Basta sacar a un independentista radical de la Vall d'Aran, de la Ribera d'Ebre o de la Terra Alta para que pierda la ... perspectiva y empiece a sentir un sudor frío ante la vastedad de los espacios abiertos, las tierras del cereal castellano, los azahares de Levante o el mar de olivos que diluye los horizontes andaluces. Lo suyo se ajusta mejor a territorios acotados, ya sea el paraíso nevado de Andorra donde tanto disfrutaron los Pujol, o la república doméstica que representa la casa de Puigdemont en el sur de Francia. España, claro, resulta demasiado grande, diversa y heterodoxa para que quepa en unas cabezas de pensamiento monolítico que se apoyan en el victimismo recurrente del «los españoles nos roban» convertido ya en pose estética. Y digo estética porque se trata de un trampantojo levantado sobre espejos deformantes a partir del ideario del bisabuelo Prat de la Riba, promotor de la llamada 'raza histórico-cultural' catalana, que hoy manejan los separatistas como arenga a sus disminuidas huestes de barretina o lazo amarillo, con 'Els Segadors' de fondo. A fuerza de repetir, han edificado un relato pobre y monótono de alcanfor que revela su incapacidad para asumir la pluralidad de la sociedad catalana dentro de la España del siglo XXI.
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La última prueba de esta mezquindad abstrusa la ha ofrecido Jordi Turull, secretario general de 'Junts', el partido heredero de todos los vicios de la antigua 'Convergencia i Unió' y de ninguna virtud, que sigue empeñado en condicionar el rumbo del país apretando las clavijas al presidente de turno cada vez que hay que aprobar un presupuesto o garantizar la estabilidad mínima del Gobierno. Baste recordar que, por un puñado de votos, Felipe les permitió quedarse con la recaudación del 15% del IRPF; Aznar aprendió a hablar catalán en la intimidad para negociar y les cedió la gestión del 40% de impuestos especiales; Zapatero consintió un Estatuto con financiación bilateral; más tarde Rajoy (en su ambivalencia de duda metafísica) pasó de la corresponsabilidad fiscal, primero, a aplicarles el artículo 155 en los postreros momentos de su mandato; y el colofón lo pondrá Pedro Sánchez dándoles las llaves de la caja. De esta manera han ido progresivamente fragmentando el país por entregas hasta llegar al ejemplo consumado de una España asimétrica.
Aun así, a pesar de tantos privilegios, cada vez que sienten la presión de sus adversarios políticos, reabren el debate de 'els diners' y se inventan agravios ridículos. Especial entusiasmo demuestran por vilipendiar a los andaluces, tal vez porque aquí también ha llegado el Estado del Bienestar y esta tierra ha dejado de ser el vivero de obreros y señoras de la limpieza para la alta burguesía barcelonesa. No sorprende, por tanto, que en la última semana Turull, como voz autorizada de 'Junts', haya arremetido contra la propuesta del gobierno andaluz de establecer deducciones fiscales de hasta cien euros anuales para gastos en gimnasios y el cuidado de mascotas, utilizando fondos que, según ellos, aportan los catalanes. Más allá de lo lamentable que resulta escuchar una estupidez de tal calibre, las declaraciones de este perfil que insisten en el supuesto 'parasitismo verdiblanco', tienen su utilidad; vienen a demostrar hasta qué punto el secesionismo está controlado por los verdaderos parásitos del sistema: unos personajes que deterioran la convivencia y se aferran a la política-ficción para intentar garantizar su propia supervivencia.
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