En el momento de escribir estas líneas aún me cuesta respirar. No tanto porque la primera victoria llegó en el momento más oportuno, más necesario ... diría yo, ante el rival perfecto por aquello de que el golpe es, además, anímico, sino porque la posibilidad de que ese triunfo se escapara de las manos, otra vez, llegó a ser real. Y eso hubiera sido, esta vez sí, absolutamente insoportable.
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Durante muchos minutos la UDA jugó con su propio destino. Un gol, que por ocasiones llegó a merecer el Getafe, hubiera abierto de par en par la fría tumba. Es cierto que los rojiblancos tuvieron opciones de sentenciar, pero no lo hicieron. Y ese fue el castigo, la flagelación que se autoimpuso, no se sabe bien por qué, la UDA a sí misma. El Getafe jugaba sólo con el corazón y con lo que quedaba dentro del pulmón. No habrían soportado un tercer golpe. Sus ocasiones iban a llegar y debían ser celebradas. Pero las de la UDA, que también llegarían, no tendrían tanto valor si no se culminaban porque el escenario convirtió a los de Rubi en superiores, dominadores y favoritos para la victoria. La lógica estaba de su lado, por primera vez en mucho tiempo lejos de la Vega de Acá. Pero faltó instinto asesino y los fantasmas de equipo pequeño al que las alegrías le llegan con cuentagotas se apoderó de las mentes almerienses. Y eso dio una vida extra a un Getafe que yacía ante su gente, inerte, esperando la puntilla para dejar de sufrir. Y mira…
Pero, oye, qué más da. Los puntos dan vida y no importa cómo se consigan. Cuando hay hambre el pan se busca y se coge de dónde sea y cómo sea. Sin peros. Los hay, aunque sobran en un momento así. El único reproche que podemos hacerle a los desérticos -por aquello de la camiseta- es que nos hicieran sufrir de esta manera en una tarde que parecía plácida, por primera vez lejos de casa. Nada más. Es lo único que les podemos decir. Porque adelantar al Cádiz y al Getafe en la clasificación es un regalo que hay que disfrutar, aunque nos hayamos dejado algo de vida en su logro.
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