El ángel de la guarda del Papa
El comandante Domenico Giani dirige a los 130 hombres que controlan la seguridad de Bergoglio y los servicios secretos de la Ciudad del Vaticano
PPLL
Lunes, 11 de enero 2016, 01:52
Seguro que se ha topado alguna vez con él en una fotografía del periódico o en el telediario. Resulta fácil de reconocer por su cabeza ... rapada, sus gafas de montura al aire, su semblante siempre serio y sus elegantes trajes oscuros. Es la sombra de Francisco, como antes lo fue de Benedicto XVI. Corre al ritmo que marca el papamóvil y apenas se separa unos centímetros del Pontífice cada vez que se da un baño de multitudes: lo mismo en la plaza de San Pedro del Vaticano, que mientras visita una mezquita en la República Centroafricana o preside una misa con las comunidades indígenas en Chiapas. Hablamos de Domenico Giani, comandante de la Gendarmería vaticana. En este 2016 apenas estrenado, Giani y sus 130 hombres están de enhorabuena: se cumplen 200 años desde que Pío VII fundara los Carabineros Pontificios, germen del actual cuerpo. Lo hizo después de pasarse casi cinco años encarcelado por Napoleón Bonaparte. La Gendarmería nació para defender al obispo de Roma, aunque hoy también ejerce de policía judicial y controla la seguridad y los servicios secretos en el Estado de la Ciudad del Vaticano.
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Los gendarmes han contado hasta poco antes de Navidad con un invitado especial en su cuartel, el riojano Lucio Vallejo Balda, uno de los enjuiciados en el bautizado como Vatileaks 2. Tras ser detenido por los hombres de Giani a principios de noviembre, durmió en una de sus celdas y comió en su refectorio hasta que quedó bajo arresto domiciliario. Al cura español pueden caerle hasta ocho años de cárcel: está acusado de entregar a dos periodistas información confidencial que desvela graves irregularidades financieras en la Santa Sede y está previsto que el proceso se resuelva en los primeros meses del año. En 2012, Giani también tuvo que encerrar al mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, protagonista del primer Vatileaks, por filtrar a la prensa cartas reservadas del anterior Papa.
«Juan Pablo II se dirigía a la gente como un entrenador a un atleta»
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Andreas Widmer, antiguo soldado de la Guardia Suiza
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Formar parte de la Guardia Suiza deja huella. Y no solo por vestir el célebre uniforme a bandas azules, amarillas y rojas de este Ejército con más de cinco siglos de historia que hace las delicias de los turistas en el Vaticano. Pocos se resisten a dejar Roma sin fotografiarse con alguno de sus 110 soldados. El servicio, que dura entre dos y tres años, puede cambiar la vida de los jóvenes reclutas, todos ellos menores de 30 años, católicos practicantes, de reputación intachable y con varios años de experiencia en las escuelas militares del país helvético. Eso es lo que le ocurrió a Andreas Widmer, que formó parte a finales de los años 80 de este cuerpo encargado de proteger al Papa y a quienes viven y trabajan en la Curia romana junto a la Gendarmería. Hoy profesor de la Universidad Católica de América, cuya sede en Washington visitó Francisco durante su estancia en Estados Unidos el pasado septiembre, su experiencia en la Guardia Suiza durante la época de Juan Pablo II le sirvió para escribir El papa y el ejecutivo (Emmaus Road Publishing), donde recoge las lecciones de liderazgo de Wojtyla y las aplica al mundo empresarial.
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«Juan Pablo II se dirigía a la gente igual que lo hace un entrenador con un gran atleta ¡Tú puedes hacerlo, eres estupendo! ¡Eres único y tienes talento! ¡Tengo grandes expectativas puestas en ti! Ese era su estilo de ejercer el liderazgo. Sabía cuáles eran los deseos de cada uno, el de la grandeza, el de ser querido, valorado y digno de confianza», recuerda Widmer, director de los programas de emprendimiento en su universidad. Es verdad que hay otros líderes que se comunican de igual modo, pero, a su juicio, Juan Pablo II tenía un «talento especial» para expresarse de forma «comprensible» e inspirar «resolución y acción» entre quienes tenía a su alrededor. Wojtyla ejercía lo que Widmer califica como «guía bondadosa», sustentada por el ejemplo que daba con su propia vida. «Como mánager reflexiono a menudo sobre ello y me pregunto si mis empleados piensan que yo ejerzo de guía de manera bondadosa». Eso es lo que enseña en sus clases a los futuros ejecutivos
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«¿Cómo te llamas?»
