Los inolvidables veranos azules de nuestra infancia

Se emitió por primera vez en otoño e invierno, pero es el verano que mejor recordamos de nuestras vidas. Es como si, de críos, todos hubiésemos pasado unas vacaciones en Nerja

CARLOS BENITO

Martes, 9 de agosto 2016, 01:42

Este es uno de esos artículos que deben empezar con un aviso serio a la ciudadanía. O, al menos, a esa parte de la ciudadanía ... que ha tenido contacto previo con el asunto tratado. Atención: existe un riesgo muy elevado de que al cerebro del lector le dé por silbar mentalmente, claro, que es como silban los cerebros en algún momento del texto, y cabe la posibilidad de que esa melodía en bucle continúe después incluso de pasar la página, una vez terminado el periódico, en días y semanas posteriores, quizá hasta la muerte o más allá. A la sintonía de Verano azul no se le conocen límites a la hora de perpetuarse en la cabeza.

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Para muchos españoles, la serie de Antonio Mercero viene a ser un verano más de nuestra infancia. Es quizá el que recordamos con más detalle, porque en la vida real no ha habido reposiciones, y al final no importa tanto que no lo protagonizásemos nosotros, ni siquiera que nuestra toma de contacto con él se produjese a caballo entre el otoño y el invierno. Porque el primer episodio de Verano azul se emitió en octubre de 1981 y el último, en febrero de 1982, aunque algún ejecutivo de Televisión Española decidió remediar cuanto antes aquella incongruencia y la serie se reprogramó el verano siguiente, pasado el Mundial de fútbol. Fue la primera de muchas repeticiones (en 1987, en 1994, en 1995, en 2001...), que nos permiten reevaluar periódicamente sus méritos y reevaluarnos también a nosotros mismos, tal como éramos tan parecidos en algunos rasgos a los de la serie y tal como somos hoy.

¿Y quién silbaba?

  • La pegadiza sintonía de la serie es obra del compositor vizcaíno Carmelo Bernaola y destaca por su pasaje silbado. El encargado de interpretarlo fue otro vasco, el guipuzcoano Joaquín Laría, vocalista del grupo Radio Topolino Orquesta y dotado silbador. Los siete protagonistas aparecían silbando sobre sus bicis, pero a ellos no se les oía.

Verano azul, alguien quedará que no lo sepa, contaba las aventuras estivales de siete chavales (Pancho, Javi, Bea, Desi, Quique, Piraña y Tito) y dos adultos (el viejo marinero Chanquete y la pintora Julia) en un pueblo costero. En sus peripecias no faltaban el amor, la rivalidad y los celos, ni tampoco las trastadas, las broncas con los padres y los momentos de peligro, pero también se colaban asuntos no tan frecuentados entonces por la ficción juvenil: el divorcio, los embarazos fuera del matrimonio, la voracidad de las mafias inmobiliarias, la tragedia familiar Julia había perdido a su marido y su hija en un accidente de tráfico y, en fin, el encuentro de cara con la muerte. Porque Chanquete no llegaba al último episodio, y aquel desenlace, pese a haberse anunciado ya en alguna portada, arrancó lagrimones como garbanzos en los cuartos de estar de España. ¿Qué habría pasado si, como contemplaban los planes iniciales, el muerto de la serie hubiese sido el pequeño Tito? La alfombra del salón se habría anegado de llanto.

En Verano azul se entremezclaban de manera muy curiosa la ficción y la realidad. El propio equipo acabó implicándose en la vida cotidiana de Nerja, la localidad malagueña donde se filmó la mayor parte de la serie, y lo mismo se manifestaban para pedir un ambulatorio nuevo que competían con su propio equipo de fútbol (el Verano Azul F.C., cómo no) en la liga local. A Tito lo encarnaba Miguel Joven, un chaval del pueblo, hijo de un camarero del chiringuito donde solían rodar, que hoy sigue ejerciendo de guía en rutas por los escenarios de la serie. Y, cuando contemplamos el presente de los actores en algún reportaje conmemorativo, a menudo no podemos evitar la confusión con los personajes de la serie, así que acabamos pensando que Desi y Bea se hicieron finalmente enfermeras, que Javi se labró una carrera en el mundo de la interpretación, que Piraña tiene un buen puesto en el Ministerio de Sanidad y que Quique fabrica telescopios artesanales en Granada.

En vajilla de Duralex

«Verano azul no parecía un producto hecho por adultos, si bien es obvio que todo producto cultural infantil lo idean los adultos, claro. No parecía haber intermediarios entre esos niños y nosotros, los telespectadores: eso es mérito del guion de Mercero y Horacio Valcárcel, bastante realista. Eran tiempos en los que TVE no tenía competencia, así que todo resultaba más inocentón, y esa inocencia dio buen resultado. Además, reconocer las vajillas de Duralex color ámbar con las que comían las familias aportaba mucho realismo a la serie», analiza la escritora Mercedes Cebrián, que acaba de publicar el libro Verano azul: unas vacaciones en el corazón de la Transición. ¿Con qué personaje se identificaba ella, por cierto? «Yo quería ser Bea, pero algo en mí sentía que más bien me parecía a Desi, a pesar de no llevar ortodoncia. Al mismo tiempo me sentía cerca de Quique, con su perfil bajo, que siempre quedaba desparejado. Pero, más que identificarme, me veía a mí misma como posible amiga de todos, o ese era mi sueño».

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Mercedes, por cierto, se condenó sin remedio al escoger el tema para su libro: «Vivo silbando mentalmente Verano azul admite, pero lo hice con gusto».

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