El verdugo de Tombuctú
El Tribunal Penal Internacional aloja en sus celdas al primer acusado de cometer crímenes contra el patrimonio cultural. Se trata de un islamista maliense que destruyó nueve mausoleos
gerardo elorriaga
Jueves, 15 de octubre 2015, 00:38
El celo profesional perdió a Ahmad Al Faqi Al Mahdi, más conocido entre los allegados como Abu Tourab. Para su desgracia, los vecinos de Tombuctú ... recuerdan perfectamente su puntillosa diligencia al mando de la brigada de combatientes islamistas que derribó nueve mausoleos locales, entre ellos el de Alfa Moya, hace tres años. En descargo de este tuareg nacido a unos cien kilómetros de la ciudad, cabría argumentar que jamás imaginó que gozaría de tamaña autoridad, que nunca soñó con la idea de derruir las tumbas de los santos nativos y acabar con la supuesta idolatría de los moradores de una ciudad mítica. Aunque se le supone el entusiasmo ligado al rigor ortodoxo, en realidad, la responsabilidad última de la destrucción no le corresponde, ya que se trata de un mero ejecutor. Como jefe de la Hisbah, la policía de la moral, hubo de cumplir lo decretado por el tribunal islámico que gobernó la urbe tras su conquista por la banda yihadista Ansar Dine.
Publicidad
Pero el poder es veleidoso y pocos sospechaban que el triunfo radical sería tan efímero. El ejército francés se desplegó en los arenales de Mali para impedir que el país cayera en manos de los extremistas religiosos y Al Faqi, el guardián de la moral, no encontró un escondite adecuado para guarecerse de quienes le perseguían por su buen hacer en la administración de la virtud. El militante huyó al vecino Níger donde fue detenido y entregado a las autoridades holandesas.
El antiguo salafista nunca pudo prever que abandonaría el calor tórrido del Sahel y sus inmensos desiertos para ocupar una celda frente al frío y desapacible mar del Norte. Desde hace una semana, él es un reo más en el centro de detención del Tribunal Penal Internacional, con sede en La Haya. El gobierno de Niamey lo extraditó hace unos días y ahora se halla a la espera de que la corte decida su encausamiento.
El rebelde capturado en Níger se ha convertido en el primer yihadista en comparecer ante la institución judicial y también en el primer acusado de haber cometido intencionados ataques contra edificios religiosos y monumentos históricos. El maliense es el primer detenido de una lista de presuntos delincuentes que podría ser muy larga, ya que tanto la ONU y ONGs como Amnistía Internacional acusan al Estado Islámico, entre otras formaciones radicales, de la comisión de numerosos actos de destrucción y pillaje contra el patrimonio.
Con traje y corbata
Unesco ya ha equiparado la devastación de los vestigios arqueológicos llevada a cabo por los extremistas con los crímenes de guerra. La extensión de la guerra a Siria e Irak, dos países con ricos fondos arqueológicos, ha provocado la ruina de algunos de los emplazamientos más privilegiados. A ese respecto, el Estado Islámico parece haberse propuesto la aniquilación progresiva de la ciudad de Palmira y su legado grecorromano, en sus manos desde el pasado mes de mayo. Tras la demolición de sus torres funerarias y la desaparición del templo de Bel, los radicales acaban de atentar contra el Arco de Triunfo, erigido hace dos mil años.
Publicidad
La encuesta que pretende dilucidar responsabilidades en Tombuctú no distingue entre los hechos contra el legado cultural y otros desmanes cometidos. La destrucción de las tumbas y miles de manuscritos guardados en Tombuctú, de amplia repercusión mediática, ha ocultado otros actos represivos que también son expuestos por la investigación. Según los informes de la fiscal Fatou Bensouda, la ocupación por las milicias de las plazas del norte solía dar paso al encarcelamiento del personal de la Administración, a menudo interrogado bajo la presión de la tortura, el reclutamiento forzado de menores y el pillaje indiscriminado. Las ejecuciones sumarias también han sido una práctica habitual. El dossier del Tribunal Penal Internacional documenta casos como la masacre de 100 soldados en la localidad de Aguelhok, al este de Mali, o de 16 predicadores desarmados en Diabaly, en el centro del país.
La defensa parece empeñada en negar el rastro de la violencia. No queda ningún signo externo del intolerante Abu Tourab en el sujeto que acaba de comparecer en el estrado. Su impoluto traje de chaqueta y el uso de corbata, una prenda anatemizada por los radicales, intentan proporcionar una imagen amable, civilizada, casi intelectual, de Ahmad al-Faqi Al-Mahdi, nacido hace unos cuarenta años en Agoune, miembro de la tribu Ansar y estudiante de Magisterio.
Publicidad
El detenido procede con calma, ajeno a aquellos desafueros contra joyas de piedra. Nadie diría que bajo sus órdenes no solo se derruyeron respetados túmulos y antiguos saberes se convirtieron en cenizas, sino que también se intentó acabar con ancestrales leyendas como la que aseguraba que la puerta milenaria de la mezquita de Sidi Yahya solo se abriría el último día del hombre sobre la Tierra. Para espanto de los fieles, las hojas se separaron antes de tiempo y el destino de la humanidad, o, al menos, de un líder guerrillero, cambió para siempre.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión