Puerta Real

Sic transit gloria mundi

Gusta que la política se preocupe por combatir la corrupción, pero les convendría no dar la imagen de que solo es para cargarse al enemigo interno

manuel montero

Viernes, 25 de febrero 2022, 00:50

Ha sido visto y no visto. En menos de una semana ha caído el jefe de la oposición: Casado ha pasado del todo a nada ... en un santiamén. Se le trata ya con ese respeto que levantan las personalidades egregias después de su funeral.

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Los acontecimientos que han llevado al abrupto final han adquirido en horas la pátina de los hechos antiguos, casi tan lejanos como el asesinato de Julio César por sus barones. Ni han esperado a los idus de marzo, y eso que faltaban menos de tres semanas. Había prisa.

No dan las gestas de marras para epopeya, pues todo ha sido a ras de suelo. No obstante, conviene recordar algunas circunstancias, para dejar memoria de la endeblez de nuestro paso por este valle de lágrimas (o, al menos, del de Casado).

El desencadenante del drama representa bien nuestras carencias. Por lo que se colige, fue la contratación de un espía para mortificar a Ayuso. No era la primera vez que llegaba al estrellato el artista, Carromero, y de nuevo lo hace por un asunto turbio: no hay dos sin tres, por lo que conviene estar atentos a su siguiente destino. La iniciativa confirma que no somos un país apropiado para el oficio de espiar. De entrada, no los queremos para asuntos de altos vuelos. Se buscan espías para enterarse de qué hace el colega.

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No servimos para espías. Encima, el Mortadelo enseguida declaró el encargo. Tiene su lógica: para averiguar algo del vecino no hacen falta sofisticaciones técnicas. Basta invitar a una copa al espiado o a su amigo.

Para la posteridad queda la reacción airada del mandamás cuando la víctima se rebela. Olvidó un principio político básico: el primero que desenfunda muere. Podría discutirse sobre quién comenzó las hostilidades, pero no sobre quién quedó como el agresor, lo que condenaba a Teodoro. Se lanzó en picado sin intuir que cavaba su fosa, lo que indica que el partido se le había ido ya de las manos.

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Gusta que la política se preocupe por combatir la corrupción, pero les convendría no dar la imagen de que solo es para cargarse al enemigo interno.

En esta tragedia nunca quedará claro el nudo gordiano: las razones de la hostilidad respecto a Isabel, qué motivó los odios que les arruinaron la carrera. Su penitencia: décadas para meditar sobre ello.

Se ha producido algo nuevo: una movilización madrileña a favor de la heroína del pueblo. El mecanismo augura un futuro interesantísimo. La combinación de tuits y huestes indignadas en la calle puede incubar una especie de 15-M de la derecha que descoloque al propio Abascal.

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El desenlace final ha sido más clásico: los reposicionamientos de barones cuando otearon el cambio de régimen, el abandono apresurado del barco que se hundía, los aplausos unánimes a quien han dejado caer. Internet, siempre justiciero, tilda de Judas a barones y diputados. Se equivoca. Lo explicó Calderón: «Siempre el traidor es el vencido y el leal el que vence».

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