Más de 60.000 personas viven solas en Almería, el triple que hace treinta años
La mayor proporción corresponde a solteros, sobre todo hombres, seguido de viudos, con un predominio claro de mujeres, y divorciados
josé ahumada
Almería
Domingo, 3 de julio 2022, 23:11
Los almerienses cada vez viven más solos: en menos de tres décadas, el número de hogares en los que vive una sola persona se ha ... triplicado. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 1991 eran 18.932 los hogares unipersonales, mientras que en 2020 (última dato disponible), alcanzaron la cifra de 60.100. Es difícil justificar este incremento de viviendas con un solo morador por el aumento de población, y tampoco puede explicarse por un envejecimiento poblacional, dado que Almería es una de las provincias con la media de edad más joven de España.
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Si bien el hecho de que las mujeres sean más longevas y se queden solas tras enviudar, cuando los hijos se han ido de casa hace ya tiempo, es un factor que ayuda a cuadrar las cuentas, no es decisivo. Como tampoco lo es que cada vez parece que duran menos los matrimonios, y también son más los separados y divorciados que prefieren estar solos. Sin embargo, el incremento sigue sin justificarse.
Para encontrar la respuesta hay que mirar hacia los jóvenes, hacia los solteros: son ellos quienes habitan alrededor de la mitad de estos hogares. Frente a una concepción negativa de la soledad, la práctica demuestra que cada vez es más habitual dar con gente que se encuentra muy a gusto consigo misma. No hay un perfil uniforme entre quienes optan por una vida en solitario. En Andalucía, según marca el INE, más de la mitad son personas solteras, pero la distribución entre sexos en este bloque no está equilibrada: son 210.000 son hombres frente a 135.000 mujeres. Tampoco entre los viudos, que constituyen el segundo gran grupo en estos hogares. Ellas son muchas más, 193.000 por solo 43.1000 varones. Entre los separados, divorciados y casados que viven solos, que también los hay, las diferencias son mucho menores.
«En las últimas cinco décadas, en España se ha producido un importante cambio demográfico y de la familia. Se trata de una transformación cultural y social con importantes implicaciones, económicas, sociales y también psicológicas», destaca el sociólogo Juan Carlos Zubieta.
Nuevas formas de convivencia
«La forma de convivencia ha variado, de la familia tradicional y extensa se ha pasado a una pluralidad de formas familiares y de convivencia. En la actualidad, los ciudadanos del siglo XXI, de una sociedad urbana y tecnológicamente avanzada, podemos elegir diversas estrategias familiares y de convivencia. Así, un modelo de familia, todavía mayoritario, es el nuclear –padre, madre e hijos–, pero cada vez hay más personas que optan por modelos alternativos, entre ellos se encuentra el vivir solo. Es una visión del mundo y de las formas de vida y de relación social muy diferente de la que tuvo la generación anterior», apunta Zubieta.
Entre las causas de esta transformación social, apunta a la disminución de la nupcialidad y la natalidad, la gran movilidad geográfica, que «dificulta que se consoliden las relaciones de pareja», y el gran valor de independencia y la libertad individual en la sociedad postmoderna. Claro que, como observa el psiquiatra Baltasar Rodero, además de esa soledad «buscada, deseada, incluso trabajada», que «insufla bienestar, serenidad, actitud positiva», hay otra que «implica marginación, exclusión, alejamiento de la norma, incluso desprecio de esta: en definitiva, ausencia de participación social». Por todo ello se paga un peaje.
«La soledad no tiene sexo, afecta a hombres y mujeres, no se corresponde con raza o cultura, es un hecho natural que se desarrolla por la desconexión con la manada con la que nos hemos identificado, y el barrido de los referentes implica la necesidad del reencuentro con otros nuevos, en cuya búsqueda hemos de desplegar todas nuestras energías; ello va a implicar una disminución de nuestras defensas por el esfuerzo emocional y físico, y un incremento en nuestros niveles de alerta, pues nos sentimos en ese caminar entre enemigos. Es un esfuerzo que, mantenido en el tiempo, provoca enorme desgaste: disminuye nuestras capacidades intelectuales; al atender a más requerimientos, como la defensa de nuestro equilibrio psicológico, disminuye la resistencia al esfuerzo, aumenta la tensión emocional. Controlamos peor nuestros impulsos, disminuyen las defensas inmunitarias y la expectativa de vida se acorta».
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