Puerta Real

La palabra genocidio

Lunes, 22 de septiembre 2025, 00:13

Cuando todo está perdido, cuando ya no queda nada y un trozo de tierra se convierte en la geografía del sufrimiento y de la muerte ... que no cesa, sólo nos quedan las palabras. Utilizar los vocablos precisos, esos que delimitan la magnitud de lo que ocurre –el hambre, el horror y tanta sangre inocente derramada– es, tal vez, la única herramienta que puede frenar la locura; si el discurso, como es el caso, se acompasa a los hechos. El primer ministro israelí Netanyahu y sus secuaces han dejado claro que no pretenden capturar a los terroristas asesinos de Hamas; lo suyo es tomar el todo por la parte ametrallando a niños, mujeres y hombres indefensos para cerrar un proceso de apropiación territorial que lleva provocando la confrontación entre dos pueblos durante más de un siglo. Ahora, gracias a la inestimable ayuda de los homicidas de Hamas, han llegado a la fase final y este sionismo reaccionario representado por el partido Likud va a erradicar con la fuerza que da ser una potencia armamentística a cualquier gazatí que pretenda quedarse en la tierra que fue de sus padres y antes de sus abuelos. Así, con la argucia del ojo por ojo, están intentando borrar su existencia, como si nunca hubieran estado allí. La gravedad y respaldar una política siniestra que perpetúa la violencia y prolonga la agonía de los inocentes que deja 70.000 muertos –de los cuales casi 19.000 son niños– y 166.000 heridos documentados por organismos internacionales. Por eso es fundamental comprender que, calificar la aniquilación de la población civil de Gaza como genocidio, responde al uso preciso del término de acuerdo con la definición establecida por la ONU en 1948 que antes se aplicó también al Holocausto nazi, al exterminio de la etnia tutsi en Ruanda, a la masacre de musulmanes en Srebrenica o a la persecución de la minoría yazidí en Irak, entre otros ejemplos de gravedad extrema.

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De ahí que resulte inmoral que la presidenta madrileña Díaz Ayuso, junto a Martínez-Almeida o la extremeña María Guardiola, niegue el genocidio reconocido por la justicia internacional y se desentienda de los derechos humanos al minimizar –atendiendo a intereses injustificables, alejados de la actitud de compromiso ético mayoritaria de los españoles– al respaldar este sadismo que valida la agonía de los inocentes. De los líderes de Vox ya no sorprende su alineamiento con personajes tan lamentables como Milei o Bukele; pero en cambio, del PP cabe esperar lo propio de un partido de Estado con capacidad de gobierno: una postura clara y firme, que no se refugie en ambigüedades ni eufemismos. Frente a los crímenes de lesa humanidad no cabe la equidistancia y conviene que Alberto Núñez Feijóo se percate de que, colocándolo a discrepar en esto con Pedro Sánchez –que no es dueño del concepto 'genocidio'–, lo que pretenden es despeñarlo por el precipicio de la afinidad con la ultraderecha más obtusa y montaraz, esa que es incapaz de distinguir entre el sufrimiento abismal de las víctimas israelíes y palestinas y la perversidad de verdugos que se benefician con tanta devastación inmisericorde. Por eso, nombrar los crímenes de un exterminio tan execrable es ya el último acto de dignidad y de resistencia que le queda a la sociedad civil de este mundo –teóricamente– civilizado. Lo único que distingue la racionalidad de la barbarie más despiadada.

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