Una tarta que llevaba el nombre de África

Casi desde el principio, la población rifeña se opuso con violencia a la ocupación española y pronto surgió una revuelta organizada

Juan José Plasencia Peña

Sábado, 24 de julio 2021, 23:15

En casi todos los libros de texto de Historia de España de 2º de Bachillerato aparece la misma caricatura sobre la Conferencia de Algeciras de ... 1906. Sentadas a una mesa, repartiéndose una gran tarta que lleva por nombre África, se encuentran las grandes potencias coloniales. La caricatura ha sido muy bien concebida y dibujada, resulta muy fácil identificar a la Reina Victoria de Inglaterra, al Káiser alemán Guillermo II, con su característico casco militar prusiano, o a la República Francesa, esta última como una bella mujer con gorro frigio, entre otros personajes reales o simbólicos. Pero la representación de nuestro país no puede ser a la vez más diáfana y despectiva. Fuera de la mesa, sentado en el suelo, vemos un niño, con uniforme de soldadito español de la época. No participa en el reparto del pastel, pero le han dado un regalillo, un juguetito: el Protectorado del Rif, un pequeño, pobre y arenoso territorio en el extremo Norte de Marruecos.

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Pero, continuando con el símil, el niño se hizo daño con su juguete. Casi desde el principio, la población rifeña se opuso con violencia a la ocupación española y pronto surgió una revuelta organizada, con un verdadero ejército, acaudillado por el carismático Ad el Krim y que acabaría suponiendo para España un enorme sacrificio en vidas de soldados, una crisis política de gravísimas consecuencias y un creciente descrédito internacional. Sin duda el peor momento de todos fue el llamado Desastre de Annual, en el verano de 1921. La catástrofe vino provocada por la temeraria orden del general Fernández Silvestre, se supone que con el apoyo de Alfonso XIII, de avanzar desde las posiciones españolas en la zona oriental del Protectorado, sin tener apenas en cuenta las carencias logísticas de su propio ejército y subestimando por completo la capacidad de reacción del enemigo. El contraataque de éste no se hizo esperar, provocando el pánico, el caos y la desbandada en las tropas españolas y dejando, muertos sobre el campo de batalla o rematados con posterioridad, casi 10.000 soldados del ejército regular y otros 2.500 de tropas auxiliares indígenas, además de infinidad de heridos, pérdida de gran cantidad de material de guerra y retroceso de nuestras posiciones hasta casi las afueras de Melilla.

En el interior de España, la catástrofe provocó severas críticas contra el generalato, el gobierno y el propio rey Alfonso XIII, quien no pudo evitar que una comisión de investigación en el Congreso elaborase el llamado «Informe Picasso», que al parecer comprometía y hasta podía poner en peligro la existencia misma de la monarquía, si se demostraba el respaldo del monarca a la insensata orden de su imprudente general. Pero el contenido de dicho Informe continúa, a día de hoy, siendo un misterio, pues tan sólo unas semanas antes de su solemne lectura, el general Primo de Rivera, entonces Capitán General de Cataluña, protagonizó el golpe de estado de Septiembre de 1923, estableciendo una dictadura para así proteger la monarquía. El propio Alfonso XIII afirmaría con posterioridad que Primo de Rivera había sido «mi Mussolini».

En otro orden de cosas, nuestro país había tocado fondo en lo que a desprestigio internacional se refiere. Sólo 23 años después del llamado Desastre del 98, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, había tenido lugar otra terrible y sangrienta derrota colonial, el Desastre de Annual, frente a las cábilas rifeñas. La corona española, cuya propaganda imperial había acuñado un día lemas tan altaneros y prepotentes como «Un Monarca, un Imperio y una Espada», en honor de Carlos V, o «En sus dominios no se pone el Sol», a modo de exaltación del pretendido poder y grandeza de Felipe II, tenía ahora que soportar una humillante, y, para aquellos años, veraz expresión: «Europa empieza en los Pirineos».

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