Hace poco menos de un año me senté frente al televisor a ver a la UD Almería con una sensación que no había experimentado jamás ... en los tres lustros que este club tiene de vida. La derrota que sufrió el equipo en casa contra el Huesca, sumada a los otros siete encuentros anteriores en los que Joan Carrillo no fue capaz de ganar, hizo que el conjunto rojiblanco afrontase el partido en el Carlos Tartiere de aquel 20 de diciembre con un entrenador totalmente sentenciado, unos jugadores que no confiaban lo más mínimo en él y una afición harta de todo y de todos. Jamás tuve tan claro antes de empezar un partido que el Almería perdería. Y perdió, claro. Y echaron a Carrillo.
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Las sensaciones que tuve por aquel entonces, afortunadamente, no se han vuelto a repetir, aunque ha estado cerca. Haber logrado únicamente una victoria fuera de casa en los últimos 37 desplazamientos es humillante. Decir durante toda la semana que el equipo quiere salir a ganar e imponer su juego para después comprobar que en Soria los andaluces apenas tiran una vez a puerta en todo el encuentro es, directamente, una tomadura de pelo.
Por mucho que lo intente, nunca entenderé por qué el Almería sale a por todas en casa, con un equipo ofensivo y que vence exponiendo virtudes interesantísimas, y se vuelve rácano y miedoso lejos del Mediterráneo. En Sevilla los de Soriano estuvieron cerca de su mejor versión. En Valladolid empeoraron, aunque no se difuminó del todo ese equipo con iniciativa. En Soria volvieron a las andadas. Me da igual ya el destino del Almería en cada desplazamiento. Sea cual sea, las estadísticas dicen que no va a ganar. Por tanto, los números dicen que no hay nada que perder. Entonces, salgamos a atacar. Mejor eso que salir a defender, o lo que sea que estemos haciendo ahora. Quizás, atacando, hasta metamos un gol, oye. Cosas más raras se vieron.
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