Siempre nos hemos preguntado si será posible conseguir el acceso a las vacunas para toda la población mundial, y así dar respuesta a la petición ... de la Organización Mundial de la Salud para hacer llegar a todas partes las vacunas.
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Ni la cirugía, ni los trasplantes, ni la anestesia, ni todas las terapias logradas durante los últimos tiempos pueden compararse con los beneficios que han aportado las vacunas. El 80% de los niños del planeta tienen acceso a las vacunas contra las enfermedades víricas más destructivas, si bien aún hay un 20% a los que no llegan, lo que supone unos dos millones de muertes cada año, sobre todo en las regiones más pobres. A principios de los años 90, Charles Arntzen, experto en Biología Vegetal de la Universidad de Texas, se le ocurrió la posibilidad de producir vacunas en los alimentos, cuando viajando por Tailandia vio como una madre consolaba a su hijo ofreciéndole un plátano. Esto llevó al planteamiento científico de sustituir las vacunas inyectables por vacunas comestibles, que estuvieran contenidas en las hortalizas o en los frutos y se integrarán en la alimentación.
Gracias a la Biotecnología Vegetal, cuyo objetivo es la mejora de los cultivos y de la calidad de los alimentos, se puede conseguir que las plantas produzcan determinadas proteínas capaces de ser empleadas como medicinas o vacunas. Mediante la ingeniería genética, se pueden introducir nuevas vías bioquímicas en las células de las plantas, convirtiéndolas básicamente en biofábricas. Para que produzcan vacunas, se transfiere un gen del agente infeccioso a la planta para que sintetice el producto de este gen (antígeno), que al ser consumido genera una respuesta inmune protectora frente a esa infección. Se han obtenido patatas que producen vacunas contra el cólera, lechugas y plátanos que contienen vacunas contra la hepatitis B y espinacas que acumulan antígenos frente a la rabia.
En un sentido más amplio, esta terminología podría también extenderse a otros alimentos, como los productos lácteos, que pudieran contener bacterias lácticas modificadas genéticamente para producir antígenos específicos.
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Las plantas son fáciles de cultivar y no sufren las formas de contaminación comunes que ocurren en otros procesos de fabricación de medicamentos, además de ser técnicas más respetuosas con el medio ambiente.
A diferencia de las vacunas convencionales, las vacunas integradas en los alimentos no requieren de soportes esterilizados, ni de ultracongelación o refrigeración para ser transportadas y almacenadas, lo que facilita su gestión. Quizás, la principal objeción de las vacunas que se toman por vía oral está en el estómago y el proceso digestivo, que pueden destruir las proteínas y, por lo tanto, eliminar al antígeno. Sin embargo, las paredes de las células vegetales son capaces de superar el efecto de las enzimas gástricas y llegar hasta el intestino sin que se produzca la degradación y la pérdida de los antígenos. Decidir qué alimento puede ser el mejor no es sencillo. Quizá los más indicados sean alimentos que se consumen crudos, los frutos, si bien otros, como la patata, el arroz o el maíz, que son la base de la alimentación de muchos millones de personas, sean objetivos más certeros. Es posible que las vacunas funcionen incluso cuando los alimentos sean cocinados, pero no se puede asegurar nada antes de que se hayan realizado más estudios. Además, las vacunas comestibles aún deben superar tres inconvenientes. El primero es el de pasar de la fase I de investigación clínica a estudios avanzados en humanos y asegurarse de que no provoquen hipersensibilidad contra la planta utilizada para la producción. El segundo es el que liderarán los ecologistas que tienen declarada la guerra a los alimentos transgénicos y sus protestas serán, posiblemente, la principal pega para llegar al público en general. La promesa más tentadora para superar la fobia a los transgénicos será la utilización de las herramientas de edición génica de precisión, la tecnología CRISPR, más aceptada para la modificación. Y el tercero es el de demostrar que estas vacunas son eficaces. Son estudios muy caros y si no hay negocio nadie invierte. Tendrán que venir de la mano de los organismos oficiales si se pretende que existan vacunas comestibles al alcance de todos.
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