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Widmer recuerda una anécdota sucedida en la Nochebuena de 1986 que revela cómo se comportaba el Papa polaco como líder. Era la primera vez que el joven guardia suizo pasaba estas fiestas fuera de casa y le tocaba vigilar la puerta del apartamento pontificio en el Palacio Apostólico. Después de pasarse varias horas aburrido y deprimido pensando en su familia, vio a Juan Pablo II franquear la puerta para acudir a la Misa del Gallo. Al pasar junto Widmer percibió lo triste que estaba. «¿Eres nuevo? ¿Cómo te llamas?», le preguntó. «Es tu primera Navidad fuera de casa, ¿verdad?». «Le respondí aguantándome las lágrimas. Me cogió una mano y agarró mi codo con la otra. Me acercó hacia él y mirándome con sus profundos ojos grises me dijo «Andreas, te doy las gracias por el sacrificio que haces por la Iglesia. Rezaré por ti durante la misa esta noche». Y así consiguió dejarle más contento que unas castañuelas. «Fue el inicio de mi relación con Juan Pablo II», de quien también aprendió que los negocios son una «vocación noble». «Cuando creamos e innovamos asegura tenemos el privilegio de participar en el poder creativo de Dios. Imitamos a Dios cuando trabajamos. No solo hacemos cosas, sino que nos convertimos en algo más. Yo trato de vivir esto cada día».
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Widmer no es el único que se ha animado a sacar provecho literario de su experiencia en la Guardia Suiza. El último libro publicado que tiene como autor a un soldado del Ejército de los papas se titula Buon appetito y ha sido publicado en alemán e italiano. David Geisser, quien trabajó como cocinero antes de alistarse, cuenta en este volumen cuáles son y cómo se cocinan los platos favoritos de varios Papas y de algunos de los personajes más celebres de la Curia romana, como el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, o el arzobispo Georg Gänswein, secretario de Benedicto XVI. Geisser incluso propone un menú argentino para Bergoglio «Para el Santo Padre tenemos empanadas con ensalada de pimientos, colita de cuadril y, de postre, dulce de leche». Aunque son un grupo de monjas polacas las que se encargan de la cocina del cuartel de los soldados suizos, cuando termina su turno, Geisser cuelga el uniforme, se calza el delantal y trastea entre los fogones. La cocina es su gran pasión. Tiene solo 25 años pero ya ha publicado tres libros sobre el tema. Pronto ha aprendido la lección de que los negocios, como insiste Widmer, están bendecidos por Dios.
El jefe de la Gendarmería también tuvo que resolver recientemente un caso especialmente desagradable: en septiembre de 2014, el arzobispo polaco Jozef Wesolowski, nuncio apostólico (embajador) en República Dominicana, fue procesado por pederastia y posesión de pornografía infantil. Después de ser reducido al estado laical (el castigo más duro para un sacerdote), Wesolowski fue hallado muerto en su casa del Vaticano el pasado agosto. Para disipar los rumores sobre un suicidio, la Santa Sede publicó a finales de diciembre los resultados de la autopsia, según la cual falleció por causas naturales, debido a un infarto agudo de miocardio. Y matizaba: «Con exclusión de otras causas exógenas».
Ser el jefe de los guardaespaldas de Jorge Mario Bergoglio no resulta fácil. El principal líder espiritual de nuestros tiempos sigue siendo el cura callejero de siempre. Le encanta saludar a los fieles, escucharles y charlar con ellos. La distancia de seguridad, los filtros y los cordones de protección no están hechos para él. Hasta el punto que el Vaticano ha vendido recientemente el coche blindado que tenía porque el Papa se negó a utilizarlo. «Nosotros debemos esforzarnos cada día para conjugar las exigencias primrias de seguridad con los deseos del Santo Padre por estar cerca de las personas», explicaba Giani en una entrevista. «Somos los encargados de su seguridad los que debemos adaptarnos a él y no a la inversa». Antes de ser contratado por el Vaticano en 1999, este italiano de 53 años, casado y padre de dos hijos, trabajó en la Guardia de Finanzas y en los servicios secretos de su país. Ostenta el cargo de comandante desde 2006. Licenciado en Pedagogía y en Ciencias de la Seguridad Económico-financieras, es un ferviente católico de una espiritualidad franciscana. No oculta que se emocionó cuando contempló en la Capilla Sixtina a Bergoglio inmediatamente después de su elección y de que hubiera optado por el nombre del célebre santo de Asís.
Seis rambos en África
Uno de los grandes logros de Giani ha consistido en estrechar las relaciones entre la Gendarmería vaticana y las policías de otros países gracias a su entrada en la Interpol en 2008. «A nosotros nos es muy útil para preparar los viajes del Santo Padre a otras naciones y en caso de eventuales emergencias que puedan afrontar religiosos en áreas de crisis», precisa. Estas informaciones han sido especialmente apreciadas en la última gira internacional de Bergoglio por África, en la que se plantearon situaciones complejas para la seguridad. La mayor preocupación se vivió en Bangui, la capital de la República Centroafricana, en la que el Papa aterrizó a finales de noviembre.
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Este país vive una guerra civil desde hace tres años con un fuerte componente religioso. Antes de la llegada de Francisco, Giani se desplazó a Bangui para conocer el ambiente de primera mano. Según desveló el diario italiano La Stampa, negoció una tregua durante el tiempo que duró la visita entre los dos principales grupos armados: los musulmanes de la Seleka y los Antibalaka, grupos formados por cristianos y animistas. En esta delicada tarea contó con la ayuda de la Comunidad de San Egidio, un movimiento de laicos presente en zonas de conflicto y con amplia experiencia en la construcción de la paz.
