Recordar y caminar

Rosa Mª Mercado Alonso

Jueves, 11 de abril 2024, 23:32

Cada año, cuando se acerca la Semana Santa o estamos ya inmersos en ella, no puedo dejar de pensar que son días de arraigo profundo ... en nuestra cultura. Para algunas personas son días de recogimiento y para otras de descanso y diversión. Algunas piensan que es espectáculo y expresión de una fe vacía y no vivida día a día y otras que es manifestación de fe popular.

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Pero ¿qué significan estos días para un cristiano o cristiana del siglo XXI? La Cuaresma nos ha ayudado a repensar esta cuestión.

Reconocemos que somos seducidos por la dinámica que esta sociedad aplica impunemente: el individualismo que nos divide y enfrenta, la obtención del placer inmediato, el consumo que «ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas» (Mensaje de cuaresma Papa Francisco), la desesperanza ante una realidad que nos paraliza y alimenta, el olvido o la indiferencia ante nuestros hermanos y hermanas que sufren.

Así que necesitamos conversión, volver a los orígenes, volver a Galilea, donde empezó todo (Hch 10, 37). Necesitamos recordar, volver a pasar por el corazón, qué ocurrió desde Galilea a los últimos días de Jesús en la tierra, porque esos días, La Semana Santa y la Pascua son la hoja de ruta de cómo dejar de ser esclavos y volver a ser libres.

Durante la cena del Jueves Santo, Jesús nos demuestra, lavándonos los pies, que sólo hay un camino para la fraternidad: el servicio por amor incondicional y gratuito. Fraternidad hoy significa acoger y acompañar al trabajador/a precario que no llegan a fin de mes, a las familias que sufren la pérdida de un ser querido en el trabajo, a los migrantes explotados y heridos por una ley perversa que no les permite trabajar legalmente durante tres años (o más), a los jóvenes que no pueden realizar su proyecto vital por falta de trabajo, a las personas que han perdido o no pueden acceder a una vivienda por la especulación y la avaricia de muchos, a las personas sin hogar a los que las administraciones no ofrecen recursos dignos, a los que huyen de la guerra perdiéndolo todo por la ambición y la locura de unos pocos… Ellos y ellas son los rostros que vemos en los Cristos que pasean por nuestras calles el Viernes Santo, el rostro de los crucificados de nuestro tiempo.

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Si el rostro sufriente de Jesús en la Cruz no nos con-mueve, si los rostros de los crucificados de nuestro tiempo no nos sacan de la parálisis y la indiferencia, si no somos capaces de desplazar la piedra que nos mantiene en el sepulcro y echar andar, no podremos transformar la 'muerte' de tantos hermanos y hermanas nuestras en Resurrección, no podremos volver a Galilea: «No temáis, id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10) para empezar a CAMINAR para conseguir la transformación real, imprescindible y urgente que necesita nuestra sociedad.

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