Ante el clima de crispación, enfrentamiento y polarización radical de los políticos y la sensación de desafección de buena parte de la ciudadanía hacia sus ... representantes presentes y futuros, quizás viniera bien esta reflexión, al hilo de la realizada por la Comisión Permanente de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), que nos ayude a todos a recuperar el sentido auténtico de la política como servicio al pueblo y el de la participación ciudadana en la vida pública.
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El rasgo más característico de toda persona es ser comunidad, pertenecer a un 'nosotros' que nos configura y nos sostiene para crecer y desarrollarnos. Este 'nosotros' –familia, barrio, ciudad…–, con nuestras peculiaridades, que nos diferencian y enriquecen, es el de pueblo.
La persona lo es plenamente «cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona. Pueblo y persona son términos correlativos» (Papa Francisco. Fratelli tutti, FT, 182)
Pero el pueblo no es uno ni uniforme; es plural, diverso, distinto y con intereses contrapuestos a veces; por ello, ser pueblo es comprometernos a construir en libertad, en igualdad y en justicia con el distinto, con el diferente. Es importante que cada persona nos reconozcamos como pueblo, porque serlo es sabernos cimentados, enraizados, abrazados por las otras personas y estar dispuestos a ser cimiento, raíz y abrazo fraterno para las demás. La fraternidad construye a la persona como pueblo.
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Así el compromiso decente y saludable que brota de la dimensión sociopolítica de la persona, sale fortalecido por el significado profundo y dignificante que el papa Francisco otorga a la palabra pueblo: 'La esencia fraterna' (FT 77) que nos construye como personas. Esta perspectiva cualifica el compromiso de los militantes de la HOAC, pero también el de tantas otras personas y colectivos, organizaciones sindicales y políticas que trabajan por transformar la sociedad. Porque ese actuar sociopolítico desde la fraternidad, nos hace descubrir la grandeza de la persona como pueblo.
En este pueblo, cimentado fraternalmente, nuestra Constitución reconoce que reside la soberanía nacional; y que, desde él, emanan los poderes del Estado (art.1). Por tanto, el pueblo, es el sujeto político del que fluye toda autoridad. Ni los partidos políticos, ni los gobiernos, ni los ejércitos, ni los jueces, ni nadie, tienen poder alguno al margen del pueblo.
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Servir al pueblo es el fin y es la misión principal de todos los poderes del Estado, de las instituciones y de las personas que están en ellas. ¡Ponerse todos al servicio del pueblo con respeto y reverencia!
Representar al pueblo, es trabajar por el bien común, el más noble servicio que da sentido y valor a la política. Así, toda persona y organización que ostente a través de algún proceso electoral un puesto de responsabilidad en la vida pública o en las instituciones, está llamada a ejercer una de las formas más hermosas de caridad; desarrollando su vocación sociopolítica con el plus de compasión, generosidad y entrega a los demás que requiere el servicio de representación sociopolítica; y aplicando valores de escucha activa, diálogo fecundo y acompañamiento cercano y asertivo de la personas y de los colectivos donde colaboramos y nos reivindicamos también como pueblo.
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El servicio al bien común conlleva priorizar la atención a las 'periferias': a la vida de los marginados y excluidos, a los barrios ignorados y a los problemas de injusticia y desigualdad que se dan en las precariedades de los más empobrecidos y explotados en el mundo del trabajo; porque la existencia de estas situaciones evidencia el olvido del compromiso por la fraternidad, por el bien común y el sentido de la pertenencia al mismo pueblo.
Pero no basta que los políticos sean servidores del pueblo, también la ciudadanía debemos construirnos como 'sujeto político', hacernos pueblo, que se compromete y acompaña, que participa y fomenta el asociacionismo desde la fraternidad en los distintos niveles de la vida social y política; que con sentido crítico, participa en los procesos electorales para elegir a los representantes que mejor sirvan al bien común porque en sus programas electorales priorizan su acción solidaria con los más débiles, para que la fraternidad sea posible.
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