Stefan Dzodic, un futbolista que ha crecido y que no tiene límite. A. Lof/C. Barba
UD Almería

Stefan Dzodic, el orden del Almería en medio del ruido

El centrocampista serbio, que llegó desde el Montpellier el pasado verano, exhibe la anatomía de un futbolista que sostiene sin ser visto

Juanjo Aguilera

Almería

Lunes, 27 de octubre 2025, 23:31

Hay jugadores que viven del aplauso, del gesto técnico que despierta un murmullo en la grada. Y hay otros, más escasos, que se alimentan del ... silencio, de la corrección invisible, del pase que no brilla pero evita un incendio, del cuerpo interpuesto justo a tiempo. El serbio Stefan Dzodic, que llegó este pasado verano desde el Montpellier francés como un fichaje con más futuro que presente, pertenece a esa especie en extinción, la de los futbolistas que hacen que todo funcione sin que nadie repare en ellos. El Almería es experto en tener jugadores de este corte. Stefan Dzodic ha comenzado a ocupar, sin hacer ruido, el espacio que durante seis años perteneció a César de la Hoz, al que se le echa de menos. Donde antes se imponía la pausa y la lectura del juego, ahora emerge la potencia y la recuperación. Distintos en forma, parecidos en fondo: ambos representan esa figura imprescindible que no siempre brilla, pero que da sentido al equipo. En el Almería actual, Dzodic parece escribir la continuación silenciosa del legado que César dejó entre 2018 y 2024.

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Hoy, Dzodic recoge ese testigo con una personalidad distinta pero un propósito similar. Donde César aportaba pausa, él ofrece empuje; donde el cántabro controlaba el ritmo, el serbio impone presencia. Ambos, sin embargo, se encuentran en el mismo territorio moral: el del compromiso, la disciplina y la responsabilidad. En un Almería que busca estabilidad y madurez, Dzodic parece continuar la herencia invisible de César, recordando que también hay heroísmo en sostener y que, a veces, el corazón del equipo late más fuerte en quienes menos lo exhiben.

Respiración

La UD Almería, en este arranque de temporada, ha encontrado su respiración. Ya no es el equipo que sufría con cada contragolpe ni el que se desangraba en los últimos minutos. Once jornadas, cinco victorias, cuatro empates, sólo dos derrotas. Seis partidos seguidos sin perder, cuatro de ellos ganados, dos empatados. Tres triunfos consecutivos en el UDAlmería Stadium. Los números no mienten y es que algo se ha ordenado en el vestuario, algo ha encajado en el alma del equipo.

En medio de ese cambio, entre nombres que empiezan a despuntar y otros que se consolidan, Dzodic ha sido la bisagra silenciosa, la línea invisible que une la defensa con el mediocampo. No levanta la voz, ni los brazos, ni las estadísticas. Pero está. Y cuando está, se nota.

Su mapa de calor es un retrato de la entrega, un rastro que atraviesa la mitad del campo, que se adentra en la banda izquierda, que baja hasta la línea del área como quien regresa a casa. Dzodic no tiene una posición, tiene una misión. Seis partidos, cuatro como titular, 326 minutos que parecen más por la cantidad de terreno que recorre.

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Su cuerpo –fuerte, sólido, anclado en la lógica del fútbol físico– se mueve con una serenidad que contrasta con su potencia. Hay en él algo del jugador que no busca la guerra, pero la gana cuando llega. Promedia 2,2 balones recuperados por partido, 1,2 entradas, 4,8 duelos ganados con un 62% de efectividad. En el aire, 65% de éxito; en el suelo, la convicción del que no retrocede.

Sin florituras

No hay adornos en su juego. Su belleza es la del gesto justo: 80% de acierto en el pase, 84% en campo propio, 73% en campo contrario. Nada espectacular, todo necesario. Dzodic no juega para que lo vean, juega para que los demás puedan hacerlo. Completa 20 pases por encuentro, casi todos breves, algunos largos (1,7 por partido) y varios con una precisión quirúrgica (1,3 pases en profundidad). Es el tipo de futbolista que entiende que la eficacia también puede ser una forma de arte.

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Cuando el balón pasa por él, el equipo respira. No acelera, ordena. No improvisa, interpreta. Quizá por eso su fútbol se entiende mejor en conjunto. Cuando Dzodic está, el Almería parece tener una brújula. Cuando no está, el viento se vuelve más caprichoso.

En defensa, su comportamiento roza lo metódico: 0,3 intercepciones, 1,3 despejes, 0,3 tiros bloqueados por encuentro y -más importante- ningún error que haya llevado a un disparo ni a un gol. No ha cometido penaltis. No ha sido expulsado. Dos amarillas en seis partidos son la prueba de una agresividad medida, controlada, profesional. La suya no es una defensa de músculo, sino de cabeza.

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A mitad de camino

Quienes lo ven entrenar hablan de un jugador que no rehúye el contacto, pero tampoco lo busca. Que entiende el cuerpo como herramienta, no como arma. Dzodic juega como quien ha aprendido que el fútbol es, sobre todo, un ejercicio de responsabilidad. Y eso, en tiempos de vértigo y fuegos artificiales, tiene un valor incalculable.

Su capacidad de adaptarse a la posición de defensa central refuerza la sensación de fiabilidad. Es el tipo de jugador que, si el partido lo exige, se transforma. No hay gesto de queja ni dramatismo. Sólo la aceptación de que el deber está por encima del brillo.

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Quizá por eso su figura ha ido ganando peso en un Almería que, poco a poco, parece comprender la importancia de la estabilidad. El equipo se ha reencontrado con la victoria, pero lo ha hecho desde un lenguaje distinto, menos eufórico, más cerebral. Y Stefan Dzodic encarna esa transición.

Hay una imagen recurrente en los últimos encuentros y es el serbio ajustándose las medias tras un corte, respirando hondo, mirando a su alrededor mientras el balón vuelve al juego. No celebra, no gesticula. Sólo observa. Es el gesto del que entiende que su papel no es terminar la jugada, sino evitar que empiece la del rival.

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La otra mitad

En un fútbol que glorifica al que anota y olvida al que previene, Dzodic representa la otra mitad del relato. El fútbol de los que no están en los resúmenes, pero sostienen el argumento.

Quizá nunca tenga un cántico propio desde la grada, ni un titular en mayúsculas, pero su valor se mide en la calma que deja cuando el partido se apaga porque el fútbol también pertenece a los que no gritan, a los que no necesitan brillar para ser indispensables.

Stefan Dzodic no juega para ser visto. Juega para que su equipo no se rompa. Y en este Almería que vuelve a creer, esa puede ser la forma más pura –y más humana– de grandeza.

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