La última voluntad

No quiero criar a una cobarde, así que hoy no me va a quedar más remedio que contarle, con pelos y señales, lo que era una cabina de teléfonos

Manuel Pedreira ROmero

Sábado, 24 de diciembre 2022, 00:55

Algún día, y ese día creo que acaba de llegar aunque hoy sea Nochebuena, tendré que explicarle a mi hija lo que era una cabina ... de teléfonos. Lo sé. La niña no ha cumplido los trece años y no parece la mejor idea meterse hoy en semejante berenjenal, pero creo que mi hija merece conocer el mundo real con toda su crudeza y empezar a darse cuenta de que la vida no es una tarde de barbis coronada por una peli con pizza, sino un maldito valle de fábricas de tristeza (Sabina).

Publicidad

Hay ciertas cosas que conviene saber cuanto antes para no caer en un desengaño terrible. El inútil empeño en ocultar esas verdades capitales acaba llenando el despacho de Emilio Calatayud de críos desorientados. Y esas cosas hay que contarlas sin paños calientes ni eufemismos ñoños. Disfrazar la verdad es de cobardes y no quiero criar a una cobarde, así que hoy no me va a quedar más remedio que contarle, con pelos y señales, lo que era una cabina de teléfonos.

Se me hace raro referirme a ella en pasado. Me invade la melancolía y me remuerde la conciencia, como si emplear ese tiempo verbal no fuese sino admitir la derrota y matarla una vez más. Una cabina de teléfonos, hija, era al mismo tiempo tu casa, tu familia, tu bar y hasta un hospital o un camión de bomberos si era menester. El Ayuntamiento de Granada va a retirar ahora las últimas 32 cabinas que aún andan diseminadas por las calles, aunque en realidad cabina no queda ninguna pues desde hace la tira de años fueron sustituidas por postes o chirimbolos con uno o dos teléfonos adosados.

Cabinas de verdad sobreviven muy pocas. Tengo localizada alguna en un pueblo perdido de la Alpujarra (Mecina Alfahar, pero no me hagan caso) y otra en Cacín, y de esa sí estoy seguro. Cuando paso con la bici me paro, husmeo en su interior e invariablemente verifico que dentro no hay teléfono, que ya es una simple caseta, un sarcófago sin momia ni perro que le ladre.

Publicidad

La cabina, hija mía, era un lugar lleno de posibilidades, un ejemplo de progreso y tecnología, el último recurso para salvar una vida o la única manera de comunicar un suicidio. Desde una cabina se daban noticias importantes, casamientos, muertes, despidos, nacimientos. También servía para escuchar simplemente la voz de un ser querido o para pelar la pava. Olían a humanidad y también la transmitían a golpe de moneda. Y obligaban a ser concreto y a despreciar lo superfluo. En la cabina todo acababa con un pitido amenazante que te dejaba apenas cinco segundos para terminar la conversación y expresar, si acaso, tú última voluntad. Y llegados a este punto, hija, te confieso que la mía no es otra que piiiiiiii.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad