Embarba, el fuego que aprendió a esperar
El madrileño, pichichi indálico, ha vuelto al Almería con 33 años y la misma mirada que tenía cuando empezó: la de los que aún creen en la llama
Hay edades que no se miden en hojas del calendario, sino en pulsos. En el fútbol, hay quienes a los 25 años ya son pasado ... y quienes, a los 33, siguen escribiendo futuro. Adrián Embarba pertenece a los segundos, a los que envejecen hacia adelante. No hay en él ni rastro de nostalgia, sino una certeza serena y ésta asegura que el fuego no se apaga, solamente cambia de forma.
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En la UDAlmería 2025/26, el jugador madrileño ha regresado como quien vuelve al hogar después de un viaje largo –. Dejó Vallecas, su barrio, donde la pasada fue una temporada de reencuentros con el Rayo Vallecano que dirige Iñigo Perez –cuando llegó del Espanyol vivió dos años en Primera con la UDA, jugando 65 partidos y firmando siete goles–, pero regresó al sur con la piel curtida y el alma despierta, tras un curso con los rayados. No fue un regreso sentimental, sino un acto de fe. Lo hizo con la serenidad de quien conoce los tiempos del juego, pero también con la rebeldía de quien no acepta el dictado de los años.
En verano, hubo un momento en que pareció que Embarba no ayudaría al proyecto. Su nombre circuló entre rumores y conjeturas, porque el límite salarial del club estrechaba el margen y su buen rendimiento lo convertía en pieza codiciada. Durante unas semanas, el aire en Almería se llenó de incertidumbre. Pero él pidió calma. Quiso escuchar, mirar a los ojos a los representantes del club y entender el proyecto. Lo hizo sin ruido, con la serenidad de quien sabe medir los silencios. Y cuando todo apuntaba a una despedida, decidió quedarse. No fue un gesto de conveniencia, sino de pertenencia, la convicción íntima de que aún tenía algo que dar, algo que solo podía ofrecer vestido de rojiblanco. De momento está a un gol de igualar lo que hizo en sus dos primeros cursos como jugador indálico.
A sus años
Treinta y tres. Una cifra que suena a plenitud y a despedida, a madurez y a desafío. La misma edad con la que Alejandro Magno ya había conquistado el mundo, con la que Jesús de Nazaret cambió la historia, con la que Mozart había dejado su última sinfonía. Y en ese territorio donde otros culminaron su obra, Embarba parece estar empezando la suya más libre.
No es que desafíe al tiempo, lo seduce, lo retrasa con la precisión de su golpeo, lo engaña con una pausa antes del pase. A los 33 años, no corre más rápido, pero piensa más deprisa. Y el fútbol, en el fondo, es eso, pensamiento en movimiento.
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Sus estadísticas cuentan parte de la historia, hablan de seis goles, dos asistencias, once partidos, nueve titularidades, 740 minutos de constancia. Pero los números, por sí solos, son demasiado fríos para explicar lo que ocurre cuando el balón pasa por sus pies. Porque en cada toque suyo hay una liturgia, una forma evidente de ordenar el caos.
El madrileño juega como quien ha aprendido que el juego no es velocidad, sino lucidez; que la prisa se desgasta, pero la inteligencia perdura. El gol de falta directa contra el Albacete, en la primera jornada del campeonato, fue el primero en recordarlo. Una ejecución de precisión casi científica, un disparo que cortó el aire y pareció suspender el tiempo –el Almería no tenía un lanzador que acertara a balón parado–. El estadio contuvo la respiración antes de estallar y en ese silencio previo estaba el arte. Más tarde, en el mismo partido, asistió a Dion Lopy para que pusiera el 2-1, como si quisiera demostrar que también sabe pintar con pincel fino.
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Un gol, un punto
Luego vino el empate contra el Sanse en Anoeta, con un pase de Álex Muñoz que él transformó en red. No fue un gol cualquiera, fue una afirmación de estilo. Frente al Racing de Santander, Sergio Arribas le sirvió un balón al hueco y Adrián Embarba hizo lo que los buenos hacen, apareció en el instante exacto. Contra el Sporting de Gijón, Arnau Puigmal le dio el pase que él convirtió en el gol de empate –se había adelantado el conjunto astur–, y contra el Real Zaragoza no necesitó a nadie. Un error ajeno, un balón perdido por Keidi Bare en el centro del campo retrasado hacia atrás de cabeza, y el veterano, atento al destino, corrió más que nadie para plantarse ante Esteban Andrada y convirtió el 2-0 con una frialdad de relojero.
