Puerta Real

Aquella Granada de los setenta

Domingo, 13 de julio 2025, 22:32

Yo no lo vi, pero me lo contaron: hubo una vez una Granada literariamente transformadora, artísticamente iconoclasta, sorprendentemente revolucionaria. La lluvia en aquel tiempo alborotaba ... las primaveras con su risa de abril, con su entusiasmo por lo que estaba por descubrirse. Porque en aquella ciudad en plena metamorfosis sucedían cosas prodigiosas: existía una hermandad de los poetas –radio, noche, nocturno, escribiría Elena Martín Vivaldi una década después– y los pintores construían un universo de colores desde su heterodoxia, desde su diálogo perpetuo con la tradición pero fragmentándola en mil pedazos, como un espejo que se cae al suelo y cuyas piezas luego se pegan con cuidado para formar un caligrama capaz de impresionar a Apollinaire. Quiero decir que Granada era distinta, que se había quedado con la bufanda roja de modernidad que le prestó Pablo del Águila antes de marcharse apresuradamente a las estrellas, una vez terminado su poemario inmenso, 'Desde estas altas rocas innombrables pudiera verse el mar'.

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Las mañanas transcurrían con monotonía de sueño y trabajo, pero al caer la tarde despertaba la ilusión. Era entonces cuando Javier Egea, «serena luz del viento», tanteaba el camino; el instante preciso en que Mariluz Escribano, entre el verso oculto y la prosa, redactaba un nuevo manifiesto contra el urbanismo desaforado que firmaría como 'Mujeres Universitarias'. En la cafetería de la facultad, el maestro Juan Carlos Rodríguez animaba tertulias althusserianas mientras Dolores Montijano, Espadafor y Pepe Lomas modernizaban el grabado desde el taller de la Fundación Rodríguez Acosta. Simultáneamente, Ladrón de Guevara, siempre con los dedos manchados de ceniza, paseaba del brazo de Rafael Guillén por la Gran Vía y se cruzaban con Carlos Cano y Sabina, que llegaban tarde. Entre tanto, en el 'Suizo', Elena, vestida de nostalgias, conversaba con un fervoroso Emilio de Santiago sobre la última carta de Aleixandre. Pero en el núcleo de la audacia mayor estaban Juan de Loxa y Claudio Sánchez Muros con su creatividad desbordante y una apasionada ambición de ruptura. Tanta que acababan pasando media vida en la Casa de los Tiros, presagiando una sanción por saltarse la censura, a menos que la bonhomía militante del delegado Antonio Gallego Morell lograra remediarlo. O sea, que Juan y Claudio, torbellino y paciencia, conformaban el equipo perfecto para planear la mítica 'Poesía 70', la revista-programa de radio-cosmovisión vital que ejercía de enlace con el futuro. Juan, Juan setenta, era el motor, la letra, la voz radiofónica de veintisiete años en la madrugada con los poemas por bandera; y Claudio, sutil ironía, el trazo delicado que convertía en arte lo insólito, el mago que supo hacer del diseño un espacio sensible e inteligente a la vez. Así triunfó 'Poesía 70' con tres números: conjugando la innovación de dos artistas irrepetibles que hicieron de la vanguardia estética una forma de estar en este mundo. Juan continuó desde la casa-museo de Federico en Fuentevaqueros que fundó y es su obra magna; y Claudio, de la pintura al grafismo, aplicando un lirismo refinado a lo que rozaba: dibujos, revistas, libros o carteles. Por eso, cuando optamos con ilusión a la Capitalidad Cultural, conviene no olvidarnos de que en los albores de la democracia Granada fue también –como siempre– pionera, un territorio de asombro donde la belleza y la rebeldía abrieron sendas que ahora son un poderoso legado para transitar en el futuro que merecemos.

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