Si alguien me hubiera dicho que iba a empezar el día yendo al gimnasio, le habría demandado por vulneración del derecho al honor. Contra los ... médicos vivíamos menos, pero mejor. No hacíamos ni puñetero caso a sus recomendaciones, y el ejercicio solo lo practicaba gente rara, esa que no salía una noche porque tenía que entrenar a la mañana siguiente. Lo malo es que, si queremos cumplir años, es lo que nos toca. 56 y los que surjan, que espero que sean muchos. Y ustedes que los lean.
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Una no entiende el «¡Qué grande es ser joven!», aquel eslogan de El Corte Inglés, hasta que deja de serlo. Pablo Carbonell lo remataba: «vayas donde vayas siempre te joden». Bueno, sobre todo si van a buscar piso, o curro. Nos pasó entonces y les pasa ahora, así que tampoco hay que cebarse. Ni meterlos a todos en el mismo saco, ni tacharlos de apáticos y de quejicas, ni decirles eso de «qué sabrás tú de la vida» desde la atalaya de la edad. Pero, a veces, dan ganas. Muchas. Sobre todo si surgen artefactos como las 'listening parties'. Que la peña se reúne para escuchar un disco, vaya. Menudo hallazgo. A los doce años me iba a casa de mi amiga Marian y nos poníamos el 'Breakfast in America' de principio a fin. Terminaba y vuelta a empezar. Vale, no era un adelanto en exclusiva, pero qué más te da ser la primera en oír lo que sea.
«Jóvenes descubriendo cosas», decimos con sorna. Lo inquietante es que algunos descubren cosas que creíamos enterradas para siempre, y hasta quieren resucitarlas: según el CIS de octubre, un 20% de los jóvenes entre los 18 y los 24 considera «buenos o muy buenos» los años de la dictadura. Qué sabrán ellos de la vida. Y qué sabremos nosotros, que no hemos sido capaces de evitar semejante disparate.
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