Sobre la decadencia de España

Se dijo que España era diferente, sino es así, al menos es única. Y para ratificarlo ahí están los Pirineos testimoniándolo

Sábado, 27 de febrero 2021, 00:50

Fernando García de Cortázar es un historiador bilbaíno que gusta de analizar las causas íntimas de la Historia de España. Y así, en su obra ' ... Los mitos de la Historia de España' (Planeta) nos regala una visión atípica de nuestra Historia, en la que pone de relieve la serie de tópicos mal entendidos que solemos asimilar tanto los superficiales enterados de nuestra Historia, como también muchos de los afamados eruditos en esta materia, según el susodicho. Ayudados, eso sí, por buena parte de los literatos, sobre todo los románticos, que se meten en estos asuntos históricos por no mentar a los periodistas ad hoc.

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Los cimientos en que se basa su punto de vista son, en definitiva, que buena parte de nuestra Historia al uso, todo suele descansar en mitos, leyendas y falsas interpretaciones –'ad majorem gloriam nostra'–, engordados a través de los años con leyendas retocadas o enaltecidas más allá de la realidad objetiva, uno de cuyos mayores artífices ha sido el padre Flórez y don Marcelino Menéndez Pelayo con su Historia de lo Heterodoxos.

Es decir, que España, desde los godos, los primeros que nos regalaron el concepto de nación a su manera, nuestra península –Iberia, Hispania y, por fin, España– hasta hoy, no se ha producido a través del tiempo histórico transcurrido desde entonces, una decadencia fuera de serie.

Una decadencia es caer desde un sexto piso a un primero, sin ascensor. O perder la Copa el Madrid frente a un Tercera División. O pasar de ricachón a mendicante. Así, así, poco más o menos. Pero esta España nuestra, la de nuestros quebraderos de cabeza y del alma, antes con otros topónimos, siempre se ha manifestado ante la Historia prácticamente con el mismo perfil, mejor o peor, tal como una barca que atravesara el mar, con sus vaivenes y mareas, oleajes y tormentas, pero siempre indiferente en continuar navegando hacia adelante, sin prisas ni pausas, aunque sin saber ciertamente cual será su puerto de destino, si es que al fin es eso lo que busca o si allá hay tal puerto.

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Ni mejor ni peor este hoy que aquel ayer: igualicos, igualicos... Siempre los mismos odios permanentes, siempre las mismas envidias soterradas, siempre los mismos cohechos en el poder, siempre la escasa caridad con el prójimo, siempre la misma lujuria encubierta, siempre la misma hambruna en el cuerpo y en el alma, siempre los mismos ladrones en las esquinas, siempre las mismas navajas al anochecer, siempre las mismas canciones de la alondra, siempre la misma afición a la muerte, tanto de los Cristos como de los humanos, siempre la misma canción por el dolor de las Dolorosas, siempre los mismos ladrones en la vaguada, siempre los mismos, sonetos a caballo del octosílabo..., siempre, siempre igual, desde los godos hasta nuestra reciente democracia, sin variar mucho de rumbo la susodicha barca.

Se dijo que España era diferente, sino es así, al menos es única. Y para ratificarlo ahí están los Pirineos testimoniándolo. Atravesándolos el forastero enseguida percibe que esto es otra tierra, otra nación, otro paisanaje, no obstante el oxímoron de Portugal y el cáncer de Gibraltar. Sí, de Pirineos acá, esta es otra música bien diferente del resto de Europa y del mundo habitable. Lo mismo se mire la geografía que la humanidad. Y la prueba está en que a estas alturas, muchos no saben si somos mitad europeos y mitad africanos; o mitad cristianos y mitad mahometanos.

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En cualquier caso, para que haya decadencia hay que pasar de un nivel más alto a otro más bajo, pero aquí siempre, antaño y hogaño, estamos al mismo nivel. ¿Cuál es la diferencia entre el monasterio del Escorial y el otro de Cuelgamuros? ¿O entre lo fusilamientos de Goya en mayo de 1808 y los otros de la cárcel modelo? ¿O entre las campañas del Cid y las otras de Almanzor? ¿O entre los sufíes de al Andalus y los místicos e iluminados de Castilla? ¿O entre la exhumación de los cadáveres del Gran Capitán para profanarlo, o el otro del emperador Carlos V, o el del mismísimo Franco? ¿O entre la Inquisición y las persecuciones de Fernando VII, incluida Mariana Pineda? ¿O entre la degollación del maestre López de Ayala y los Comuneros de Castilla? Solo por citar algunos casos.

Sí, es una tierra diferente pero no decadente. Una nación que se ha considerado la nueva Israel del nuevo Testamento, y sin embargo es la única que ha fusilado a una imagen de Cristo en el Cerro de los Ángeles; o que presumiendo de ser tan cristiana, líder del mundo, incluso frente a Roma, asaltó antaño Roma y el Vaticano, y hogaño llevó al paredón a un montón de obispos, curas, monjas y más cristianos, sin contar las profanaciones de imágenes santas.

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Sí, somos diferentes, únicos, pero no decadentes, porque siempre fuimos y somos iguales.. Afectos a la Ley del Talión, a la de Hanmurabí, pero menos a la del Evangelio. Diferentes sí, únicos, míticos, esperando a que Dios y María Santísima tengan piedad de nosotros en virtud de sus muchas apariciones, quizá solo mitos, no confirmados. Tierra de alucinados como su señor don Quijote que solo ven la mota en el ojo ajeno sin percibir la piedra en el propio. Sí, en verdad, España es diferente, única.

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