El sueño tercermundista
Puerta Real ·
Nuestro tercermundismo resulta paradójico. Se duele de nuestras precariedades, pero no anhela resolverlas por las vías habituales en los países avanzadosBuena parte de la opinión pública española es vocacionalmente tercermundista. Le gusta vernos como un país de tercer orden, con unas condiciones económicas deplorables, afectados ... por la miseria y la pobreza que, sin ser todavía generales, nos acechan. Las crisis económicas no se ven como problemas coyunturales, sino como expresiones de graves carencias, típicas del tercer mundo en el que habitamos.
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En España la distancia entre los imaginarios y la realidad es inmensa. Prácticamente todos los índices socioeconómicos sitúan a España entre los países más favorecidos, sea el Índice de Desarrollo Humano, la esperanza de vida, la renta per cápita, la asistencia sanitaria, lo que se llama nivel de vida. Por ejemplo, estamos entre los países en los que la violencia tiene menor impacto (el índice de homicidios en España es 0,7 por 100.000, entre los doce más bajos del mundo).
Nada de ello importa. De la imagen predominante en ambientes progres se deduce que vivimos una especie de cataclismo agónico, castigados por atávicas opresiones. La espasmódica forma en que se afronta una crisis no busca soluciones inmediatas sino radicales cambios de paradigmas. Es como si las circunstancias básicas actuales fuesen perversas y no las que nos han traído a situaciones que históricamente habría que calificar de halagüeñas.
En la noción 'progresista' de las crisis que arrastramos en este siglo –la de 2008 y la del coronavirus– se impone la visión tercermundista. No promueve una política económica que nos aproxime a los países occidentales más avanzados, sino que se importan conceptos gestados en Latinoamérica en condiciones distintas a las nuestras. Los conceptos de plurinacionalidad, empoderamiento y colectivo social que allí se manejan, no encajan con nuestras circunstancias y cuesta imaginar cómo nos ayudarán a salir de esta.
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Cuando nuestro progresismo se acerca a Latinoamérica –es el principal destino del turismo ideológico, seguramente por razones idiomáticas– no lo hace para explicar allí las razones de nuestros avances e intentar aplicarlas en países que están menos desarrollados desde el punto de vista económico, de la igualdad social o de la igualdad de género. El procedimiento es el opuesto, alentar los radicalismos antioccidentales, idealizar luchas políticas muy distintas a las nuestras y buscar el modo de traerlas aquí.
Nuestro tercermundismo resulta paradójico. Se duele de nuestras precariedades, pero no anhela resolverlas por las vías habituales en los países avanzados, sino mediante una especie de regresión, la toma de conciencia de que, en realidad, estamos fatal, pues los índices socioeconómicos son un engaño producido por la democracia burguesa. El tercermundismo patrio no aspira a mantenernos en el primer mundo sino a desarrollar con nosotros su tercer mundo imaginario.
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La fascinación del progresismo europeo por el tercer mundo empezó con la descolonización y contiene elementos que lo hacen ideológicamente atractivo: el antiimperialismo que culpabiliza a occidente de todos los males, la idea de que el tercer mundo es posible una revolución, frente al anquilosamiento burgués de occidente. Con esos planteamientos, hasta el estado de derecho se relativiza: miel sobre hojuelas.
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