Chirino, el guardián de la banda interminable
El lateral diestro rojiblanco, un jugador que enciende la banda en cada viaje y apaga los incendios con la serenidad de quien domina su propio territorio
Daijiro Chirino recorre la banda derecha como quien avanza por un sendero antiguo que sólo él recuerda. No es un central desplazado hacia el costado, ... se ha convertido en la UDAlmería en un lateral derecho pleno, dueño de la línea, intérprete del espacio largo, viajero incansable de ese pasillo en llamas que describe su mapa de calor. Desde lejos, ese rastro rojizo parece una estela de brasas, una hoguera en movimiento que enciende el borde del campo allí donde el partido se decide, a veces en silencio, a veces con una violencia contenida.
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Su temporada con la UDAlmería es la historia de un equilibrio extraño entre solidez y ligereza. En doce partidos que lleva disputados –diez de ellos los ha hecho desde el inicio– ha firmado un curso de fiabilidad casi hermética, como si cada acción estuviera medida con el mismo cuidado que se pone al afinar un instrumento. Cuatro porterías a cero, cero errores que abran un disparo o un gol, cero penaltis, cero concesiones graves. Chirino vive en esa delgada línea donde el defensor moderno se sostiene, anticipar sin precipitarse, corregir sin estridencias, elegir siempre la opción que desactiva problemas antes de que existan.
Un idioma distinto
Sus números hablan, pero él juega como si hablara un idioma distinto al del dato. En estas jornadas apareciendo, el curazoleño firma 1.3 intercepciones, 1.9 entradas limpias, 2.4 despejes, 3.1 balones recuperados, 0.4 tiros bloqueados. Todo parece suceder con una naturalidad que desmiente el esfuerzo. Chirino defiende como si entendiera el campo en capas, como si escuchara los movimientos rivales antes de verlos, como si la banda fuese un pentagrama en el que cada intervención tiene su nota exacta.
En los duelos encarna una firmeza sin gritos, con 4.3 por partido –más de la mitad conquistados–, 49% de ellos en el suelo y un notable 62% en las acciones en el aire. No levanta muros, levanta tiempos. No intimida, disuade. Su fuerza no nace del contacto, sino de la geometría;se coloca donde el rival comienza a dudar. Y cuando tiene que chocar, lo hace con una limpieza que parece de otra época, de esos laterales que corrigen sin romper, que ganan espacio sin violencia, que sostienen sin imponerse.
La sorpresa
Pero la sorpresa aparece cuando cruza la frontera y pisa campo ajeno. El rojiblanco ha puesto la firma a tres goles, todos de gran importancia. 'Se manifestó' con un de casta, ante el Real Zaragoza, arrancando en la zona de medios del equipo maño para 'derribar' barreras y abrir el marcador. El segundo valió para sumar tres puntos, pidiendo perdón porque fue ante su exequipo, el CD Castellón en un duelo muy trabado. El tercero fue en Leganés, con una resolución parecida al marcado ante el cuadro orellut. En Butarque casi inició la jugada, se apoyó en Sergio Arribas y batió a Juan Soriano cruzando el balón. Tres irrupciones con la derecha. Tres golpes escondidos en un jugador que no debería, por posición ni por naturaleza táctica, tener tanta presencia en el área rival. Marca cada 311 minutos, como si el destino le hubiera reservado un hueco en el guion del partido. No remata por potencia, ni por altura, ni por exuberancia; remata porque sabe dónde cae la segunda jugada, porque tiene el radar helado y el pulso caliente cuando se acerca al área. Es un lateral que no fija, sino que aparece, un fantasma luminoso en la madrugada del área rival.
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Con el balón en los pies, Daijiro escribe con una prosa sencilla, pero precisa. 59 toques por encuentro, 29.3 pases acertados con un 82% de éxito, 90% en campo propio, 71% en campo contrario. No arriesga porque entiende su papel, que no es otro que el de dar continuidad, limpiar jugadas, evitar incendios. Y aun así, sus pérdidas –12 por partido– recuerdan que el lateral vive en una frontera, la del riesgo controlado, la del pase que rompe, la del envío largo que puede salir o no. Él no es un inventor, pero sí un eslabón fiable, un primer pase que rara vez genera dudas.
Su disciplina es otra de sus certezas, dos amarillas en doce partidos, ninguna expulsión, ningún exceso. Juega con una serenidad que no es común en futbolistas de su edad, una forma de estar en el campo que parece hablada en voz baja, sin estridencias emocionales.
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En el mapa
Y entonces aparece el mapa de calor, testigo silencioso de quién es realmente Chirino, un lateral de recorrido, de vigilancia constante, de ocupación total del flanco derecho. Sube, baja, cubre, se proyecta, retorna. Participa en la salida, sostiene en transición, fija defensivamente por fuera y da aire por dentro. No es un central desplazado, es un lateral moderno que entiende el juego como una serie de pulsos que pasan por él sin que se note. Su influencia se extiende desde la primera línea de pase hasta mediocampo, donde se adentra para presionar, corregir o lanzar un envío largo que abre un pasillo nuevo.
Como todo jugador joven, tiene margen de crecimiento, puede mejorar la conducción agresiva, ampliar la variedad de pase, asumir más riesgo con sentido. Pero ese margen no borra lo que ya es, un lateral derecho que sostiene, que protege, que aparece en el área rival, que mantiene la serenidad como otros mantienen la respiración.
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Daijiro Chirino avanza por la banda derecha con una mezcla de firmeza y poesía, como si cada partido fuera una página más en un cuaderno en el que no se encuentran tachones. Allí donde el césped se enciende a su paso, donde el juego encuentra pausa y continuidad, donde el lateral no es sólo un defensor sino un guardián del ritmo, Chirino escribe un presente sólido y un futuro que late como promesa. Sin ruido, sin sombras, sin borrón posible. Un jugador que juega como si supiera que la línea del costado no es un límite, es su senda, su casa, su destino.
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