Cuando lean ustedes esta pieza habrá pasado casi una semana desde el momento en el que el humorista estadounidense Chris Rock sufrió la inopinada y ... cobarde –porque sabía que no podría tener respuesta– agresión del actor Will Smith, en la gala de entrega de los premios Oscar de cine. Una prueba más de la extremada urgencia para las sociedades del siglo XXI de enderezar el rumbo y no perder el norte de los valores humanos más elementales, los que nos distanciaron de los simios no sé si definitivamente. Mínimos estándares que debieran ser prueba de que hemos aprendido algo de nuestro accidentado devenir histórico.
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No digo esto tan solo por la bofetada en sí, porque también es muy significativa la sorprendente –o, quizás, ya no tanto– respuesta de una importante porción de la ciudadanía en redes sociales. Dónde si no. Casi tan bochornosa como la embestida del 'príncipe' de Bel Air. No tiene desperdicio. Que si «yo quisiera que un hombre me defendiera así», que si «ya no quedan tíos como ese negro de los Oscar -supongo que no se referiría al abofeteado-», que si «hay que cerrarle la boca a los 'putos' humoristas», que si «cuando no actúas así, dejas claro que te faltan 'huevos' para defender a quien te acompaña siempre», que si «una 'hostia' a tiempo nunca viene mal»... En fin, un rosario de lugares comunes para hombres y mujeres machistas, personas irreflexivas o descerebradas y 'macarrillas' en general.
Siento ser así de definitorio, pero es que me parece muy grave que, en la situación en la que el mundo se encuentra ahora, precisamente por el desvarío violento de un 'chulo-piscinas' como Vladimir Putin, nos descolguemos en defensa de una agresión salvaje ante una audiencia en directo de 20 millones de personas, elevada a cientos de millones si sumamos la que la vio en diferido. Un océano humano, compuesto también por niños y niñas, que Will Smith tenía a su entera disposición cuando le entregaron la estatuilla. Momento ideal, no para llorar y balbucear como un telepredicador sonado aquellas palabras alucinadas e inconexas, sino para responder como merecía al chiste poco afortunado que puso en su boca Chris Rock, pero que a buen seguro le había escrito algún guionista. Demostrar así la inteligencia que se le supone para dignificar el amor hacia su mujer, convertido por su acción en absoluto desprecio al transformarla en un inerte y bello florero.
Mucho más ante la flagrante ausencia de arrepentimiento del agresor durante el resto de la gala y la posterior fiesta de los premiados, como se puede comprobar por las imágenes difundidas. Es más, se ha sabido que, entre el momento de la bofetada y la entrega del Oscar a Smith, se le invitó de modo infructuoso a que abandonara el recinto. Y ya saben que la escena se completó con esa frase voceada desde su butaca al presentador: «mantén el nombre de mi mujer fuera de tu 'puta' boca». Un pésimo ejemplo para el mundo. Él lo sabe, o se lo están haciendo saber con las consecuencias que se le avecinan. Es por esto que, muchas horas después, ha pedido perdón a Chris Rock en sus redes sociales, tras darse a conocer la postura oficial de la Academia. Queda claro, por tanto, que se trata de un arrepentimiento de cartón-piedra, que acentúa la cobardía de la acción misma con más cobardía ante los posibles efectos en su carrera profesional. Y miren que este hombre me caía bien. Veía en él una figura con personalidad fresca, alegre, de mirada limpia y muy de fiar. Craso error y gran decepción. Aunque siga considerándole como un actor de gran altura. Fíjense que el mismo sábado, en la noche anterior a la gala, vimos la película por la que se hizo merecedor del Oscar, 'El método Williams'. Film que, a pesar de tratarse de una historia para mayor gloria del padre de las tenistas –personaje muy controvertido–, me pareció salvada precisamente por la excelente interpretación de Smith.
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En fin, una madrugada la del domingo al lunes en la que los focos debieran haber alumbrado, por ejemplo, la inmensa ternura en el trato de Lady Gagá hacia Liza Minelli, con ese 'I've got you' –te tengo– que cruzó nuestros corazones. Ese sí que fue un gesto ejemplar para los habitantes de este mundo en guerra. ¿Creen ustedes que estas dos mujeres de bandera hubieran permitido que el 'macho' de turno coceara por ellas? Permítanme que lo dude.
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