esperanza de que hubiese algún testigo, los padres han sido vapuleados a lo largo de estos años con llamadas falsas y peticiones de dinero que han ido echando sal a la herida. Todavía recuerdan la impotencia de aquellas primeras horas. Antonio y Teresa aseguran que faltaron medios policiales. Que tardaron en buscar. Que se tomó declaración al novio y al conductor del autobús, pero poco más. Por eso, empezaron a buscar ellos por su cuenta; un periplo que aún hoy no ha terminado.
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Lo peor de la desaparición de Mari Tere es que nunca se ha encontrado ninguna prueba de la que tirar. Todo se construye sobre hipótesis de lo que pudo haber sido. Si dijo que se retrasaba pero que iría a la playa con Phillipe es porque se encontró con alguien conocido. Si nadie vio nada extraño, es que no la forzaron. Si había dos asesinos por la zona, pudieron ser ellos. Pero no hay nada en claro 25 años después pese a la intensa investigación y el profundo interés que le pusieron la familia y la Policía, al menos desde que Francisco Pérez Polo llegó al caso.
El inspector Francisco Pérez Polo asegura que tiene un sospechoso al que siempre ha animado a confesar
Polo ha sido el inspector jefe de la Policía Judicial de Motril durante veinte años. Dos décadas de búsqueda profunda junto a los padres de María Teresa, cargado de profesionalidad, pero considerado por afecto y cercanía como uno más de la familia. Polo siempre se ha lamentado de la falta de pruebas iniciales en las que poder bucear. Aun así, ha realizado búsquedas imposibles, cogido el guante de cualquier indicio y apurado las pocas líneas abiertas hasta dejarlas completamente agotadas. Pero nada. Su espinita clavada siempre fue Mari Tere.
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El triángulo
Con Polo al frente, se llevó a cabo la investigación más profunda, derivada de pensar que la joven de Motril formaba parte del triángulo de asesinatos, perpetrados por Tony King y Robert Graham, de las chicas malagueñas Rocío Wanninkof y Sonia Carabantes, por los que sí fueron condenados.
Tenían la misma edad que María Teresa y desaparecieron y fueron asesinadas a pocos kilómetros de Motril, también durante las fiestas de sus pueblos. La investigación planta a King y Graham de cacería, como ellos mismos las solían llamar, por tierras motrileñas aquel 18 de agosto. Sin embargo, nunca ha podido demostrarse este extremo.
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Polo llegó a engrilletarse a King para recorrer las calles de Motril y refrescarle la mala –y malvada– memoria al asesino, y los padres de Mari Tere llegaron a sentarse delante de Tony en la cárcel, mirando a sus ojos delirantes para preguntarles dónde estaba su hija. Pero esta investigación, judicialmente, pese a las múltiples declaraciones de Tony Alexander King, nunca ha llegado a nada. Sin pruebas físicas, eran las palabras de una persona sin credibilidad que desde prisión escribió a la que fue su mujer para decirle que iba a contar «lo que le pasó a la chica de Motril».
Paco Polo, el inspector, el mejor conocedor del caso de María Teresa, dejó de creer que hubiesen sido King y su compinche, después incluso de haber sometido a hipnosis al asesino británico. Para él, siempre tuvo más fuerza la hipótesis de que fuese alguien cercano a la joven. También estuvo siguiendo los pasos de los que conformaban su círculo de entonces. Es más, asegura que tiene un sospechoso al que siempre ha animado a confesar.
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La víctima llegó a mandar un mensaje poco antes de desaparecer, aunque nunca pudo esclarecerse el lugar desde donde lo hizo
Para Polo, no es tarde todavía y no lo va a ser nunca. Para los padres de la joven, para Teresa y para Antonio, tampoco lo es. 25 años después, siguen pensando que llegará esa llamada que los saque de esta pesadilla perenne y tatuada, que les diga –de verdad– dónde está María Teresa.
Y ahí seguirán. Cerca del teléfono, dispuestos siempre a descolgarlo. Solo quieren saber qué le pasó. Que suceda el milagro y se resuelva como se han resuelto casos cuando ya se creía todo perdido. El delito, si lo hubiera, estaría prescrito en términos judiciales. Pero para esos padres, eso da ya igual. Solo quieren saber dónde está María Teresa, dónde pensarla, dónde recordarla.
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