En un país polarizado hasta el extremo, cualquier acuerdo entre diferentes es fácil pasto de las descalificaciones. Entre otros motivos, porque solo es posible alcanzarlo ... tras múltiples cesiones mutuas hasta encontrar un punto de encuentro que, sin satisfacer de pleno las aspiraciones de ninguna de las partes, sea suficientemente razonable como para que ellas lo den por bueno e intenten construir a partir de él. Es decir, justo lo contrario de un encastillamiento en las posiciones y de considerar una traición a principios inquebrantables cualquier renuncia en aras de un bien superior. Un buen ejemplo lo constituye la reforma laboral pactada por el Gobierno, CC OO, UGT y la patronal. Los recelos de los socios de Pedro Sánchez, que la juzgan insuficiente, y el frontal rechazo de un PP enrocado en dejar intacta la regulación aprobada durante la mayoría absoluta de Mariano Rajoy amenazan su convalidación por el Congreso.
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El Ejecutivo creó unas desmesuradas expectativas que la realidad le ha obligado a corregir. El estrecho marcaje de la UE, que condiciona al cambio legal una parte de las ayudas a la recuperación, y la necesidad de incluir en el consenso a los empresarios para dotarle de la estabilidad exigida por Bruselas impedían la prometida derogación total de la normativa de 2012. El acuerdo refuerza el papel de los sindicatos y combate la temporalidad, pero deja intacta gran parte de aquella reforma, incluido el coste del despido, por lo que hablar de «hito histórico», como ha hecho la vicepresidenta Yolanda Díaz, resulta impropio. La decepción de los aliados de Sánchez con el texto, no sujeto a retoques en el Parlamento sin poner en riesgo un pacto trabajosamente labrado durante nueve meses, les pone en la tesitura de tumbarlo, con el consiguiente desgaste del Gobierno y el mantenimiento de la ley actual, o inclinarse por el posibilismo.
El PP podía haber presentado como un éxito los términos del acuerdo. Pero ha preferido una oposición frontal, basada en una postura mucho más exigente que la de los empresarios que ha generado disensiones internas, antes que aparecer como defensor e incluso salvador de una propuesta avalada por el Ejecutivo. El temor a la competencia de Vox ha prevalecido sobre la altura de miras y el sentido de Estado. Con su sincero talante negociador, plasmado en un pacto valioso por su contenido y lo que significa, los agentes sociales han dado una lección de la que debería aprender toda la clase política.
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