R.C.

La historia del músico granadino que se sobrepuso a un cáncer que le dejó «sordo y cojo»

Un cáncer que se complicó dejó a Luis Landa «sordo y cojo», pero eso no le impidió cumplir su sueño:s er batería de jazz y contarlo

Martes, 5 de febrero 2019, 00:24

«Me llamo Luis Landa y soy músico percusionista. Y aparte soy cojo y sordo». Así se presenta este joven granadino en el vídeo de ... lanzamiento de su proyecto 'Querer Es Poder', cuyo logo es un puño en alto sujetando unas baquetas. Sabe bien de lo que habla: a los 13 años le detectaron un cáncer en la pierna izquierda y, aunque lograron eliminarlo, contrajo una persistente infección hospitalaria que le hizo la vida imposible durante cuatro años. «Yo ya quería que me cortaran la pierna en la operación número 10, pero el médico me decía que estaba loco. Tuve que esperar a la 15. La amputación fue una liberación», afirma el músico, que a causa de los efectos secundarios de toda la medicación que recibió perdió un 75% de audición en ambos oídos. Aquel chaval le dijo adiós al balonmano, su pasión, y lo aprendió todo sobre la caja, los toms y los platillos. Luis ama un instrumento que apenas puede oír y ha tenido que poner mucha imaginación para dominar el pedal del hi-hat con una prótesis casera. Por eso quiere gritar a los cuatro vientos lo que ha aprendido: que todo el mundo tiene barreras y, para cumplir sus sueños, solo tiene que superarlas. «La vida me ha dado una segunda oportunidad y para mí aprovechar el regalo de la vida es hacer lo que me hace feliz», explica el músico, que ahora ofrece charlas motivacionales en colegios, centros socioculturales, asociaciones o empresas. Cuenta su vida entre anécdotas y chistes –«Lo último que quiero es dar pena»– y termina tocando jazz con sus colegas, el percusionista y compositor Carlos Cortés y el guitarrista y bajista Pablo Guzmán.  

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Este andaluz con apellido vasco –su abuelo huyó de San Sebastián en la Guerra Civil y acabó instalándose en la ciudad de la Alhambra– nació hace 36 años en una familia «preciosa» que siempre le ha apoyado. La molestia que sintió en una pierna durante un partido resultó ser un osteosarcoma –un cáncer de hueso– que le llevó al Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde un doctor, sentado a los pies de su cama, le dijo: «Vas a tener que ser fuerte». Ni el médico ni el paciente imaginaban cómo de fuerte. La quimio le hizo perder 30 kilos y la operación en la que le extirparon el tumor, le trasplantaron la cabeza de la tibia y le injertaron una prótesis –nueve horas de quirófano– le dejó como recuerdo una infección por gérmenes anaeróbicos que se alojó entre el hueso y el metal, tan resistente a los antibióticos que solo pudo ser eliminada –catorce intervenciones quirúrgicas después– con la amputación de la pierna por encima de la rodilla.

En los largos meses de hospital, aquel chaval alegre a pesar de todo mataba el tiempo gastando bromas a las enfermeras y, sobre todo, escuchando discos y tocando la guitarra. «La musicoterapia funciona», asegura. Un voluntario acudía al hospital para tocar con él. Al final, todos los voluntarios acababan en su habitación y aquello en una fiesta. «Eran tardes maravillosas», recuerda. 

A los 15 años empezó en el conservatorio –terminó el grado elemental de guitarra– pero, con su primer grupo, que montó con unos vecinos, se enamoró de la batería. Uno de sus primeros profesores fue Erik Jiménez de Los Planetas y después ha aprendido de los mejores en seminarios por toda España. Actualmente da clases de música y percusión enMálaga, aspira a completar su formación de jazz en el conservatorio superior y recorre festivales de toda Europa con su grupo, Potato Head Jazz Band.

«Para mí discapacidad es, por ejemplo, el racismo, porque te falta la capacidad de entender a personas con otra cultura y otro color de piel», asegura. Tener solo una pierna o menos oído, recuerda, no te vuelve incapaz de nada; solo necesitas buscar otra forma de hacer lo que quieres.

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«Me la comió un tiburón»

Luis lleva en ello media vida. Su primera pierna ortopédica, después de 30 conciertos, le hizo una herida «gigante» en el muñón. Después de mucho probar y trabajar con «ortopedas, casas de instrumentos y herreros», se fabricó con una muleta vieja una que le permite tocar el pedal. Con el oído, lo mismo. «Lo que no mata, engorda. He aprendido a escuchar con los ojos y con el tacto, pero aún se me presentan situaciones difíciles y sigo aprendiendo para ser mejor», explica. En 2010 se organizó en la localidad granadina de Maracena el festival Por La Patilla con el fin de comprarle a Luisongo, su nombre de guerra, la 'superpierna'; la Seguridad Social solo pagaba 6.000 euros y costaba 40.000. «Contagia felicidad. Vinieron músicos con los que él colaboraba y muchos más: es imposible no ser amigo suyo –recuerda el crítico Juan Jesús García, que alaba sus dotes musicales–. En la batería de jazz se necesita un nivel superior al del rock».

A veces usa prótesis o muletas; a veces, nada. La agilidad con que se mueve con una sola pierna en la calle o en el escenario despierta admiración y curiosidad. A Luis no le molesta que la gente le mire, pero si un desconocido le aborda para preguntarle qué le ha pasado, suele tirar de imaginación: «La he perdido en mil aventuras: me la comió un tiburón surfeando en Hawai, en la guerra de Irak, escalando el Everest, por un parásito en África... Pronto habrá una nueva entrega: en un tiroteo con la mafia china».

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