Castell del Rey, Fraga y David Bisbal
Sobre este cerro de vistas únicas se vive de maravilla, según sus vecinos, que andan aún esperando a que se regularice su barrio o a que llegue el autobús
Sergio González Hueso
Domingo, 12 de junio 2016, 00:12
Castell del Rey es un montón de buenas casas sobre una loma desde la que se atisba parte de Roquetas, el Cabo de Gata o ... el extraordinario Mar Mediterráneo, que colorea con su azul marino el horizonte de un barrio que brotó en tiempos de Manuel Fraga. Casi nada. Corrían los años 60 cuando el político gallego, entonces titular de Turismo en el régimen franquista, se marcó como objetivo ubicar en esta privilegiada localización a escasa distancia a Poniente de Almería una urbanización vacacional modélica. De esas que pretendían ser un ejemplo a seguir para un país que ya entendía por entonces que lo suyo iba a ser lo de aprovechar el sol y la cervecita y no el I+D+i.
El exótico destino España comenzaba a sonar fuera, por lo que el régimen se tiró en plancha a edificar sobre unas pastillas de suelo sobre las que quería hacer negocio con turistas de alto standing. Fueron dos empresarios y su promotora 'Castell del Rey S. A.' -seguro que les suena- los que se hicieron con la ejecución del proyecto. En poco tiempo comenzaron unas obras que iban a ser todo un hito constructivo. No fue así. Tras levantar unas cuantas casas y dibujar media docena de calles... la cosa se acaba torciendo y el gran proyecto de Fraga se va a hacer puñetas, algo más español que la tortilla.
Pese a que las primeras casas se vendieron a franceses y belgas ávidos de horas de sol, a la urbanización se le deja sin los servicios prometidos. Ni agua tenían. La lucha por conseguir estas prestaciones básicas es la que ha capitalizado desde entonces la vida de una urbanización vacacional que con el tiempo se ha convertido en un barrio residencial a tiempo completo.
Las parcelas que quedaron solteras o muchas casas en las que se hablaba francés pasaron a manos de españoles, que vieron en Castell del Rey el sueño de una vida tranquila, alejada del bullicio y en total intimidad con esa naturaleza tan salvaje y singular propia de la orografía almeriense.
La historia de este barrio la cuentan de maravilla Mabel Pérez y Diego García en una pequeña estancia de paredes desnudas. La vivienda que la contiene, cedida por un vecino, es la que circunstancialmente sirve de contexto para que pueda desarrollar sus actividades y reunirse hoy una asociación vecinal que no sólo galvaniza el calendario reivindicativo de Castell, sino también articula su convivencia cotidiana.
Precisamente fueron estas dificultades iniciales las que hicieron germinar la contestación social. Poco a poco y gracias a la batalla de sus vecinos, el barrio fue consiguiendo servicios. No fue fácil, pues no había alumbrado en las calles, ni aceras o asfalto, tampoco agua corriente... por lo que tenía que subir un camión semanalmente para llenar los aljibes de unas casas que muchas hasta fueron ocupadas ilegalmente.
De aquella época sobrevive una singular festividad en el barrio que rememora precisamente la llegada del agua a las viviendas. Este hito ocurrió hace justo 30 años y supuso el espaldarazo definitivo a la consideración de Castell como barrio de Almería, por parte de unas administraciones que han ido colaborando a cuenta gotas. En la pequeña estancia se honran nombres como Allan Thibaut, María Casuso o Juan de Luque... personas estas que ocuparon la primera línea del frente de batalla que los vecinos tuvieron que librar para que le fueran reconocidos sus derechos fundamentales.
El dichoso papeleo
A pesar de que hoy a Castell nadie le cuestiona que es el primer barrio de la capital en su extremo Poniente, y que sus calles están asfaltadas, tienen luz o hasta equipamientos deportivos, uno de sus problemas parece haberse hecho endémico: la falta de ordenación.
Cuando los dos empresarios construyeron en este mirador natural las primeras casas, parece que se quedaron por tramitar unos cuantos papeles [dicho así por simplificar un poco]. Desde entonces Castell del Rey arrastra un problema de inseguridad jurídica que se resume en que el barrio no está recepcionado aún por el Consistorio. Esto supone estar fuera de todo ordenamiento pese a que durante todos estos años los vecinos han ido cumpliendo paso por paso todos los preceptos necesarios para que sus dominios sean completamente equiparables al del resto de barrios de Almería. De hecho, aquí se paga como si así fuera.
El principal inconveniente cotidiano aparejado a este problema es la imposibilidad que tienen estos vecinos para realizar en sus casas intervenciones que requieran de una licencia de obra mayor, pues no se las conceden. Más allá de eso, el escollo fundamental es que el barrio no tiene opción a desarrollo, cuestión que le preocupa más a un Consistorio al que desde la asociación le agradecen que haya ido atendiendo sus demandas a pesar de todo. Hoy la solución a este embrollo administrativo es la misma que hace 15 años: la aprobación del nuevo planeamiento de la ciudad, que volvió a hundirse esta primavera en aguas autonómicas. En el nuevo PGOU, Castell ya aparece pintado como lo que en realidad es: un barrio de Almería. El problema es que dicho documento no acaba nunca de entrar en vigor, para aburrimiento de vecinos, técnicos o políticos municipales.
Otras demandas
Pero además de esta cuestión de carácter vital, en el seno de la improvisada sede vecinal de Castell del Rey se apuntan a otras necesidades -todas ya puestas en conocimiento del Consistorio- que de ser atendidas mejorarían muy mucho la vida diaria de estos ciudadanos.
La primera es mejorar el peligroso acceso que tiene el barrio. Entrar o salir de él sólo puede hacerse desde la carretera nacional 340a y jugándose el tipo, pues no existe una infraestructura que permita coger el desvío a Castell o incorporarse a la carretera con garantías. Los vecinos quieren una rotonda en un anchurón que existe en la 340a cerca de la actual entrada. Esta sería la opción predilecta a la otra solución planteada por Subdelegación: habilitar un segundo acceso desde la autovía.
Una segunda reivindicación del barrio aún no atendida es la falta de conexión con el centro, vía bus. Castell se encuentra separada de Almería por unos tres kilómetros, y lo más importante, por una orografía agreste casi insalvable sin quemar gasolina. En la asociación no entienden que se fomente el transporte urbano y que a ellos se les obligue a usar su vehículo sí o sí. Teniendo en cuenta además, que pagan sus impuestos como todo el mundo. «¿Qué tal un microbús?», se preguntan.
Hay más: en Castell su asociación no tiene sede para reunirse o realizar actividades. El altruismo de un vecino posibilita que esto no se haga hoy al aire libre. Como existen unos terrenos municipales, los vecinos ven con buenos ojos que el Consistorio les habilite un local ahí. Así podría aumentar su actividad y dejar de ocupar, por fin, la casa de su amigo.
La recuperación del antiguo sendero -el Camino Viejo- que les conecta con Pescadería, la instalación de un parque cardiosaludable o la adecuación paisajística del recorrido de entrada al barrio... son otras demandas de este barrio hermoso, cuya historia escriben hoy unos vecinos que sólo tienen que mirar por sus ventanas para darse de bruces con la inspiración. Y si no, que le pregunten a Bisbal, que es vecino ilustre.
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