Difícilmente encontraremos dos expresiones coloquiales parejas más acordes con nuestra idiosincrasia, la primera de tiempos de Maricastaña y la segunda desde que se popularizó en ... 2012, pronto incluida por la RAE (2017) con el sentido de «actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción», y un sesgo irónico o despectivo.
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De entrada, tienen en común esa vaporosa indefinición que las define; esto es, su amplio margen de aplicabilidad según las situaciones vivenciales. Paripé procede del 'paruipen' caló ‒cambio o trueque‒, y por tanto de los arcanos de la picaresca y de la jerigonza de trapisonda más antañona. Según la RAE, significa «engaño o fingimiento para guardar las apariencias o para conseguir lo que se desea». El vocablo tuvo un apogeo literario en la novela de Ramón J. Sender, 'La tesis de Nancy' (1962), en la que una cándida estudiante estadounidense pregunta por su sentido a su guía-novio sevillano Curro, con esta límpida respuesta: «Es una especie de desaborición con la que se les atraganta el embeleco a los malanges». Palabreja multiuso de tiempos de una España pretérita, también alcanzó esplendor semántico en la rotunda advertencia de que «entre calé y calé no vale el paripé».
Hoy pocos la recuerdan, sustituida por el dichoso postureo, término nacido en las redes sociales con ese mismo sentido aproximado de simulación, aunque no ya para buscarse la vida como con aquel venerable paripé ‒'para llenar la olla', se decía entonces‒, sino para vivir de cara a la galería y ser 'el más' en estos cochinos tiempos de supercherías morales. De ahí que su uso y abuso se haya extendido al más mínimo atisbo de pose en lo social o cultural, de impostación en el habla o afectación en el comportamiento, y no digamos ya de ese exhibicionismo de exacerbada indignación por parte de políticos, tertulianos, columnistas y demás predicadores éticos y buenistas vocacionales emperrados en dejar claro que 'ellos' son los buenos y, por tanto, los más razonables y respetables. Esto, claro está, con la cobardona comodidad de vituperar al prójimo 'tuiteando' antes que encarándose con él.
Pero no se engañe nadie pensando que esto es nuevo siendo tan viejo como la fantasmática de la que todos ‒quiérase que no‒ participamos ocasionalmente con esa enojosa manía de querer aparentar lo que no somos… Solo que las redes sociales han dado alas a demasiados monigotes para fabricarse una identidad virtual fragmentaria y jugar a ser lo que les gustaría ser a cambio de un 'Me gusta'.
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