Bill Clinton, ¿de florero?
Si Hillary gana las elecciones, su marido abandonará su lucrativa actividad: ha ganado 100 millones de dólares solo por hablar
Inés Gallastegui
Viernes, 25 de marzo 2016, 03:06
Se imaginan a Bill Clinton de rodillas plantando tomates en la huerta de la Casa Blanca, siguiendo una clase de aerobic junto a un montón ... de vegetales gigantes o bailando hip hop en un plató de televisión? Con esas y parecidas actividades, que se enmarcan en su campaña contra la obesidad Lets move, se ha ganado Michelle Obama el corazón y el voto de muchos de sus compatriotas. Da igual que la abogada afroamericana fuese, antes de renunciar a su carrera profesional para apoyar el ascenso político de su esposo, una de las mejores letradas del país. Ahora la gente mide a la primera dama por la anchura de sus caderas, la elección de sus vestidos o la simpatía de sus comentarios.
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Otros consortes
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Joachim Sauer. El marido de Angela Merkel, profesor de Química, mantiene un perfil bajísimo y ha reconocido que odia estar bajo los focos.
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Jakov Kitarovic. Del esposo de Kolinda Grabar, presidenta croata, apenas se sabe que está dedicado a criar a sus dos hijos.
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Pentti Arajärvi. Abogado y político, es el compañero de Tarja Halonen, líder filandesa durante 12 años. Pasó desapercibido hasta que miró el escote de la princesa Mary de Dinamarca en una cena de Estado.
¿Y qué se espera de Bill Clinton, que ocupó el Despacho Oval entre 1993 y 2001? En caso de que Hillary Clinton gane las elecciones del próximo noviembre, su marido se convertirá, a los 70 años, en el primer primer caballero de la historia de su país, un título hasta ahora inexistente por innecesario. El interesado ha dicho, con humor, que le gustaría más que lo llamaran Adán.
Si Hillary gana, ella estará rompiendo una colosal barrera de género... y él también. En un país presidencialista como Estados Unidos, la primera dama y, por analogía, su homólogo varón tiene un papel institucional; no aparece en ninguna ley, pero todo el mundo asume que implica ciertas tareas.
El contenido de ese cargo oficialmente oficioso y no retribuido ha cambiado a lo largo de la historia: al principio, solo se esperaba de ellas que fueran esposas encantadoras, eficaces amas de casa y anfitrionas perfectas. O sea, floreros. Las pioneras en adquirir perfil político, ya en el siglo XX, fueron Florence Harding, Eleanor Roosevelt y Lady Bird Johnson.
La propia Hillary basculó entre el modelo decorativo y el estilo político incluso en campaña: en 1992, compitió en un concurso de galletas con Barbara Bush, después de haber indignado a las amas de casa conservadoras del país con una declaración en la que sonó demasiado profesional, esto es, masculina. Sus cookies ganaron.
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Durante el mandato de su marido, volvió a ser criticada por no limitarse a ser la mujer detrás del gran hombre, a causa de su papel en la reforma del sistema sanitario. Ciertos sectores incluso llegaron a culparla de las aventuras extramatrimoniales de él, incluido el bochornoso episodio de la becaria: según la interpretación más machista y torticera, ella habría fallado en su rol principal, el de esposa, casi empujándolo a la infidelidad.
En los últimos meses, la aspirante ha aludido en varias ocasiones al papel que asumirá su marido: «Le voy a pedir consejo y le voy a usar como enviado de buena voluntad por todo el país para encontrar las mejores ideas».
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Al margen del perfil que eventualmente adopte, Bill deberá abandonar sus lucrativas actividades para evitar los conflictos de intereses. No sería el primero: la propia Hillary y Michelle Obama ya renunciaron a sus carreras como prestigiosas abogadas para apoyar a sus cónyuges. La primera se encontraba en el ránking de los cien letrados más influyentes de Estados Unidos. La segunda renunció a su salario de 212.000 dólares como vicepresidenta del Hospital Universitario de Chicago. Junto a Barbara Bush, son las tres únicas primeras damas con título universitario.
Los gastos de Lewinski
Hace poco, Hillary aseguró en una entrevista que la familia había salido de la Casa Blanca «en bancarrota», una declaración chocante en una exprimera dama; al parecer, en 2001 tenían 2 millones de bienes y 10 de deudas, entre otras cosas, por los costes legales del caso Lewinski.
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Bien es verdad que se resarcieron rápidamente: solo en su primer año como expresidente, Bill supo sacar partido de su popularidad y ganó 13 millones de dólares dando conferencias sobre política, economía y lo que se tercie. Según la CNN, entre los dos han ingresado 153 millones de dólares por 729 conferencias entre 2001 y 2015, cuando ella lanzó su campaña presidencial. La tarifa media de ambos ronda los 200.000 dólares por charla y, aunque la gran mayoría de los ingresos le corresponden a él, desde que en 2013 dejó el cargo de secretaria de Estado ella está más solicitada, asegura The Washington Post.
Casi la mitad de las invitaciones de Bill para hablar procedían del extranjero. Algunas de ellas las dio gratis, para causas benéficas. En cualquier caso, la procedencia de sus ingresos le está dando algunos quebraderos de cabeza a Hillary en la carrera presidencial: muchos de sus espónsores son bancos. «Clinton está financiada por Wall Street», ha denunciado su rival demócrata, el senador Bernie Sanders. «Daré conferencias sobre temas que me interesan y con los que disfruto, pero no cobraré», anunció el año pasado Bill, que como expresidente percibe una pensión anual de 191.300 dólares. Tal vez los Clinton salgan de nuevo del 1600 de la Avenida Pensilvania con una mano delante y otra detrás. Es un decir.
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