¿Contamina analizar contaminantes?

Alternativas sostenibles para analizar residuos de plaguicidas

Víctor Cutillas Juárez

Investigador postdoctoral de Química Analítica de la Facultad de Ciencias Experimentales de la UAL

Miércoles, 21 de mayo 2025, 23:21

Cuando hablamos de sostenibilidad en el sector agroalimentario, solemos pensar en agricultura ecológica, reducción de plásticos en el envasado o ahorro de agua en los ... cultivos. Pero pocas veces se tiene en cuenta algo mucho menos visible, aunque fundamental: los análisis de laboratorio que garantizan la seguridad de nuestros alimentos.

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En una provincia como Almería, líder en producción y exportación de frutas y hortalizas, los análisis de residuos de plaguicidas son imprescindibles para asegurar que los productos cumplen con las normativas europeas y son seguros para el consumo. Para ello, se utilizan técnicas avanzadas como la cromatografía acoplada a espectrometría de masas, que permiten detectar cantidades traza de contaminantes. Sin embargo, estos análisis, aunque esenciales, no son inocuos desde el punto de vista ambiental. Suelen requerir grandes volúmenes de disolventes orgánicos, que posteriormente deben ser tratados como residuos peligrosos. Paradójicamente, vigilar los contaminantes también puede contaminar.

Conscientes de este reto, en el Laboratorio de Referencia de la Unión Europea para residuos de plaguicidas en frutas y hortalizas (EURL-FV), ubicado en la Universidad de Almería, estamos evaluando nuevas metodologías más sostenibles dentro del marco de la llamada «química verde». Esta disciplina busca reducir o eliminar el uso y generación de sustancias peligrosas en los procesos químicos.

Una de las líneas de trabajo más prometedoras es la sustitución de los disolventes orgánicos tradicionales por dióxido de carbono (CO₂). En condiciones normales, el CO₂ es un gas, pero si se somete a una temperatura y presión específicas, se transforma en lo que se conoce como fluido supercrítico, una fase intermedia entre gas y líquido que tiene la capacidad de disolver muchas sustancias químicas, igual que lo haría un disolvente líquido. Lo realmente interesante es que este CO₂ no se produce específicamente para los análisis, sino que se recupera como subproducto de otros procesos industriales. Es decir, se recicla un residuo que de otro modo se liberaría a la atmósfera, dándole una segunda vida útil en el laboratorio.

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La sostenibilidad va más allá de los disolventes. Tradicionalmente, para el análisis de compuestos volátiles se emplea helio, un gas que a todos nos suena por llenar globos en fiestas. El problema es que el helio es un recurso limitado. Aunque abunda en el universo, aquí solo se encuentra bajo tierra, generado por la descomposición radiactiva de elementos como el uranio. Se extrae junto con el gas natural y su suministro ha sufrido interrupciones que han afectado a sectores clave, como hospitales donde se usa para refrigerar equipos médicos. El hidrógeno, en cambio, puede generarse en el propio laboratorio mediante electrólisis del agua. De esta forma, se evita el transporte de botellas presurizadas, lo que disminuye la huella de carbono del suministro. Aunque es un gas inflamable, los equipos actuales cuentan con múltiples sensores y sistemas de seguridad que aseguran un uso completamente controlado. Así, el hidrógeno se presenta como una alternativa viable y sostenible.

Desde el EURL-FV hemos evaluado estas metodologías no solo desde el punto de vista medioambiental, sino también técnico. Porque de nada sirve que una técnica sea más «verde» si no cumple con los exigentes límites analíticos que marca la legislación europea. La buena noticia es que, en muchos casos, estas alternativas ya han demostrado ser igual de eficaces que los métodos convencionales. La sostenibilidad no solo se cultiva en el invernadero: también puede empezar en el laboratorio. Innovar en el análisis de contaminantes es clave para proteger tanto la salud del consumidor como la del planeta.

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