Es innegable que Ciudadanos tuvo una raíz marcadamente intelectual en su nacimiento; no en vano, ahí tenemos la extensa lista de fundadores, donde el menos ... intelectual de todos era Albert Boadella, lo que no significa que fuese el menos listo. Pero la realidad es que Ciudadanos solo funcionó como partido electoral de éxito cuando abrazó la vía política y dejó a un lado el discurso narcisista de espejo egocéntrico que siempre acompaña a los intelectuales. Porque no podemos engañarnos: la intelectualidad también aporta cosas malas para la sociedad, sobre todo en política, cuando se sube a un atril a proclamar lo tontos que somos los demás si no acabamos votando lo que el catedrático de turno nos recete. Al final, mi experiencia me ha dictado que tan peligroso es un imbécil con ambición que una mente brillante sin las barreras de la humildad.
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Lo digo porque de un tiempo a esta parte, justo cuando el ex partido de Albert Rivera se encuentra aun más a la zozobra en el mar electoral, van surgiendo más voces de intelectuales –algunos fundadores, otros nuevos doctores– que nos advierten de la necesidad absoluta de votar a Ciudadanos la única opción desde «la razón» y para salvar a nuestra democracia «de los extremos». Desde luego, cuando un partido y sus defensores tienen que convencernos de que son útiles y necesarios, es cuando ya apenas existe la percepción en los votantes de que ese partido sea necesario y útil. Pero si, además, apuestan por trasladar un discurso claramente elitista desde el punto de vista moral e ideológico, el votante siente que está siendo atropellado por candidatos que no solamente piden su voto sino que buscan su evangelización, su conversión a la verdadera política «de la razón».
No voy a negar que yo, que nunca fui absolutamente nada, tuve una época donde creí que me gustaba escucharme. Y así, cuando escribía o tenía la ocasión de hablar para los demás, en realidad me hablaba a mí mismo, resonando en mi cabeza lo bien que escribía y las cosas tan transcendentales que llegaba a decir. El resultado, de sobra conocido, fue un fracaso sin paliativos en el PSOE y una humillación personal inocultable por muchos de aquellos que por entonces consideraba –y sigo considerando– auténticos imbéciles. En Ciudadanos, por desgracia, han decidido perseverar en el error político y entregar una especie de discurso salvador a diversas mentes privilegiadas como la de Trapiello o Arcadi Espada cuyo verbo es elevado y certero, pero de dudosa eficacia electoral. No se trata de que Arrimadas o Villacís se abracen al oportunismo sin escrúpulos para salvar al partido –esa ocasión ya pasó– sino de que se pagan las consecuencias de dos errores mayúsculos: asumir las culpas de que Largo Sánchez se podemizara con Pablo Iglesias; y no asumir responsabilidad alguna por los desastres electorales que vinieron después, incluso premiando a Edmundo Bal tras su nefasta campaña electoral en las regionales de Madrid.
Dicen los intelectuales del centro superior que Ciudadanos ya ha sido castigado por todos sus errores cometidos. Aun estando en desacuerdo sobre los errores –que tampoco los enumeran– en política da exactamente igual pedir perdón o pagar la cuenta. Ciudadanos tuvo en su mano dos grandes oportunidades: ser el sustituto de un socialismo responsable y democrático mientras Pedro Caballero acababa de enterrar al PSOE; o, luego, ocupar el espacio del PP como una opción liberal y europea –esa que tanto pide la extrema izquierda– dejando el sector más integrista de la derecha recluido en Vox. Llegó el ilegítimo e indecente golpe de censura que resucitó a Pedro Frankenstein y Ciudadanos decidió quedarse en el centro para crecer a costa de las dos orillas.
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La teoría siempre suena bien, pero la real politik es mucho más traicionera y desquiciada. Ahora que solo acertar en la politik puede salvar a Ciudadanos, deciden aferrarse a la teoría de la excelencia ciudadana.
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