Ante la falta de un Ejército nacional en la República Centroafricana, trata de garantizar la seguridad una misión de Naciones Unidas (Minusca) y un contingente francés formado por 900 uniformados que controla el aeropuerto. Desde París intentaron que el viaje a Bangui se cancelara, algo a lo que Francisco se negó en rotundo. Para extremar las precauciones, Giani envió a seis gendarmes una semana antes de que llegara Francisco para verificar sobre el terreno si la situación empeoraba. Estos agentes recibieron al avión papal en el aeropuerto con un aspecto muy diferente al que lucen habitualmente. Parecían unos rambos con sus chalecos antibalas, camisetas ajustadas, brazos musculados al aire y armas automáticas bien a la vista. Nada que se parezca a su habitual elegancia y discreción.
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La seriedad con que se suelen comportar los gendarmes cuando están de servicio no impide que, en ocasiones, dejen traslucir sus emociones. Un momento así se produjo en la misa que Francisco presidió en Nairobi durante su gira africana. A la ceremonia acudió un numeroso grupo de niños infectados de sida, cuyos padres habían fallecido debido a la enfermedad. Mientras el Papa oficiaba la Eucaristía, algunos de los agentes se lo pasaron en grande jugando con los chavales. Terminada la misa, Bergoglio saludó uno a uno a los críos.
Locos y fieles efusivos
En el trabajo de la Gendarmería generalmente hay poco espacio para relajarse. A los peligros habituales que acechan al Papa y a la Santa Sede se suman las amenazas que llegan ahora del Estado Islámico (EI). Los yihadistas han llegado a poner en la portada de su revista, Dabiq, un fotomontaje en el que se ve una bandera negra ondeando en el obelisco de la plaza de San Pedro. «La amenaza existe», reconoce Giani. «Es lo que emerge de los coloquios que mantengo con los colegas italianos y de otros países. Pero una cosa es la amenaza y otra la planificación de un ataque. Hasta este momento no hemos sabido de ningún plan de ataque al Vaticano o al Santo Padre». Las intimidaciones del islamismo radical no son nuevas. El comandante recuerda el momento «crítico» que se vivió tras el polémico discurso de Benedicto XVI en Ratisbona (Alemania), en 2006, cuando utilizó una cita medieval en la que se habla de la expansión violenta del islam. «La atención se mantiene siempre alta» no solo por el peligro de acciones terroristas, sino también por eventuales ataques de desequilibrados o personas que buscan la atención mediática que generaría una acción contra el máximo dirigente de la Iglesia católica. Son los llamados lobos solitarios.
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El último gran susto tuvo lugar en la Navidad de 2009 y estuvo protagonizado por una loca. Cuando Benedicto XVI entraba en procesión en la basílica de San Pedro para celebrar la Misa del Gallo, una mujer con problemas psiquiátricos saltó la valla de seguridad, se abalanzó sobre él y logró derribarle. Por fortuna, no hubo que lamentar mayores consecuencias. También surgen tensiones por la efusividad excesiva con que algunos fieles tratan de saludarles: «Naturalmente siempre es posible que haya un exaltado o quien trata de acercarse demasiado. No hay intenciones malignas sino el deseo de demostrar amor al Papa, aunque sea en un modo excesivo. Son situaciones que somos capaces siempre de gestionar de forma positiva». Durante el viaje de Francisco a Río de Janeiro en 2013 se vivió uno de estos instantes, cuando una turba rodeó el coche del Papa en una carretera. Los agentes lo pasaron mal, como reconocieron luego en privado, pero Bergoglio ni siquiera subió la ventanilla. Es la misma actitud que demostró cuando renunció a vivir en el Palacio Apostólico y eligió en su lugar la Domus Santa Marta, una residencia para sacerdotes dentro de los Muros Vaticanos. Así evita sentirse aislado. «Esta decisión del Papa reconoce Giani creó la necesidad de revisar algunos protocolos y reforzar la vigilancia en esta parte del Estado pontificio».
A la Gendarmería, como al resto de instituciones de la Santa Sede, también le ha afectado la sobriedad impuesta por Bergoglio. Desde su elección, no puede contratar a nadie más. «Somos 130, pero por la situación de riesgo que vivimos deberíamos ser más», se queja el comandante. «Los compromisos a los presupuestos y la austeridad también existen en el Vaticano». Aunque es general el aprecio a Giani, del que también depende el cuerpo de bomberos, su gestión tiene un lunar: no ha abierto las puertas a las mujeres. «El trabajo femenino representa para toda organización un patrimonio precioso, pero nuestra logística no nos permite de momento alistar a mujeres», se excusa. Haría falta hacer obras no solo en el cuartel, sino también en la mentalidad del cuerpo. Pero seguro que no habrá que esperar a que la Gendarmería cumpla otros 200 años.
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