A Will Smith se le fue la situación de las manos. A veces pasa. Al resto, que ha opinado sin saber y que ha sentenciado ... sin pensar, también se les fue de las manos. A veces, muy a menudo, también pasa. Y ambas cosas son deplorables.
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'Ali' reaccionó sobre todo de manera desproporcionada. El chiste de Chris Rock no fue hiriente; mereció más el bofetón por la falta de gracia que por su mala leche y, claro, Will ha estado tan acostumbrado a defendernos de las invasiones de extraterrestres que disparó antes de tiempo. Tal vez debió desenfundar, si es que a él le pareció mal, pero jamás apretar el gatillo. Mató un mosquito a cañonazos. Todos le hubieran aplaudido si en lugar de un Bad Boy hubiera subido al escenario Chris Gardner, el papá de 'En Busca de la Felicidad'. No fue así y la vajilla saltó por los aires.
Tampoco muchos han tenido en cuenta el atenuante de la compleja vida de Will Smith; no la ambrosía de ahora sino su infierno juvenil. Resulta curioso que los expertos editorialistas condenen el bofetón del actor mediante una ristra de hostias de todo tipo. A dios rogando y con el mazo, dando.
Es un poco la película de Juan Villar tras el penalti errado ante el Girona. Si lo hubiese transformado, loas y alabanzas, personalidad y carácter. Valentía y ejemplaridad. Al mandarlo al limbo, bofetones y gritos en sus redes sociales. Cada día es más fina la delgada línea roja entre el éxito y el fracaso. Nos movemos al límite en las emociones negativas. Disparamos sin apuntar. Como los penaltis en el Almería. Como la reacción del Príncipe de Bel-Air. Como el muro de Juan Villar.
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Hay que tomar aire y bajar las pulsaciones. Y esto se trabaja en cada cosa que hacemos a diario.
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