El último, ante el Eibar, el pasado sábado, nació de un envío 'Amazon Prime', puerta a puerta, de Stefan Džodic y cerró el marcador en un 3-0 que olía a reivindicación. Seis goles distintos, seis maneras de decir «aquí sigo».
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Pero sería injusto detenerse ahí. También ha creado para los demás. El pase a Chirino ante el Zaragoza que abrió el partido, la asistencia a Dion Lopy en aquel partido vibrante ante el Albacete… No se limita a brillar, reparte la luz.
Visión panorámica
Su visión se ha vuelto panorámica, ve el campo como un tablero y se mueve como un jugador de ajedrez que siempre piensa tres jugadas adelante.
En el mapa de calor de Embarba hay una lección de vida. La banda derecha arde de rojo intenso, pero hay manchas en el centro, en su propio campo, incluso cerca del área rival. Esa omnipresencia no se debe solamente a la táctica, sino a la necesidad. Es el tipo de jugador que no soporta la distancia con el balón. Lo busca, lo exige, lo persigue como quien no concibe el fútbol sin tocarlo.
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Su media de 2.6 disparos por partido, sus 1.4 pases clave, su acierto del 72% no son sólo cifras técnicas, sino que generan las huellas de un estilo que no se resigna. Pierde 16.9 balones por encuentro porque arriesga y en cada recuperación -3.6 de media- hay una confesión que habla de que también sabe mancharse, retroceder, pelear. No hay vanidad en su fútbol, éste tiene como principal argumento el de la voluntad.
El alma miente
A los 33 años, el cuerpo ya no engaña, pero el alma sigue mintiendo. Y Embarba vive en esa mentira hermosa, la que habla de creer que todavía puede más. Cada vez que arranca por la banda, hay algo de desafío al calendario. Sus piernas pueden haber perdido un segundo, pero su mente le ha ganado tres. Cuando encara, no lo hace por costumbre, sino por necesidad, la de seguir demostrando que el talento no tiene fecha de caducidad.
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El Almería lo sabe. Sus compañeros lo buscan no sólo por lo que genera, sino por lo que contagia. Su presencia ordena. Su veteranía, lejos de pesar, impulsa. No necesita hablar, su fútbol lo hace por él. Cada asistencia que reparte es una forma de enseñar; cada gol que marca, una forma de recordar que la experiencia también puede ser revolución.
El reflejo
Y cuando el partido termina, cuando el estadio se vacía y el eco del himno se disuelve en la noche, Embarba camina despacio por el césped. Lo hace como quien reconoce su propio reflejo en la hierba. No hay épica impostada, solamente una calma luminosa, la de quien sabe que el tiempo puede ser enemigo o aliado, según cómo se lo mire.
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A los 33, Adrián Embarba no está en el ocaso, está en su plenitud. Ha dejado atrás la urgencia y se ha quedado con lo esencial. Juega como los viejos poetas escriben, sin prisa, con intención, sabiendo que cada palabra -cada pase- puede ser la última o la definitiva.
En su mirada aún brilla el fuego de Vallecas, pero su alma ahora pertenece al Mediterráneo. Y cada vez que el balón roza su pie, el estadio vuelve a creer que el tiempo, a veces, también sabe jugar al fútbol.
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Embarba: «Estamos yendo de menos a más y el equipo tiene mucha confianza»
Tras la victoria de la UD Almería en casa, Adrián Embarba se mostró muy satisfecho por el momento del equipo, en UDARadio, y por completar una semana perfecta con tres triunfos consecutivos. El atacante destacó que «nunca es fácil encadenar varias victorias seguidas» y valoró que la UDA «está yendo de menos a más, con mucha confianza», subrayando que la primera parte del partido ante el Eibar fue «muy buena en todos los sentidos».
Sobre el tramo final del partido, el madrileño admitió que el Eibar apretó tras su gol, pero recalcó que «el equipo supo sufrir y mantener la iniciativa» para asegurar los tres puntos.
En el plano personal, celebró su sexto gol de la temporada, que le consolida como máximo goleador del equipo y afirmó sentirse «bien física y mentalmente, importante dentro del grupo».
Respecto a los puestos de ascenso directo, Embarba reconoció que «gusta verse arriba», aunque insistió en mantener los pies en el suelo. «No se asciende ni en octubre ni en noviembre; hay que seguir trabajando para estar ahí al final de temporada», sentenció.
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